Iglesia pide asumir “el compromiso de detener la degradación ambiental y alentar una cultura del cuidado que impregne toda nuestra sociedad”

Desde la Catedral este domingo 18 de julio, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti nos pide que acojamos la invitación del Papa Francisco en la Encíclica “Laudato sì”, y  asumamos “el compromiso de detener la degradación ambiental y alentar una cultura del cuidado que impregne toda nuestra sociedad”.

Así mismo afirma que esto implica unir esfuerzos para “hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial… Y que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza”.

El evangelio expresa muy bien ese sentimiento de Jesús: “Sintió compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor”. No siente lástima, sino compasión, una conmoción que brota de lo hondo de sus entrañas. Su reacción trasparenta el rostro compasivo de Dios que se detiene, escucha, sufre y asume como propios los dolores y problemas de los oprimidos y descartados del mundo. Por eso Jesús “estuvo enseñándoles largo rato”, porque lo más importante es “enseñar” y alimentar el corazón y el espíritu de esa multitud, desatendida y abandonada, anunciándoles la Buena Noticia de la salvación.

“Seamos personas justas y solidarias que se solidarizan con los que sufren, los pobres y los marginados de la sociedad”

También nosotros, en los momentos difíciles del fracaso, la incomprensión, el abandono o el dolor, hemos podido experimentar la compasión del Señor que nos ha devuelto la confianza y la esperanza de una nueva vida. Por eso, debemos ser agradecidos y seguir su ejemplo siendo, también nosotros, misericordiosos y compasivos con los demás. La compasión nos da la libertad de superar nuestros miedos y ser personas justas y solidarias que se solidarizan con los que sufren, los pobres y los marginados de la sociedad.

Arzobispo nos pide unirnos a las Iglesias hermanas de Tréveris e Hildesheim en Alemania, para orar por las víctimas de las terribles inundaciones que han azotado ese país.

No pensemos que esa desgracia no nos atañe porque es muy lejana de nosotros, porque calamidades como ésta, resultado del cambio climático, van golpeando a muchas regiones del mundo. Este cambio es provocado por la codicia e irracionalidad humana que no repara en herir a la madre tierra con incendios de las florestas, incluso las reservas y los parques nacionales, la explotación salvaje de recursos no renovables y la contaminación del aire y del agua entre otros; hechos que ponen en riesgo la subsistencia de la humanidad.

Por tanto, éste es un problema que atañe también a nuestro país, no sólo porque sufre las consecuencias de las heridas del medio ambiente, sino porque contribuye a las mismasCada día que pasa, el mundo se acerca a un punto de no retorno. No hay tiempo que perder.

Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

18 de julio de 2021

¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal!”. Con estas palabras amenazadoras el profeta Jeremías inicia su mensaje dirigido al rey y a los guías religiosos y políticos del pueblo de Israel, por su mala actuación en el gobierno de la nación. Ellos, han caído en el grave pecado de dejar a un lado la Alianza y la ley del Señor para estrechar pactos con potencias foráneas, han buscado sus intereses personales en vez que servir al pueblo y se han enriquecido a espaldas de los más pobres.

Dios no puede quedar indiferente ante esos pecados, por eso, a través del profeta, les anuncia que ya está a la puerta un castigo; pronto el país caerá en manos del imperio babilónico y ellos, junto a una gran parte de la población serán llevados al exilio.

Sin embargo, a estas duras palabras Jeremías hace seguir un anuncio cargado de esperanza y confianza, en particular para el resto del pueblo que se ha mantenido fiel a la Alianza: Dios mismo se hará cargo del pueblo y congregará a los que han sido expulsados y desterrados del país: “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los país adonde las habían dispersadas”.

Por eso, Dios suscitará pastores que no dispersen ni dejen perder a ninguna oveja y en el tiempo oportuno pondrá al frente del pueblo un rey descendiente de David, que reinará conforme a la voluntad divina: “Llegarán los días en que suscitaré para el pueblo un germen justo; Él practicará la justicia y el derecho en el país…”. El nombre que Dios asigna al nuevo rey expresa claramente su misión“El será prudente… y se lo llamará con este nombre – El Señor es nuestra justicia”. El nuevo rey se pondrá al servicio del pueblo, lo mantendrá unido y como buen pastor lo guiará a través de sendas de justicia, de seguridad y paz. Su persona, sus palabras y sus obras, serán el testimonio viviente del Dios de la misericordia que quiere la vida y la salvación de su pueblo.

