Por: P. Guillermo Siles Paz, OMI
Este 1 de noviembre la iglesia católica celebra la solemnidad de Todos los Santos. Fiesta instituida en honor a todos y cada uno de los santos, conocidos o desconocidos, por su gran labor de difundir el mensaje de Dios. Pero muchas veces lo confunden a la fiesta de los santos con lo de los difuntos, cuando en su esencia es diferente, pero tienen encuentro en algunos criterios.
En este tiempo es necesario de entender la riqueza de esta fiesta de la Iglesia. Porque significa un gran símbolo. Recordar la fiesta de los santos es volver a invocar a miles de hombre y mujeres de fe y vida que lograron, en su interioridad a Cristo. Que, por su fe y amor a Dios, terminaron en un estado diferente de rectitud, misericordia y humildad.
Por eso, para la iglesia la fiesta de todos los santos, es una solemnidad cristiana. Desde sus orígenes en el siglo IV, la Iglesia ha experimentado el martirio, debido a la gran cantidad de perseguidos a causa de su fe. Mirando la historia de la Iglesia, reconocemos como los primeros cristianos murieron perseguidos por su fe. Y la fiesta de todos los santos lo pusieron de manera oficial el 13 de mayo del año 610 el Papa Bonifacio IV dedicó el Panteón romano al culto cristiano. Es así que se les empieza a festejar en esta fecha. Posteriormente el Papa Gregorio IV, en el siglo VII, trasladó la fiesta al 1 de noviembre.
Tal vez tendríamos que diferenciar claramente a los santos que oficialmente son admitidos por la iglesia, “declarados” y es porque han seguido un proceso, lo que les llevó a ser declarados por la Santa Iglesia Católica, como santos. A estos se los llama los santos “canonizados” son varios millares. Pero existe una inmensa cantidad de santos no canonizados, pero que ya están gozando de Dios en el cielo. Ahí podríamos ponerle el nombre, pero que no se ha declarado para la iglesia por no seguir el proceso, pero además también porque es parte del pueblo de Dios.
El Papa Francisco en exhortación apostólica, Gaudete et exsultate. Nos recuerda que hay exigencia para la santidad, una y la fundamental es la humildad. (GeS 118), nos dice: “La humildad solamente puede arraigarse en el corazón a través de las humillaciones. Sin ellas no hay humildad ni santidad. Si tú no eres capaz de soportar y ofrecer algunas humillaciones no eres humilde y no estás en el camino de la santidad. La santidad que Dios regala a su Iglesia viene a través de la humillación de su Hijo, ése es el camino….”
De ahí, que el día de los santos es un día especial para la iglesia busca reconocer a todos los hombres y mujeres que han consagrado su vida a Dios, por su humildad permanente. Ahora gozan en plenitud de las promesas de Dios y han recibido la fuerza de Dios en la vida terrenal para transformar el dolor en vida y gozo. Los miles de santos y santas de Dios se convierten en intercesores ante el Padre por su dignidad y entrega total. Todos tuvieron rostro concreto, vivieron y se consagraron, priorizaron su amor a lo divino, muchos renunciando al mundo, para entra en plenitud, lo que se anuncia al final de los tiempos
El catecismo católico en el #957, al referirse a la comunión con los santos, nos dice: «No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios» (LG 50).
Por eso es tiempo especial para todos nosotros porque hay muchos hermanos y hermanas nuestros que consagraron su vida a Dios de otra forma, practicaron el amor fraterno, desde la sencillez, desde el silencio y simplemente dejaron que Dios viva en ellos, se manifestaron cristianamente y emergen como un modelo de vida y admiración. Ellos supieron encarnar a Cristo en sus vidas. De ahí que se manifestaron, inclusive algunas acciones extraordinarias, las que les llevó a ser reconocimos como dignos, venerables
Pero también, hay en nuestros pueblos, personas que no se mostraron como un prototipo de vida, sino simplemente vivieron en el silencio a Dios uno y Trino, esos son los desconocimos, o los que no supieron manifestarse, ni seguir un proceso. Muchos vivieron entre nosotros y nos dieron paz y amor. Algunos arriesgaron su vida por la justicia y la libertad de forma anónima. La sangre de los que dieron la vida por la fe, ellos gozan en el silencio y ternura de Dios.
Por qué lo confundimos con la fiesta de los difuntos. Simplemente porque hay muchos de nuestros seres queridos, que han muerto en gracia de Dios y han logrado la gloria de Dios. Sin embargo, es bueno también entender que los muertos, por la voluntad del Padre también gozaran de la vida de Dios, su promesa alcanza a todos. La muerte logra el encuentro con Dios, porque aceptaron a Cristo, que se entregó por nosotros, que asumieron el papel de la iglesia en la tierra y lograron encontrar la esperanza, al final de los tiempos.
Algo interesante que nos recuerda el Papa Francisco, con relación a la relación de las dos fiestas, de los santos y de los difuntos. “El 1 de noviembre celebramos la solemnidad de Todos los santos. El 2 de noviembre la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Estas dos celebraciones están íntimamente unidas entre sí, como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. En efecto, por una parte, la Iglesia, peregrina en la historia, se alegra por la intercesión de los santos y los beatos que la sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; por otra, ella, como Jesús, comparte el llanto de quien sufre la separación de sus seres queridos, y como Él y gracias a Él, hace resonar su acción de gracias al Padre que nos ha liberado del dominio del pecado y de la muerte”.
Pensar en los santos, es unirnos a Cristo por medio de ellos, y aspirar a ser santos, es dejar vivir a Cristo en nosotros permanentemente. Todo cristiano tiene esta vocación.
No podemos ignorar lo que nos decía san Pablo, Primera de Tesalonicenses (1Tes. 4,14) «Así como Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevara con Jesús a los que murieron con él » . /// GSP.
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