El hijo de Dios que libera a la humanidad del pecado y la muerte y trae una vida nueva.

Arzobispo: “Dios nos dice que es posible transformarnos y transformar al mundo desfigurado, y lograr un mañana mejor para las víctimas de la injusticia, los oprimidos y decaídos”

Campanas. Desde la Catedral este domingo, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti afirmó que, La palabra de Dios de este domingo nos dice que es posible transformarnos y transformar al mundo desfigurado, atemorizado y desorientado por tanto odios, violencias, guerras y por el vacío de un horizonte certero de paz y lograr un mañana mejor para las víctimas de la injusticia, los oprimidos y decaídos, solo si no perdemos la esperanza y seguimos firmes en nuestro camino junto al Señor hasta llegar a “ser ciudadanos del cielo”, nuestra meta dichosa y definitiva.

En este 2do. Domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta un hecho trascendental en la vida de Jesús durante su último viaje a Jerusalén, donde le espera la pasión, muerte y resurrección, sucesos que Él había anunciado a sus discípulos con anterioridad. Jesús sube al monte Tabor para hacer oración en comunicación filial con el Padre. Lo acompañan Pedro, Juan y Santiago, los apóstoles testigos de los hechos más decisivos de su misión y que estarán también a su lado en la huerta del Getsemaní.

Mientras está en oración, el rostro y toda la persona de Jesús se transfiguran y se vuelven muy resplandecientes, signo de su gloria como Hijo de Dios. A su lado aparecen Moisés y Elías, testigos y representantes de la ley y los profetas del Antiguo Testamento, en señal de su aprobación a la misión que Jesús está llevando a cabo.

“Jesús es el profeta definitivo, el hijo de Dios que libera a la humanidad del pecado y la muerte y trae una vida nueva”

De pronto una nube envuelve a los tres, pero, Moisés y Elías desaparecen; su presencia ya no es necesaria. Ahora Jesús es el profeta definitivo que va a encabezar el nuevo éxodo, el legislador que sanciona la nueva Alianza no en base a una ley sino al amor, el hijo de Dios que libera a la humanidad del pecado y la muerte, que trae vida nueva y que cumple a plenitud el plan de salvación.

“¡Este es mi hijo, el Elegido, Escúchenlo!”

De pronto de la nube sale una voz: “¡Este es mi hijo, el Elegido, ¡Escúchenlo!”. Dios Padre revela a los tres discípulos el corazón del misterio de Jesús: “Este es mi Hijo”. El hecho que el mismo Dios testimonie que Jesús de Nazaret es en verdad su Hijo, para la fe de los discípulos es más decisivo que su experiencia de vida. Pedro busca anticipar los tiempos atrapando para siempre la gloria de Cristo sin pasar por la cruz: “Maestro, que bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

“El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades… le quitarán la vida y al tercer día resucitará”.

Él no entiende el sentido de lo que está pasando: “Él no sabía lo que decía”, y ha olvidado incluso la advertencia hecha por Jesús unos días antes: “El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades… le quitarán la vida y al tercer día resucitará”.

“Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”

Como para Pedro, también para nosotros es difícil asumir la realidad del dolor y de la cruz de Jesús, porque pensamos que sería más fácil creer en Él como nuestro Salvador si se manifestara triunfante y glorioso. Pero Jesús nos indica sin reservas cuales son los pasos para ser sus discípulos: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.

“La propuesta de Jesús exige hacer un cambio radical en nuestra manera de vivir, pensar y actuar”

La propuesta de Jesús exige hacer un cambio radical en nuestra manera de vivir, pensar y actuar, como se nos ha pedido al inicio de la cuaresma al recibir las cenizas sobre nuestras cabezas: “Conviértete y cree en el Evangelio”.

“Hace falta que el Señor purifique nuestro corazón y mirada interior y nos fortalezca en la fe para descubrirlo presente en nuestra vida”

Convertirnos es hacer converger todos los aspectos de nuestra vida en el centro unificador que es Jesús y su Evangelio, el faro siempre encendido que ilumina todo nuestro caminar. Solos no podemos dar este paso. Hace falta que el Señor purifique nuestro corazón y mirada interior y nos fortalezca en la fe para descubrirlo presente en nuestra vida e historia cotidiana.

“Hay que emprender el camino de la conversión con la certeza de que es posible transfigurarnos en imagen de Dios”

Lo que nos espera al final de nuestra peregrinación en este mundo, donde no faltan sufrimientos, desengaños y pruebas, no es la nada de la muerte sino la gloria de la vida nueva en Dios, transfigurada y feliz, como dice San Pablo a los cristianos de Corinto: el Señor “transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso”.

“La cuaresma es el tiempo propicio para dejar a un lado los criterios mundanos, y la indiferencia ante tantos hermanos sufridos y necesitados”

La cuaresma es el tiempo propicio para subir al monte Tabor, hacer esa experiencia maravillosa junto a los tres discípulos, poner nuestra mirada y confianza en él, elevarnos sobre el mal, el odio y la mezquindad, dejar a un lado los criterios mundanos del poder, las riquezas, la fama y tantos otros ídolos, y desinstalarnos de la mediocridad, la superficialidad y la indiferencia ante tantos hermanos y hermanas sufridos y necesitados.

“El encuentro con Jesús transfigurado, nos da la fortaleza para superar los temores, transfigurar nuestro corazón y, nos abre las puertas de la eternidad”

El encuentro con Jesús transfigurado, nos da la fortaleza para superar las dudas y temores, transfigurar nuestra mente, nuestro corazón y nuestro obrar, y, sobre todo, nos abre las puertas de la eternidad y participar de su “gloria”.

“Jesús transfigurado es nuestra esperanza y nos impulsa a caminar con perseverancia y firmeza junto a Él”

Jesús transfigurado es nuestra esperanza, el Señor que nos impulsa a caminar con perseverancia y firmeza junto a Él para que nos transfiguremos en hombres nuevos. Su cercanía hace más ligero el camino, aunque crucemos por percances y sufrimientos, porque la vida cristiana no es el paraíso ya alcanzado sino la meta por alcanzar.

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