Arzobispo: “El Resucitado nos llama a salir de los sepulcros del mal y del odio, para resucitar a la vida nueva”

“¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Con esa invocación comenzó Monseñor Sergio Gualberti su homilía en la noche de la Vigilia Pascual que celebró este sábado Santo en la Catedral. El Arzobispo de Santa Cruz afirmó que “El Resucitado nos llama a salir de los sepulcros del mal, del odio, del desencuentro y de la violencia para resucitar a la vida nueva del perdón, la reconciliación y el amor, en todos los ámbitos de nuestra vida.

Al inicio de la vigilia y desde fuera de la Catedral, el Prelado Cruceño bendijo el fuego que le dio luz al Cirio Pascual (luz de Cristo) y con esa luz entró en la Catedral a oscuras que fue iluminándose con la luz que, del cirio Pascual, tomaban las velas de los fieles. Vigilia Pascual . Concelebraron la celebraciòn; Monseñor Estanislao Dowlaszewicz, Monseñor René Leigue, el P. Hugo Ara, Vicario de Comunicación y Rector de la Catedral y el P. Mario Ortuño, Capellán de Palmasola.

 Así mismo el Prelado aseveró que, es la Luz de Cristo que nos de la valentía de romper la lógica perversa del más fuerte y del poder que divide y enfrenta, y que nos anima a unirnos todos para superar a la crisis que nos afecta, generada por la pandemia y agravada por las tensiones sociales y políticas.

Fotografía: Jorge Ibáñez

Jesús Resucitado lleva a cumplimiento pleno la historia de la salvación, la que, esta noche, hemos recorrido paso a paso a la luz de la Palabra de Dios. Una larga caminata de la humanidad, en distintas etapas: la creación del mundo y del hombre, obras del amor de Dios, la irrupción del pecado y de la muerte, en rechazo al plan de Dios; la elección del pueblo de Dios en Abrahán y demás patriarcas; la liberación de la esclavitud de Egipto; la entrega de los mandamientos a Moisés y la Alianza con el pueblo de Israel, toda una historia, entre fidelidad e infidelidad a Dios, entre libertad, exilio y sumisión a poderes extranjeros y acompañada por la palabra de los profetas que mantuvo siempre viva la fe en Dios y la espera del Mesías.

En la humanidad y en la creación, el Resucitado ha puesto el germen de vida eterna que va creciendo en la historia, venciendo la resistencia del mal hasta llevar a plenitud la salvación, con su vuelta gloriosa al final de la historia.

También los signos de la liturgia de esta celebración nos hablan de Luz, de gozo y de vida: el canto del Aleluya, del Gloria, el toque de las campana,  la luz del fuego encendido a la puerta de la Catedral, las luces del altar y del templo, y la humilde llama de sus velas y del Cirio Pascual que han acompañado la entrada solemne al templo. La llama del Cirio que quedará encendida durante todo el tiempo pascual hasta la fiesta de Pentecostés, representa a Cristo, la luz que vence a las tinieblas, el bien que vence al mal y la vida que vence a la muerte. 

Agradecidos a Dios por el don de su Hijo Resucitado, hagamos nuestra la hermosa invocación final del Pregón, para que la luz de Cristo brille siempre en la vida e historia de la humanidad: “Que el lucero matinal encuentre ardiendo este cirio, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos”.

Sábado Santo celebramos la Vigilia Pascual, que recuerda el triunfo de Cristo ante la muerte, pues resucitó y salió glorioso del Santo Sepulcro. Así Cristo celebra una Pascua Nueva, es decir, el paso de la muerte a la Vida Eterna.

Es la noche alegre y dichosa en que Cristo venció a la muerte. Debemos recordar que debido a que los judíos no podían trabajar el sábado porque para ellos era día de descanso, las mujeres tuvieron que esperar hasta las primeras horas del domingo para acudir a embalsamar el cuerpo de Jesús.

En la celebración de la Vigilia Pascual en Sábado Santo se proclaman siete lecturas del Antiguo Testamento que tienen finalidad de que todos los cristianos recordemos que Dios cumplió todas sus promesas y las seguirá cumpliendo.

