Arzobispo: Con su ejemplo Jesús, nos indica el camino a andar, un camino con humildad y espíritu de servicio, dispuestos a pasar por la cruz, para mirar con esperanza a un futuro de paz”

Este domingo de Ramos, desde la Catedral el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, afirmó que con su ejemplo Jesús, nos indica el camino a andar, un camino en sencillez, humildad y espíritu de servicio, dispuestos a pasar por la cruz, para mirar con esperanza a un futuro de bienestar y paz, a la luz de la vida nueva en Cristo Resucitado.

Así mismo el prelado no pidió que Reconozcamos en Jesús a los crucificados de hoy, los pobres, los marginados y todos los sufridos. En particular reconocerlo y acogerlo en nuestros hermanos contagiados por el coronavirus, necesitados, cómo Él, de un Cireneo que les ayude a cargar la cruz de la enfermedad que está rebrotando con renovada virulencia en nuestra región.

Reconocer al Señor Crucificado también en las víctimas de una administración corrupta y servil de la justicia que está sembrando rancores, enfrentamientos y divisiones que impiden atender con urgencia a la pandemia, reconciliar y pacificar al país y reactivar la economía, superando, todos juntos, la crisis general que vivimos, dijo Monseñor.

Con el Domingo de Ramos iniciamos la “Semana Santa”, un tiempo entrañable en el que la Iglesia nos hace revivir los últimos días de la vida terrenal de Jesús. Una semana“santa” porque santificada por el amor sin límite de Cristo que, a través de su entrega en la cruz, nos ha abierto el camino a la gracia y a la santidad de Dios. Jesús es el centro de los eventos que se suceden de manera rápida y dramática y que culminan con su muerte violenta, al final de un camino emprendido con libertad y determinación.

Aunque sin procesión por las medidas sanitarias, hemos acompañado espiritualmente a Jesús que entra en Jerusalén rodeado por sus discípulos, los peregrinos y la gente sencilla que, con alegría festiva, alaban a Dios por tantas maravillas realizadas. Jesús llega a la Ciudad Santa después de una larga subida iniciada en Galilea, símbolo de su subida interior hacia el cielo, en la presencia definitiva del Padre.

El signo de las palmas bendecidas en nuestras manos, nos recuerda justamente el reinado de amor, fraternidad y paz instaurado por Jesús.

Un Rey sencillo y humilde, con un manto por asiento, unas ramas como banderas, acogido por el pueblo humilde y creyente, gente anónima que no cuenta nada a los ojos de los poderosos. Por cierto no lo acompañan la corte real, el ejército, los ricos y los grandes del pueblo; todos estos, por el contrario, recriminan y se inquietan.

Un Rey pobre y de los pobres, Jesús se manifiesta pobre entre los últimos e indefensos de esa sociedad, porque en la pobreza, en la debilidad y en la actitud pacífica se manifiesta el poder de Dios que libera y salva.

Rey Justo e inocente, Jesús es un rey misericordioso y justo que rinde justicia a los maltratados, que atiende a los enfermos, los pobres, los sufridos, que devuelve la esperanza y que perdona a los pecadores.

Nosotros queremos identificarnos con la gente humilde de Jerusalén, unirnos a ella para alabarlo y reconocer en Jesús al Rey que nos redime de nuestras esclavitudes, perdona nuestros pecados y llena de sentido nuestra vida. Queremos alabar al Señor porque nos acepta como amigos y nos concede el don de la conversión, fruto no solo de los cuarenta días de la cuaresma, sino de nuestra vida entera, de un camino recurrido entre luces y sombras, entre logros y fracasos, aseveró el Arzobispo de Santa Cruz.

Fotografías Gentileza de de Ipa Ibañez

Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

Domingo de Ramos/28/03/2021

Hoy, Domingo de Ramos iniciamos la “Semana Santa”, un tiempo entrañable en el que la Iglesia nos hace revivir los últimos días de la vida terrenal de Jesús. Una semana “santa” porque santificada por el amor sin límite de Cristo que, a través de su entrega en la cruz, nos ha abierto el camino a la gracia y a la santidad de Dios. Jesús es el centro de los eventos que se suceden de manera rápida y dramática y que culminan con su muerte violenta, al final de un camino emprendido con libertad y determinación.

Al inicio de esta celebración, aunque sin procesión por las medidas sanitarias, hemos acompañado espiritualmente a Jesús que entra en Jerusalén rodeado por sus discípulos, los peregrinos y la gente sencilla que, con alegría festiva, alaban a Dios por tantas maravillas realizadas. Jesús llega a la Ciudad Santa después de una larga subida iniciada en Galilea, símbolo de su subida interior hacia el cielo, en la presencia definitiva del Padre.

