La alegría del Señor Resucitado en la segunda misa de Pascua

Con el rito de la Resurrección y la aspersión comenzó la misa del Domingo de Pascua presidida por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro. Una celebración solemne en la que la ausencia de la homilía acentuó los significados de los rituales y los gestos. Al final, el pensamiento del Papa Francisco al nuevo arcipreste de San Pedro y al cardenal Comastri. Y un agradecimiento a todos los que contribuyeron al desarrollo de los ritos del Triduo Pascual.

Fausta Speranza – Ciudad del Vaticano

El anuncio de la derrota de la muerte vuelve pleno y poderoso en la vida de cada persona y en la celebración presidida por el Papa Francisco en el Altar de la Cátedra, en la Basílica de San Pedro. Intensa la participación espiritual de los presentes limitada en número porque este año, al igual que el anterior, las celebraciones estaban sujetas a las limitaciones impuestas por la pandemia de Covid-19. Concelebraron 24 cardenales y cuatro obispos. Unas 150 personas pudieron participar en la celebración. El Papa se detuvo bajo la escalinata del presbiterio para el Rito de la Resurrección. Había dos diáconos a cada lado del icono del Salvador, mientras que otro diácono cantaba el pregón de Pascua mientras Francisco incensaba el icono. El cardenal Re y el cardenal Sandri se dirigieron al altar para la oración eucarística: se colocaron a los lados del altar y no al lado del Santo Padre.

Certeza pascual

Este es el domingo en el que la promesa se convierte en certeza: «Cristo ha resucitado, ha resucitado de verdad». Así lo relata el Evangelio, que, en esta fiesta, que representa el momento más importante del año litúrgico, se proclama en latín y en griego. Como en otras celebraciones, las lecturas en español e inglés ayudaron a expresar el sentido de la universalidad de la Iglesia.

Las palabras del Papa en la conclusión

Antes de la procesión, al concluir la celebración, el Papa Francisco dirigió su pensamiento de «bienvenida» al cardenal Mauro Gambetti, recordándolo como Fray Mauro Gambetti, y un pensamiento de agradecimiento al cardenal Comastri que -recordó Francisco- fue arcipreste de la Basílica de San Pedro durante 16 años. En febrero, aceptando la renuncia del cardenal Comastri por razones de edad, el papa Francisco nombró para el cargo de arcipreste de la basílica de San Pedro y presidente de la Fábrica de San Pedro precisamente al cardenal Mauro Gambetti, que era custodio del Sacro Convento de Asís y que es también vicario general de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano y para las villas papales de Castel Gandolfo. El Papa dijo:

«Me gustaría dar la bienvenida al nuevo arcipreste, el cardenal Fra Mauro Gambetti, ¡Gracias por su disponibilidad, hermano! Le deseo lo mejor en el servicio de esta iglesia tan importante para todos los cristianos. Y también quiero dar las gracias al cardenal Angelo Comastri que, tras 16 años como arcipreste y a las puertas de los 78 años, deja el cargo. Muchas gracias Cardenal Comastri, gracias por su atención pastoral, por su espiritualidad, por sus sermones, por su misericordia. Que el Señor recompense todo tu trabajo».

A continuación, dirigió sus pensamientos a quienes ofrecen sus contribuciones a las celebraciones:

«Y quiero agradecer a todos los que habéis trabajado para que las celebraciones de esta Semana Santa sean dignas, bonitas, ¡todos, todos! Agradezco a todos los que trabajan aquí en San Pedro, el coro, los ministrantes, los lectores, los diáconos… ¡Todos! Muchas gracias».

Al final de la celebración, los concelebrantes participaron en la procesión con el Papa Francisco

Cada domingo, con el Credo, renovamos nuestra profesión de fe en la Resurrección de Cristo. A partir de este gran misterio se entiende todo en la Iglesia y cada celebración eucarística lo hace relevante. También hay un tiempo litúrgico en el que esta realidad central de la fe cristiana se propone a los fieles de forma más intensa: la Pascua. Cada año, en el «Santísimo Triduo de Cristo Crucificado, Muerto y Resucitado», como lo llama San Agustín, la Iglesia recorre las etapas finales de la vida terrenal de Jesús: su condena a muerte, su subida al Calvario cargando la Cruz, su sacrificio por nuestra salvación, su deposición en el sepulcro. El «tercer día», pues, la Iglesia revive su Resurrección: es la Pascua, el paso de Jesús de la muerte a la vida, en la que se cumplen plenamente las antiguas profecías. Toda la liturgia del tiempo de Pascua canta la certeza y la alegría de la Resurrección de Cristo.

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