Los símbolos de la Vigilia Pascual

Además de las lecturas, la celebración está llena de signos, aquí te los explicamos uno a uno:

El Fuego Nuevo

El primer signo es la Bendición del Fuego Nuevo, con el que se enciende el Cirio Pascual, que es signo de Cristo resucitado que vence la oscuridad del pecado y la muerte. El cirio que se enciende esta noche se llama “cirio pascual” y se tendrá que encender también durante todo el año en las celebraciones del Bautismo, para indicar que el bautizado está iluminado por Cristo, y también en las misas de difuntos para recordar que para ellos brilla la luz eterna.

El Pregón Pascual

El segundo signo es de la Vigilia Pascual es el Pregón Pascual como se nombra a un hermoso canto con el que se anuncia solemnemente la Resurrección de Cristo. Este pregón lo canta el sacerdote o un diácono cuando ya todos tienen su cirio encendido.

La Bendición del Agua

Hay que recordar que en la antigüedad sólo había un día para los bautismos, ese era el día de la resurrección de Cristo. Se bautizaba en ese día porque así se comprendía mejor que quien se bautiza se une a Cristo muerto y resucitado. Quien se bautiza no morirá para siempre sino que resucitara por el poder de Cristo.

Por esa razón se quedó la costumbre de bendecir el agua y se le llama “agua de gloria” porque Cristo abrió la gloria el día de la Pascua. Si en la celebración hay bautismos se hace con esa agua, pero si no hay, entonces se rocía con el agua a todas las personas para que recuerden su Bautismo.

Antes de rociarlos se les pide que renueven las promesas de su bautismo y vuelvan a renunciar al mal.

La pila bautismal

El agua de la pila bautismal se bendice con un gesto muy significativo: se introduce en ella el cirio, para significar que Cristo la penetra y la fecunda para que dé abundantes hijos de Dios.

Vigilia Pascual: “Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

03/04/2021

“¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado”. El sepulcro está vacío. Es la respuesta del Ángel a las mujeres que el domingo en la mañana muy temprano habían ido al sepulcro con perfumes para embalsamar a Jesús.

Jesús Resucitado lleva a cumplimiento pleno la historia de la salvación, la que, esta noche, hemos recorrido paso a paso a la luz de la Palabra de Dios. Una larga caminata de la humanidad, en distintas etapas: la creación del mundo y del hombre, obras del amor de Dios, la irrupción del pecado y de la muerte, en rechazo al plan de Dios; la elección del pueblo de Dios en Abrahán y demás patriarcas; la liberación de la esclavitud de Egipto; la entrega de los mandamientos a Moisés y la Alianza con el pueblo de Israel, toda una historia, entre fidelidad e infidelidad a Dios, entre libertad, exilio y sumisión a poderes extranjeros y acompañada por la palabra de los profetas que mantuvo siempre viva la fe en Dios y la espera del Mesías.

Jesús Resucitado culmina ese largo camino liberando, en forma definitiva, al pueblo elegido y a la humanidad entera, del pecado y de la muerte, instaurando con ella la Nueva y Eterna Alianza y abriendo las puertas de la vida eterna. Nosotros, por al bautismo, hemos recibido la gracia de ser liberados del mal, ser constituidos hijos de Dios y miembros la Iglesia, el Pueblo de la Nueva Alianza.

En la humanidad y en la creación, el Resucitado ha puesto el germen de vida eterna que va creciendo en la historia, venciendo la resistencia del mal hasta llevar a plenitud la salvación, con su vuelta gloriosa al final de la historia.

Este es el horizonte que nos ofrece el Resucitado para apaciguar nuestra sed de felicidad y de vida y que nos hace exclamar con alegría: “¡Vive el Señor de veras!… Él es nuestra vida”. Jesús verdaderamente ha resucitado, nos lo testimonian la experiencia personal y la palabra veraz de los apóstoles y de las mujeres que acompañaban a Jesús.

