Mons. Sergio Gualberti: «pido desterrar la violencia, el odio y dejar de matarnos entre hermanos”

Este domingo 17 de noviembre, desde la Basílica menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, ante la violencia ciega que desde varios días vivimos en nuestro paíspidió a todos, en nombre de Diosdesterrar de una vez por todas, la violencia, el odio y resentimientos y dejar de matarnos entre hermanos.

También pidió a los hermanos que están movilizados, distanciarse de los pregoneros de muerte que desde tiempo están sembrando odio y mentiras y que ahora los incitan a la lucha violenta.

Homilía. Mons. Sergio Gualberti.

Domingo 17 de noviembre de 2019.

«De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra», es la afirmación fuerte y provocadora de Jesús ante algunos que se admiraban por la belleza y magnificencia del Templo de Jerusalén. Él no pretende despreciar al Templo, sino hacer entender a esa gente y también a nosotros hoy que todas las realidades creadas, personas y cosas, incluso las más sagradas, son perecederas y que no hay poner en ellas nuestras seguridades ni la finalidad de nuestra existencia.

Pienso que todos tenemos experiencias de haber puesto, en algún momento, la confianza en certezas, ideologías, obras y personas, que pensábamos definitivas y que después se revelaron efímeras, dejándonos puntualmente frustrados y decepcionados.

Los discípulos y la gente, sorprendidos por esas palabras, quieren saber cuándo, cómo y en qué manera pasará todo eso. Jesús no responde directamente a estas preguntas, sino que les habla de las certezas y realidades que no acaban nunca y que sobreviven al final del mundo y de la historia.

Estas preguntas acerca de la caducidad de nuestra vida y del mundo, despiertan inquietud y temor en nuestro corazón que necesita de seguridades donde aferrarse. Por eso, en la historia del mundo y de la Iglesia y también hoy, siempre se ha buscado dar respuesta a esas interrogantes, pero a menudo se han encontrado palabras mentirosas de profetas de desventura que han especulado sobre nuestro temor. De eso Jesús nos pone en alerta: «Tengan cuidado. No se dejen engañar, porque muchos se presentarán incluso con mi nombre«. Estos “falsos mesías« que levantan el nombre de Dios se aprovechan de los males de la humanidad como guerras, revoluciones, epidemias, desastres naturales y fenómenos cósmicos,  para anunciar la inminente fin del mundo y lucrar con el temor de la gente.

Sin embargo, sabemos que muchas calamidades, como los terremotos, son inevitables en cuanto son parte de la fragilidad y limitaciones del mundo. Otros males, en cambio, son fruto de la maldad humana, como las luchas fratricidas, las guerras y los genocidios. También se deben a la codicia humana las heridas mortales a la “hermana madre tierra”, la explotación salvaje de recursos naturales, la tala masiva de bosques incluso de parques naturales, la contaminación del agua y del aire y el extractivismo indiscriminado de hidrocarburos y minerales. Recordemos tan solo el estrago causado por los incendios a los bosques de la Chiquitania en los meses pasados.

Jesús nos pide poner la mirada sobre el desenlace final de la historia no para asustarnos ni para que huyamos de la realidad de este mundo, sino para que pongamos toda nuestra atención a la realidad que nos rodea y nos comprometernos con el tiempo presente, el único a nuestra disposición.

Él nos urge a una vida nueva y a instaurar nuevas relaciones sobre la base del amor de nosotros con Dios, como hijos, entre nosotros como hermanos y con la creación como administradores, porque es en nuestra existencia que radican las promesas de Dios para que tengan consistencia nuestra esperanza y fe en las realidades que nunca terminan. Este compromiso está en plena sintonía con la III Jornada Mundial de los Pobres que celebramos hoy, iniciativa querida por el Papa Francisco. Esta celebración nos recuerda que, siguiendo el ejemplo de Jesús que vino a traer la Buena Noticia a los pobres, tenemos que ser solidarios con los hermanos necesitados y marginados y hacernos prójimos de ellos, pero también que debemos trabajar para la construcción de una sociedad impregnada de los valores del Reino de Dios.

Es en este espíritu y ante la violencia ciega que desde varios días vivimos en nuestro país y que deja tras de sí destrucción y muchos muertos y heridos, pido a todos, en nombre de Dios, desterrar de una vez por todas, la violencia, los odios y resentimientos y dejar de matarnos entre hermanos. En particular, a los hermanos que están movilizados, les pido distanciarse de los pregoneros de muerte que desde tiempo están sembrando odio y mentiras y que ahora los incitan a la lucha violenta. De la misma manera, las fuerzas del orden no hagan un uso desmesurado de la fuerza represiva y cuiden la vida también de los manifestantes, porque la vida humana es un don sagrado de Dios y nadie puede quitarla.

Seamos todos operadores de paz, salgamos de nuestras cegueras y errores del pasado y dejemos a un lado los intereses particulares de cualquier tipo. Miremos con audacia e inventiva hacia una nueva Bolivia, reconciliada, en paz y cimentada sobre la roca de la fe en Dios, del respeto de la vida, las personas y los derechos humanos, y de la justicia y ecuanimidad. No escatimemos esfuerzos en buscar el encuentro entre todos los bolivianos como hermanos sin discriminaciones y bajo el marco del bien común. Intensifiquemos nuestra oración personal y comunitaria para que Dios no nos deje caer en la tentación  del odio y de la violencia, afiance el propósito de construir juntos un nuevo país libre y democrático y nos de la fuerza para superar los obstáculos y sufrimientos que esto conlleva.

La certeza de que Dios es un Padre bueno y fiel que no nos abandone jamás, sea la consoladora verdad que sostiene nuestra esperanza y nuestros esfuerzos de paz. La palabra de Dios hoy nos motiva a abrir nuestro horizonte y caminar al encuentro del “día del Señor”, a pesar de las dificultades y experiencias dolorosas que marcan nuestra existencia personal y del mundo. Confiemos en Dios que guarda en su corazón todo lo que nos sucede, con la certeza que nuestra vida no se pierde porque está en sus manos.

Antes de terminar, les recuerdo que hoy en Bolivia celebramos el Día Nacional de los Catequistas, con el lema; Una vocación al servicio de la Iglesia”. Una buena representación de ellos está entre nosotros esta mañana, hermanos y hermanas que con entrega se han puesto al servicio del Pueblo de Dios, en particular de los niños y jóvenes para que conozcan y encuentren personalmente al Señor.

No lo hacen por iniciativa propia, es una vocación, un signo del amor de Dios al cual han respondido con generosidad, porque han descubierto en Él la seguridad y la certeza que los colma de alegría. Con las mismas palabras de Jesús: «Gracias a la constancia, salvarán sus vidas» agradecemos a todos los catequistas de nuestra Arquidiócesis y de Bolivia por su servicio llevado con entrega y fidelidad. Amén

Deja un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.