“El panorama social y político, tanto nacional como internacional, ofrece en este preciso instante de nuestra historia muchos temas de reflexión, quizás demasiados, sobre cómo la humanidad, entendida no como una realidad lejana y abstracta sino como el pensar y el actuar de cada individuo, sin excluir a nadie, insiste en hacerse daño a todo nivel”, dijo Mons. Ángelo Accattino Nuncio Apostólico de Bolivia, quien tomó la palabra en la CXI Asamblea de Obispos que se lleva a cabo en la cuidad de Cochabamba del 10 al 15 de noviembre.
Esta humanidad dice Mons. Accattino está “cegada por el poder, la fama, el dinero o simplemente para alimentar el propio ego, sin pensar en las repercusiones, a veces nefastas, sobre los demás, sus vidas, su economía y su futuro”.
Acotó que excesivas palabras se han pronunciado al respecto, algunas muy propositivas, otras vacías. “Así que, me parece, por lo menos de mi parte, hasta superfluo sumar palabras a otras palabras, estando convencido de que Dios nunca acaba de hablar a cada corazón, en todas las latitudes del mundo y de que, al fin y al cabo, cada uno está llamado a responder a su conciencia: la norma última de la acción moral.
A continuación la homilía completa de Mons. Ángelo Accattino, Nuncio Apostólico de Bolivia.
Saludo al inicio de la CXI Asamblea General Ordinaria de la C.E.B. Cochabamba, 10 de noviembre de 2022
Excelentísimo Mons. Aurelio Pesoa Ribera, O.F.M.,
Presidente de la Conferencia Episcopal;
Eminentísimo Cardenal Toribio Porco Ticona;
Excelentísimo Mons. Ricardo Ernesto Centellas Guzmán,
Arzobispo de Sucre y Primado de Bolivia;
Hermanos Arzobispos y Obispos;
Sacerdotes, Diáconos, Religiosas y Religiosos;
Colaboradores de la Conferencia Episcopal; Miembros de la Prensa; Señores y Señoras:
Hemos aceptado con gusto el P. Aghabious Gergis, secretario de la Nunciatura Apostólica, y mi persona la invitación para asistir a esta Asamblea. Participar de ella es siempre un tiempo para celebrar la fraternidad y el gozo de reflexionar y orar juntos. Agradecemos vivamente la oportunidad de podernos encontrar nuevamente.
La CXI Asamblea de la Conferencia Episcopal Boliviana nos trae a la memoria a tres de sus miembros que ya no están entre nosotros: el Excmo. Mons. Waldo Barrionuevo Ramírez, C.Ss.R., que nos ha dejado de una manera tan repentina e inesperada, produciendo un gran vacío no solo en su Vicariato Apostólico de Reyes, sino también en esta Conferencia Episcopal y en toda la Iglesia católica boliviana, en la que era también apreciado por el importante cargo de Director Nacional de las Pontificias Obras Misionales, S.E.R. Mons. Luis Morgan Casey ya Vicario Apostólico de Pando, y S.E.R. Mons. Luis Sáinz Hinojosa, O.F.M. ya Arzobispo auxiliar de Cochabamba.
Ellos han contemplado ya el misterio de la Pasión y muerte de Jesucristo nuestro Salvador y, al mismo tiempo, han experimentado la gozosa esperanza que culmina en la Resurrección, que con su luz transforma al ser humano en nueva criatura (LG, 7). Dios Padre los tenga con Él.
Me es grato agradecer a S.E.R. Mons. Pedro Luis Fuentes Valencia, C.P., Obispo Auxiliar de La Paz, por la generosa disponibilidad al aceptar el cargo de Administrador Apostólico sede vacante del Ordinariato Militar de Bolivia, y a S.E.R. Mons. Percy Lorenzo Galván Flores, Arzobispo de La Paz, por dar su consentimiento.
Análogo agradecimiento va a S.E.R. Mons. Eugenio Coter por haber aceptado a su vez el cargo de Administrador Apostólico sede vacante del Vicariato Apostólico de Reyes, añadiendo así otra gravosa responsabilidad a la de ser Pastor del Vicariato Apostólico de Pando.
