Los discípulos de Jesús están invitados a dejar de lado el propio “yo”, aquel que les hace preocupar de su lugar en el Reino

“Convertíos y creed en el Evangelio”, ha sido el tema de la Primera predicación de Cuaresma del predicador pontificio, el cardenal Raniero Cantalamessa, del viernes 27 de febrero en el Aula Pablo VI del Vaticano.

Una reflexión sobre el “anuncio programático” de Jesús con el cual inició su vida pública y que no solo tiene sentido en la Cuaresma, la Semana Santa o los preceptos, sino que es la razón misma de la conversión personal; creer en la vida de Jesús y aplicar su palabra.

“Hay una conversión para cada estación de la vida. Lo importante es que cada uno de nosotros descubra la adecuada para él en este momento”, explicó el cardenal Cantalamessa ante los monseñores, cardenales y presbíteros y personal de la Curia vaticana.

¿Qué es la conversión?

El fraile capuchino dijo que la conversión antes de Jesús se consideraba como un “repensamiento”, volver atrás, y a la observancia de la ley, con un “significado fundamentalmente moral” y que “sugiere la idea de algo doloroso a realizar: cambiar las costumbres, dejar de hacer esto y eso otro…”.

En cambio, la conversión en los labios de Jesús “significa más bien dar un salto adelante y entrar en el Reino, captar la salvación que ha llegado gratuitamente a los hombres, por iniciativa libre y soberana de Dios”.

 

El cardenal cita a san Tomás de Aquino que dice: “La primera conversión es creer”. Todo esto requiere “un cambio en la forma de concebir “nuestras relaciones con Dios”. Exige pasar de la idea de un Dios “que amenaza, a la idea de un Dios que viene con las manos llenas para dársenos del todo”. “Es la conversión de la «ley» a la «gracia»”.

«Si no os convertís y no os hacéis como niños…»

Jesús indica la vía de la conversión a sus discípulos: (Mt 18,1-4). “si no os convertís y nos hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos”» (Mt 18,1-4)”. Entonces, señala que la conversión, esta vez, sí significa volver atrás, “¡incluso a cuando eras un niño!”.

“Esta es la conversión de quien ya ha entrado en el Reino, ha creído en el Evangelio, y desde hace tiempo está al servicio de Cristo. ¡Es nuestra conversión!”.

El ‘Yo’ enemigo de la conversión

Los discípulos de Jesús, desde Pedro hasta el último, están invitados a dejar de lado el propio “yo”, aquel que les hace preocupar del lugar que ocuparán en el reino, de la grandeza personal. “Los frutos de esta situación son evidentes: rivalidades, sospechas, comparaciones, frustración”, afirma Cantalamessa.

Revolución copernicana

Por ello, “es necesario «descentralizarse de uno mismo y centrarse en Cristo”. El predicador explica que se trata de una revolución copernicana.Es volver a ser niños: “sin pretensiones, sin títulos, sin confrontaciones entre sí, sin envidias, sin rivalidades”.

“También para nosotros – señaló – hacernos niños significa volver al momento en que descubrimos que fuimos llamados, en el momento de la ordenación sacerdotal, de la profesión religiosa, o del primer verdadero encuentro personal con Jesús. Cuando dijimos: «¡Solo Dios basta!» y creímos en ello”.

Conversión de la mediocridad

El cardenal Cantalamessa explica el tercer contexto de la conversión “dirigidas a personas y comunidades” cristianas.“Se trata de la conversión de la mediocridad y de la tibieza”.Así señala “las siete cartas a las Iglesias del Apocalipsis”, en especial, recuerdapor su tono duro “la carta a la Iglesia de Laodicea”. «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente… Porque eres tibio, no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca… Sé celoso y conviértete» (Ap 3,15s).

Luego, expone a través de la vida de santos como santa Teresa de Jesús la lucha espiritual contra vanidades, pasatiempos y gustos sensuales, y además del “estado”de una “profunda infelicidad”. Y cita: la santa: “Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban” .

Conversión de la tibieza

La conversión de la tibieza para salir de la insatisfacción y el descontento. “San Pablo exhortaba a los cristianos de Roma con las palabras: «No seáis perezosos en hacer el bien, sed, en cambio, fervientes en el Espíritu» (Rom 12,11). Se podría objetar: «Pero, querido Pablo, ¡ahí está precisamente el problema!”, predica el cardenal.

“¿Cómo pasar de la tibieza al fervor, si uno por desgracia se desliza hacia ella? Poco a poco podemos caer en la tibieza, como se cae en las arenas movedizas, pero no podemos salir de ellas solos, como tirándonos del pelo”.

Renuncia y mortificación

El fraile capuchino sostiene que la conversión no trata solo “de nuestro espíritu o de nuestra voluntad, excepto en 1 Tes 5,23, donde indica un componente del hombre, junto al cuerpo y al alma”. Y rememora las tres etapas clásicas: “vía purgativa, vía iluminativa y vía unitiva».

“Hay que practicar durante mucho tiempo la renuncia y la mortificación antes de poder experimentar el fervor”. Sin embargo, advierte, que “un esquema tan rígido denota un desplazamiento lento y progresivo del acento de la gracia al esfuerzo humano”.

En otro momento, explico que “una ascesis emprendida sin un fuerte empuje inicial del Espíritu moriría de cansancio y no produciría nada más que «orgullo de la carne». El Espíritu se nos da para poder mortificarnos, más que como recompensa por ser mortificados. “Si, con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis”, dice san Pablo (Rom 8,13).

Fervor a la ascesis y a la práctica de las virtudes

Este segundo camino que va desde el fervor a la ascesis y a la práctica de las virtudes fue el camino que Jesús hizo seguir a sus apóstoles, explicó Cantalamessa.

“Una vida cristiana llena de esfuerzos ascéticos y mortificación, pero sin el toque vivificante del Espíritu, se parecería —decía un padre antiguo— a una Misa en la que se leyeran muchas lecturas, se realizaran todos los ritos y se trajeran muchas ofrendas, pero en la que no tuviera lugar la consagración de especies por parte del sacerdote. Todo seguiría siendo lo que era antes, pan y vino”.

La conversión y los sacramentos

En la parte final de la meditación, el cardenal indicó que la conversión también “es una renovación y actualización no sólo del bautismo y de la confirmación, sino de toda la vida cristiana: para los casados, del sacramento del matrimonio, para los sacerdotes, de su ordenación, para las personas consagradas, de su profesión religiosa”.

La conversión es un encuentro con Jesús

“El interesado se prepara allí, además de mediante una buena confesión, participando en encuentros de catequesis en los que es puesto en contacto vivo y gozoso con las principales verdades y realidades de la fe: el amor de Dios, el pecado, la salvación, la vida nueva, la transformación en Cristo, los carismas, los frutos del Espíritu.

El fruto más frecuente e importante es el descubrimiento de lo que significa tener «una relación personal» con Jesús resucitado y vivo”. “En la comprensión católica, el bautismo en el Espíritu no es un punto de llegada, sino un punto de partida hacia la madurez cristiana y el compromiso eclesial”, agregó.

El secreto de la conversión

Cantalamessa también admite que la gracia de la conversión puede llegar por distintos caminos: un retiro, una lectura, etc. “El secreto es decir una vez «Ven, Espíritu Santo», pero decirlo con todo el corazón, dejando el Espíritu libre de venir y manifestarse en la manera que él quiere, no como a nosotros gustaría que viniera, es decir sin cambiar nada en nuestra manera de vivir y de orar”.

Fuente Aleteia

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