Y justamente las mujeres, así como han presenciado la muerte de Jesús en la cruz, a lado de su madre María, de la misma manera son las primeras en recibir el mensaje de la resurrección. Ellas que habían ido angustiadas y dolidas al sepulcro, regresan felices por el encuentro con Jesucristo vivo y son las primeras “testigos del resucitado” que anuncian la buena noticia a los apóstoles.

Desde su testimonio y el de los apóstoles, a quienes también, en distintas oportunidades, se les apareció personalmente el Señor, el anuncio alegre y esperanzador del Resucitado se ha vuelto el anuncio más extraordinario en la historia de la humanidad y la misión principal y gozosa de la Iglesia y de todos los bautizados.

Desde ese primer momento, los cristianos estamos llamados a anunciar la buena noticia del Resucitado que ha salido de su tumba y que nos llama a todos a salir de los sepulcros del mal, del odio, del desencuentro y de la violencia para resucitar a la vida nueva del perdón, la reconciliación y el amor, en todos los ámbitos de nuestra vida.

Al respecto, San Pablo nos insta a apurar en dar este paso: “Ya es hora de despertarnos del sueño… despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de la luz” (Rom. 13.11)

Ya es hora que nos despertemos de la indiferencia, la pasividad y el anonimato, para revestirnos de valentía y entusiasmo, y anunciar y testimoniar la luz del Resucitado.

Toda la liturgia de esta noche santa, noche de estupor y maravilla, es un himno a la luz: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mí gozo».  La Luz, que llena de gozo esta noche, es Cristo, el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin de la historia de la humanidad, que transforma la noche en día y que irradia su luz sobre toda la tierra.

También los signos de la liturgia de esta celebración nos hablan de Luz, de gozo y de vida: el canto del Aleluya, del Gloria, el toque de las campana,  la luz del fuego encendido a la puerta de la Catedral, las luces del altar y del templo, y la humilde llama de sus velas y del Cirio Pascual que han acompañado la entrada solemne al templo. La llama del Cirio que quedará encendida durante todo el tiempo pascual hasta la fiesta de Pentecostés, representa a Cristo, la luz que vence a las tinieblas, el bien que vence al mal y la vida que vence a la muerte. 

El Pregón pascual, el hermoso himno a la Luz cantado hace unos momentos, nos dice justamente que la Luz de Cristo ”ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”. La Luz de Cristo es la que ilumina nuestras vidas y renueva las relaciones en nuestros hogares, los ambientes de trabajo, ciudades y regiones. Es la Luz de Cristo que nos de la valentía de romper la lógica perversa del más fuerte y del poder que divide y enfrenta, y que nos anima a unirnos todos para superar a la crisis que nos afecta, generada por la pandemia y agravada por las tensiones sociales y políticas.

Es la Luz que nos restituye a la gracia, que transforma nuestro ser, que nos da la vida nueva y nos agrega a los santos. Gracias a la luz de Cristo, ya no hay distancias invencibles entre el cielo y la tierra, Dios y la humanidad se han unido en una nueva Alianza.  

El Pregón Pascual dirige, al universo entero y a todas las creaturas, una invitación a la alegría: “Alégrese en el cielo el coro de los ángeles y resuene la trompeta de la salvación, por la victoria de Cristo. Goce también la tierra que, inundada de tanta luz y radiante con el fulgor del Resucitado, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero. Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante. Resuene, este templo, con nuestras aclamaciones y cantos de júbilo“.

El cielo, los ángeles, la tierra, la Iglesia, la humanidad y el mundo entero, debemos alegrarnos y exultar porque Cristo, de una vez por todas, nos ha devuelto la esperanza, nos ha abierto las puertas del cielo y ha restaurado el plan originario del Padre, haciendo posible las relaciones de paz de nosotros con Dios, con las demás personas y con la creación.

Agradecidos a Dios por el don de su Hijo Resucitado, hagamos nuestra la hermosa invocación final del Pregón, para que la luz de Cristo brille siempre en la vida e historia de la humanidad: “Que el lucero matinal encuentre ardiendo este cirio, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos

Fuente: CAMPANAS

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