Este anuncio esperanzador de Jeremías, se ha plenamente realizado en Jesús, como dice la carta de Pablo a los cristianos de Éfeso: “En Cristo Jesús, los que antes estaban lejos se han acercado… Porque Cristo es nuestra paz. Él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de la enemistad que los separaba”. La obra redentora de Cristo en la cruz ha derribado los muros que separaban a los judíos de los gentiles, los ha acercado entre ellos y también ha reconciliado ambos con Dios.

 Cristo es nuestra paz”. El mundo nos dice que la paz puede experimentarse solo cuando no hay conflictos y guerras, pero la paz se vive cuando, derrumbamos los muros sociales, políticos, culturales y económicos que nos separan, cuando nos relacionamos como hermanos entre todos y cuando compartimos, en modo justo y equitativo, los bienes que Dios ha puesto a nuestra disposición.

Sobre todo, apagamos nuestra sed de autenticidad, de felicidad y de paz, cunado vivimos en comunión con “Cristo, nuestra paz”la paz interior que nos sostiene en cualquier circunstancia y cuyo punto culminante es la salvación que Él nos ha adquirido en la cruz.

Y el Evangelio nos presenta un claro ejemplo de Jesús el Pastor Bueno que se preocupa tanto del bien de los apóstoles como de la gente que sufre la miseria material y espiritual. Los apóstoles, después de su primera misión, regresan donde Jesús y tienen mucho que contarle, pero “eran tantos los que iban y venían, que no tenían ni tiempo para comer”. Jesús entonces toma una decisión: “Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco”. El Maestro que había enviado los Apóstoles a la misión, ahora es el Pastor que los invita a descansar a solas con Él y a compartir los logros y dificultades que han experimentado, reforzando así los lazos de amistad e intimidad de esa nueva familia. Pero, el plan de Jesús toma un rumbo imprevisto.

Las multitudes que habían acudido donde Él, hambrientas de la Palabra y de la verdad, al verlos partir en la barca, acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y sintió compasión de ella, pues eran como ovejas sin pastor y estuvo enseñándoles largo rato”. Jesús se encuentra entre dos opciones igualmente importantes: como “pastor de sus discípulos” necesita estar a solas con ellos, pero como “pastor del pueblo sufriente” siente la urgencia de atender primero a esa gente agobiada y oprimida, sedienta de una palabra de esperanza.

El evangelio expresa muy bien ese sentimiento de Jesús: “Sintió compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor”. No siente lástima, sino compasión, una conmoción que brota de lo hondo de sus entrañas. Su reacción trasparenta el rostro compasivo de Dios que se detiene, escucha, sufre y asume como propios los dolores y problemas de los oprimidos y descartados del mundo. Por eso Jesús “estuvo enseñándoles largo rato”, porque lo más importante es “enseñar” y alimentar el corazón y el espíritu de esa multitud, desatendida y abandonada, anunciándoles la Buena Noticia de la salvación.

Creo que también nosotros, en los momentos difíciles del fracaso, la incomprensión, el abandono o el dolor, hemos podido experimentar la compasión del Señor que nos ha devuelto la confianza y la esperanza de una nueva vida. Por eso, debemos ser agradecidos y seguir su ejemplo siendo, también nosotros, misericordiosos y compasivos con los demás. La compasión nos da la libertad de superar nuestros miedos y ser personas justas y solidarias que se solidarizan con los que sufren, los pobres y los marginados de la sociedad.

En este espíritu, esta mañana les pido que nos unamos a las Iglesias hermanas de Tréveris e Hildesheim en Alemania, para orar por las víctimas de las terribles inundaciones que han azotado ese país.

No pensemos que esa desgracia no nos atañe porque es muy lejana de nosotros, porque calamidades como ésta, resultado del cambio climático, van golpeando a muchas regiones del mundo. Este cambio es provocado por la codicia e irracionalidad humana que no repara en herir a la madre tierra con incendios de las florestas, incluso las reservas y los parques nacionales, la explotación salvaje de recursos no renovables y la contaminación del aire y del agua entre otros; hechos que ponen en riesgo la subsistencia de la humanidad.

Por tanto, éste es un problema que atañe también a nuestro país, no sólo porque sufre las consecuencias de las heridas del medio ambiente, sino porque contribuye a las mismasCada día que pasa, el mundo se acerca a un punto de no retorno. No hay tiempo que perder.

Acojamos la invitación del Papa Francisco que, en la Encíclica “Laudato sì”, nos pide a todos, cada cual, de acuerdo a su responsabilidad, asumir “el compromiso de detener la degradación ambiental y alentar una cultura del cuidado que impregne toda nuestra sociedad”. Esto implica unir esfuerzos para “hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial… Y que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza”. Amén.

Fuente CAMPANAS

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