A SER Mons. Fernando Bascopé Müller, S.D.B., le deseamos un fecundo servicio episcopal en la Diócesis de San Ignacio de Velasco, en su calidad de directo colaborador de SER Mons. Robert H. Flock.
El panorama social y político, tanto nacional como internacional, ofrece en este preciso instante de nuestra historia muchos temas de reflexión, quizás demasiados, sobre cómo la humanidad, entendida no como una realidad lejana y abstracta sino como el pensar y el actuar de cada individuo, sin excluir a nadie, insiste en hacerse daño, a todo nivel o ámbito, cegada por el poder, la fama, el dinero o simplemente para alimentar el propio ego, sin pensar en las repercusiones, a veces nefastas, sobre los demás, sus vidas, su economía y su futuro.
Excesivas palabras se han pronunciado a este respecto, algunas muy propositivas, otras vacías. Así que, me parece, por lo menos de mi parte, hasta superfluo sumar palabras a otras palabras, estando convencido de que Dios nunca acaba de hablar a cada corazón, en todas las latitudes del mundo y de que, al fin y al cabo, cada uno está llamado a responder a su conciencia: la norma última de la acción moral.
Por eso, esta vez, solo me detendré en un argumento que nos interesa en cuanto pastores de la Iglesia: la Carta Apostólica ‘Desiderio desideravi», del Papa Francisco, sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios. Esta dimensión, fundamental para la vida de la Iglesia, el Papa Francisco la reafirma en tal documento, sin pretender tratarla de forma exhaustiva. El busca ofrecernos algunos elementos de reflexión para que podamos contemplar la belleza, la verdad y la centralidad de la celebración cristiana. Para ello, nos dice, necesitamos «una formación litúrgica seria y vital» (Carta, n. 31).
El Santo Padre inicia su reflexión ayudándonos a ubicarnos en el Misterio pascual, verdadero centro de toda la teología litúrgica que con tanto acierto y claridad nos ha ofrecido la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium.
La liturgia comporta una real implicación personal y comunitaria con la persona de Cristo. La liturgia, como la fe, o nos llevan a un real conocimiento y encuentro vivencial con Cristo o no es fe, ni tampoco liturgia. El Santo Padre insiste en que el conocimiento del misterio de Cristo no es una asimilación mental de una idea, no se trata de un proceso mental y abstracto. Es decir, la alabanza, la acción de gracias por la Pascua de Cristo debe llegar a nuestra vida hasta el punto de que lleguemos a ser Él (cfr. Carta n. 41). Se trata por lo tanto de una implicación existencial. De otro modo, nos quedamos en simples ritos, vacíos de significado.
Hoy nuestros fieles deben aprender a leer o volver a recordar los símbolos: agua, aceite, pan, vino, perfume, ceniza, piedra, tela, colores, cuerpo, gestos, palabras en toda su significatividad, porque «el hombre moderno es analfabeto, ya no sabe leer los símbolos» (Carta, n. 44). Hoy, nuestros fieles necesitan que los pastores los ayuden »a beber de la que siempre ha sido la fuente principal de la espiritualidad cristiana» (Carta, n. 61); precisan que los guíen para valorar la Santa Misa en todos sus momentos, todos importantes porque todos conducen a lo más sagrado que tiene la Iglesia: la Eucaristía, sacramento en el que realmente se hace presente el Señor bajo la apariencia de pan y de vino.
Nuestros fieles deben abrirse al asombro, «que es parte esencial de la acción litúrgica porque es la actitud de quien sabe que está ante la peculiaridad de los gestos simbólicos; es la maravilla de quien experimenta la fuerza del símbolo, que no consiste en referirse a un concepto abstracto, sino en contener y expresar, en su concreción, lo que significa» (Carta, n. 26).