Jesús prepara su entrada mandando por delante a sus discípulos para que requisen un pollino que nadie ha montado. La gente exultante y feliz lo acoge entre con alabanzas: “Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor”, reconociendo en Jesús el Rey, el Mesías esperado por largos siglos. Jesús en verdad es Rey, pero un rey “que viene humilde, montado en un pollino”, como había anunciado el profeta Zacarías, un rey de paz que no cuenta con las fuerzas de las armas ni con el poder de mando y las riquezas.

El signo de las palmas bendecidas en nuestra manos, nos recuerda justamente el reinado de amor, fraternidad y paz instaurado por Jesús.

Un Rey sencillo y humilde, con un manto por asiento, unas ramas como banderas, acogido por el pueblo humilde y creyente, gente anónima que no cuenta nada a los ojos de los poderosos. Por cierto no lo acompañan la corte real, el ejército, los ricos y los grandes del pueblo; todos estos, por el contrario, recriminan y se inquietan.

Un Rey pobre y de los pobres: Jesús se manifiesta pobre entre los últimos e indefensos de esa sociedad, porque en la pobreza, en la debilidad y en la actitud pacífica se manifiesta el poder de Dios que libera y salva.

Rey Justo e inocente: Jesús es un rey misericordioso y justo que rinde justicia a los maltratados, que atiende a los enfermos, los pobres, los sufridos, que devuelve la esperanza y que perdona a los pecadores. Él es el siervo del Señor anunciado por el profeta Isaías, el cordero inocente y sin culpa alguna que en silencio es llevado al matadero y que no opone resistencia ante los que lo insultan y golpean.

Esta mañana también nosotros queremos identificarnos con la gente humilde de Jerusalén, unirnos a ella para alabarlo y reconocer en Jesús al Rey que nos redime de nuestras esclavitudes, perdona nuestros pecados y llena de sentido nuestra vida. Queremos alabar al Señor porque nos acepta como amigos y nos concede el don de la conversión, fruto no solo de los cuarenta días de la cuaresma, sino de nuestra vida entera, de un camino recurrido entre luces y sombras, entre logros y fracasos.

Queremos alabar al Señor porque el encuentro con Él ha cambiado nuestra vida y, al igual que al profeta Isaías,  nos ha hecho sus discípulos y cada mañana abre nuestro oído a su palabra y porque nos ha dado la fuerza de hacerla conocer y testimoniar la alegría del Evangelio.

Sin embargo, en la entrada de Jesús a Jerusalén, no todo es alegría y alabanza; ya en esos primeros momentos se proyecta la sombra de la cruz. El hecho que las autoridades están recriminando y complotando es un signo claro de la suerte inminente que le espera a Jesús. De hecho, a tan solo cinco días de su entrada a la ciudad, habrá también mucha gente reunida a su alrededor, pero, instigada por las autoridades, no gritará “bendito sea el rey”, sino “Crucifícalo, crucifícalo”.

Jesús es consciente que la subida definitiva al Padre debe pasar por la cruz, no obstante, al igual que el siervo sufriente, no “se echa atrás“, no huye de la pasión sino que la enfrenta con la fuerza del amor y de la verdad. En todo este misterio de dolor, Él no actúa como víctima resignada y pasiva, sino como el protagonista que entrega por amor y voluntariamente su vida, en solidaridad con nuestra suerte humana y en cumplimiento total de la voluntad del Padre.

Jesús no quiere ni busca la muerte; la acepta. Es el paso necesario para “desandar” íntegramente el camino de “rebeldía“, “desobediencia” y pecado de la humanidad, y para hacer que emprenda las sendas de la obediencia, la gracia y la vida. Jesús vive toda su pasión como una oración de entrega total al Padre, desde el Getsemaní: “Padre… aparta de mí este cáliz… pero que se haga lo que Tú quieres”, hasta sus últimas palabras en la cruz: ”Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Jesús, el “hombre justo” y de paz, perseguido y sufrido, viene hoy a nuestro encuentro y nos propone subir con él hacia la cruz, reconocer en su rostro desfigurado y en su cuerpo herido, al Hijo de Dios pero también reconocer en ÉL a los crucificados de hoy, los pobres, los marginados y todos los sufridos. En particular reconocerlo y acogerlo en nuestros hermanos contagiados por el coronavirus, necesitados, cómo Él, de un Cireneo que les ayude a cargar la cruz de la enfermedad que está rebrotando con renovada virulencia en nuestra región.

Reconocer al Señor Crucificado también en las víctimas de una administración corrupta y servil de la justicia que está sembrando rancores, enfrentamientos y divisiones que impiden atender con urgencia a la pandemia, reconciliar y pacificar al país y reactivar la economía, superando, todos juntos, la crisis general que vivimos.

Con su ejemplo Jesús, esta mañana, nos indica el camino a andar, un camino en sencillez, humildad y espíritu de servicio, dispuestos a pasar por la cruz, para mirar con esperanza a un futuro de bienestar y paz, a la luz de la vida nueva en Cristo Resucitado. Amén.

Fuente: Campanas

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