El Papa, a este propósito, lanza esta pregunta: «¿Cómo podemos seguir asombrándonos de lo que ocurre ante nuestros ojos en la celebración?» (Carta, n. 31). El asombro renovado en cada acción litúrgica está evidentemente reñido con la rutina, de la que advirtió ya el Santo Padre: «Que en nosotros la Santa Misa no caiga en una rutina superficial! iQue alcancemos cada vez más su profundidad!». Y añadió que es «necesario aprender a vivir la Santa Misa». (Mensaje para la clausura en Colonia, del Congreso Eucarístico Nacional, 10 de junio de 2013). Por eso, si la celebración de la Eucaristía no evangeliza, es decir, no se abre para que los fieles participen como tales en ella, se llegan a escuchar aquellas expresiones tan comunes principalmente entre los jóvenes tales como: «me aburro de asistir siempre a lo mismo»; «el sacerdote se extiende demasiado en sus homilías y uno pierde la atención»; «habla con términos difíciles de entender».
Se hace necesario, pues, motivar a los creyentes en el valor de la Santa Misa, iluminar con la fuerza del Espíritu, paso a paso todos los momentos de la Eucaristía. Es lamentable constatar la reducción de los practicantes, principalmente jóvenes; una reducción que tiene más que ver con la ignorancia de lo que la celebración eucarística contiene y significa que con la pereza y/o la falta de fe. Es que a nadie puede convencerle lo que no conoce e interioriza. A uno, a modo de ejemplo, carente de interés en tal o cual rama del saber, nada le dirá un museo, una pieza musical, una pintura de algún pintor famoso porque no se ama ni se aprecia lo que no se conoce.
Si un cristiano no está convencido de que «Una sola Misa glorifica más a Dios que le glorificarán en el cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos y bienaventurados juntos, incluyendo a la misma Santísima Virgen María, Madre de Dios» (Antonio Royo Marín, O.P. Teología de la perfección cristiana, N. 235, Ed. BAC), entonces caerá en frases como ésta: «No tengo ganas», «nadie me puede obligar a hacer algo que no quiero hacer». Cuando un cristiano está convencido de lo que vale la Misa, no le importarán los sacrificios que tenga que hacer para no perderla, no le importará hacer cualquier esfuerzo o afrontar eventuales renuncias. El cristiano que está convencido de que la liturgia es la alabanza pública del Pueblo de Dios, comprende entonces que «el domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo» y que «la celebración dominical ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de formarse por medio de la Eucaristía» (Carta, 65).
Hoy, al constatar dolorosamente cómo los valores, sobre todo espirituales, están perdiendo su relevancia, un momento privilegiado para renovarlos es mediante los niños y los jóvenes que acuden a la catequesis de primera Comunión y de la Confirmación. Es necesario involucrar a los padres o quienes cuiden de ellos para que comprendan que deben dar testimonio de su fe a las nuevas generaciones. De esta manera, adultos, jóvenes y niños juntos serán fermento en medio de la masa. De aquí la necesidad de acompañar con sumo esmero también la formación de los catequistas.
Un punto no menos importante en esta Carta Apostólica lo constituye también la necesidad de que la reforma litúrgica, aprobada bajo la guía del Espíritu Santo, sea respetada, sin reducirla »a la mera observancia de un aparato de rúbricas, ni tampoco puede pensarse en una fantasiosa – a veces salvaje creatividad sin reglas» (cfr. Carta, n. 48). Las normas que rigen la liturgia, con los libros litúrgicos reformados, tienen por finalidad «elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad. Esta unidad que, como ya he escrito» — insiste con determinación el Santo Padre — «pretendo ver restablecida en toda la Iglesia de Rito Romano» (Carta, N. 61). Queda claro, entonces, que la manera de rendir culto a Dios pertenece a la Iglesia universal y sus normas y rúbricas deben acatarse.
Con preocupación, el mismo Santo Padre, ha ido denunciando abusos, deformaciones, aparición de ritos, gestos y expresiones que se han ido introduciendo y se siguen Introduciendo so pretexto de «modernizar» o hacer más aceptables los actos de culto.
Las rúbricas no son ni formalismos ni legalismos, sino expresiones de respeto a lo sagrado, que no se cumplen ni se dejan de cumplir así por así. Ser fieles a las rúbricas ordenadas por la reforma litúrgica es signo de comunión eclesial porque la celebración es un acto eclesial y comunitario que, repito, pertenece a la Iglesia universal.
No quiero entrar en detalles, ya que no es ésta seguramente la sede y la circunstancia adecuada para hacerlo. Aun así, solo quiero resaltar la importancia de algunos aspectos imprescindibles en cada celebración litúrgica, especialmente en la Santa Misa. Me refiero, por ejemplo, a la fidelidad a las oraciones, a la materia de la Eucaristía, a la diferencia de participación entre el ministro ordenado y los fieles, a la música sacra, que debe ser adecuada e idónea, así como al respeto a la sacralidad de los templos o capillas y, sobre todo, al Santísimo Sacramento allí custodiado en dignos tabernáculos.
Una guía muy clara y detallada sigue siendo, a este propósito, la Instrucción ‘Redemptionis Sacramentum» de la entonces Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, del 25 de marzo de 2004.
Por supuesto, tampoco se tiene que considerar la liturgia como una disciplina rígida e inflexible. Está perfectamente previsto que haya adecuados espacios de adaptación a la cultura o costumbres locales para que los signos puedan ser mejor y plenamente entendidos en su plenitud: es esta, justamente, la tarea de las Conferencias Episcopales. Lo importante es no alterar el sentido profundo, o hasta teológico, de cada acción litúrgica.
Ahora bien, la celebración del Sínodo nos está ofreciendo una oportunidad única para reconocer que somos Pueblo de Dios, que caminamos juntos y que la Santa Eucaristía es la más alta expresión de este celebrar, alabar, bendecir juntos al Señor. «Asumir la perspectiva sinodal como metodología coherente con el recorrido que la comunidad está llamada a realizar. Este es un camino común en el que confluyen presencias y funciones diferentes para que la evangelización se lleve a cabo de una manera más participativa» (Directorio para la Catequesis 2020, n. 321), pero todas orientadas, las del celebrante y la de los fieles, a vivir en la unidad del Espíritu, el memorial del sacrificio que Cristo ofreció al Padre, una vez por toda, sobre la Cruz. Sacrificio único, cruento del Dios hecho hombre, que se hace también sacrificio de los miembros de su Cuerpo: la Iglesia que se une a la Cruz de Cristo, y con Él, fortalecido con su Palabra y su Pan, anhela la Resurrección final.
He aquí la importancia de que el documento Desiderio Desideravi reviste para todos: jerarquía y pueblo de Dios. Conocer la liturgia, celebrar la liturgia, vivir la liturgia.
Finalmente, en esta temática que nos ha presentado el Documento, ¿qué papel desempeña la religiosidad popular? Es decir la experiencia dentro de la religión cristiana manifestada por el pueblo, tales como las fiestas patronales, peregrinaciones, el culto a los Santos y otros festejos cristianos. El Papa Francisco la ha definido en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium n. 126, como «lugar teológico al que debemos prestar atención», es decir, como un lugar en donde Dios, de algún modo continúa revelándose a lo largo de la historia. Así que las genuinas manifestaciones de religiosidad popular son ocasiones que Dios elige también para revelarse a los hombres.
La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida N. 549, claramente nos recuerda que «se necesita cuidar el tesoro de la religiosidad popular de nuestros pueblos, para que resplandezca cada vez más en ella la perla preciosa que es Jesucristo, y sea siempre nuevamente evangelizada en la fe de la Iglesia y por su vida sacramental». Para ello se necesita una catequesis apropiada, es más, ofrecer un proceso de iniciación cristiana mediante un acercamlento concreto a todos los fieles (cfr. ídem, 300).
Invoco la iluminación del Espíritu Santo y la presencia materna de María para que, con humildad, creatividad, y docilidad sepamos buscar los caminos mejores para que nosotros, junto con el Pueblo de Dios, nos acerquemos siempre más a la esencialidad del Evangelio, principio de esperanza para el mundo entero y para la humanidad de todos los tiempos.
iBuen trabajo y muchas gracias!
Fuente: Prensa de la CEB
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