Iglesia pide a las Autoridades e Instituciones del estado, escuchar el clamor de un pueblo sufrido y cansad

Este domingo 20 de noviembre, Solemnidad de Cristo Rey, desde la Catedral, Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo Emérito de Santa Cruz pidió a las Autoridades e Instituciones del estado, escuchar el clamor de un pueblo sufrido y cansado, que pide una solución rápida y constitucional al conflicto por el Censo, un pueblo que pide respeto de la vida y una convivencia en paz, y no amenazas, no grupos de choque y confrontaciones con sus secuelas de dolores, heridos y muertos. VIDEO

Así mismo el prelado exhortó en primer lugar romper con el mal, liberar el corazón de los sentimientos de odio y rencor, dejar a un lado palabras y gestos que inciten a la violencia y dejar caer de las manos las armas fratricidas, todos, todos, cada cual de acuerdo a su responsabilidad de oficio tenemos que ser constructores de paz, con miras al bien común, dijo.

Así mismo el Arzobispo Emérito aseveró que, Cristo viene a instaurar por las sendas de nuestra historia, el Reino del Padre, el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y de la gracia, los bienes que nunca caducan, el reino eterno y universal para todos los pueblos y naciones. El Reino de la justicia, el amor y la paz, las rocas firmes sobre las cuales se construyen relaciones pacíficas y duraderas con Dios y entre nosotros con el prójimo.

Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo Emérito de Santa Cruz de la Sierra – Solemnidad de Cristo Rey – 20/11/2022

Con esta solemnidad de Cristo Rey, culminación del año litúrgico, la Iglesia expresa su fe en Jesucristo el Rey del Universo, el Salvador de la humanidad y Señor de la historia, el único al que debemos dar nuestra adhesión total y ante el cual nos arrodillamos, el referente certero e indefectible para la vida de todo cristiano.

El título de Rey es el motivo que llevó Jesús a la condena a muerte y aparece clavado en la cruz: Jesús de Nazareth Rey de los Judíos. Ante ese rey crucificado los jefes judíos y sus verdugos se burlaban de Él: ”Ha salvado a otros: ¡qué se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido”. Pero, justo cuando esas autoridades se burlan de Jesús, no se dan cuenta que están diciendo una gran verdad.

Sí, Jesús es rey, pero el ejerce su poder no con la  ostentación de fuerza como los poderosos del mundo, él reina poniéndose al servicio de los demás, en especial de los pobres y marginado: perdona a los pecadores, libera a los poseídos por los espíritus malos, sana de toda clase de enfermedades y sobre todo se entrega libremente a la muerte en cruz para traer la salvación al mundo entero. Toda u vida ha sido un don. Así lo testimonió San Pedro: Jesús “pasó su vida haciendo el bien”.

Esta es la novedad que trajo Cristo, la imagen viviente del Dios verdadero, el Dios que no pide sacrificios al hombre, sino que él se sacrifica  por amor, entregándonos a su Hijo único. Cristo es el rey para los demás y no para sí, el rostro visible del Padre misericordioso que no quiere nuestra muerte sino nuestra vida plena conforme a nuestra  dignidad de hijos de Dios: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia”.

La incomprensión de la realeza divina de Cristo, se refleja también en las palabras desafiantes de uno de los dos ladrones crucificados junto a Él: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro ladrón lo increpa: “Nosotros sufrimos la muerte justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”. Este es el secreto del crucificado: Él es verdadero rey, el inocente en quien no hay ninguna maldad, nada de odio, resentimientos o violencia; en Él solo hay misericordia, amor y perdón y que lo mueven a sacrificarse por la humanidad.

Para el ladrón arrepentido, el hecho de que Jesús no ha hecho ningún mal, es más que suficiente para que se anime a abrirle su corazón y pedirle ser parte del reino: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». La respuesta de Jesús abre al ladrón un horizonte de esperanza que va mucho más allá de todas sus expectativas: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Esta es la buena notica: no la liberación del patíbulo de la cruz, sino el anuncio del inicio de un futuro nuevo y distinto para ese condenado a muerte y para  toda la humanidad.

Jesús, al instaurar el nuevo reino de vida, misericordia, amor, justicia y paz, ha cambiado para siempre la historia del mundo que ya no está sometida al albedrio humano, sino a la potestad amorosa de Dios. Es la gran verdad que Jesús nos han revelado: Dios es el Padre de bondad y misericordia que tan solo quiere el bien y la vida para todos. En Él nada es perdido definitivamente ni tampoco hay nadie que no pueda esperar. Solo pide que reconozcamos con humildad nuestra condición de pecadores y le abramos nuestro corazón como lo hizo el segundo ladrón.

Este hecho, nos indica que, a pesar de nuestros pecados y resistencias, el Reinado de Dios, puesto en marcha por Jesús, va brotando en nuestra historia, hacia la plenitud de la gloria divina, como pequeña semilla en el silencio, la humildad y la sencillez. Jesús mismo lo afirma ante Pilato: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos… yo soy rey y… he venido al mundo para dar testimonio de la verdad“.

!Sí!, Jesús es rey de todo el género humano y no sólo de los Judíos, rey que no ha venido a dominar, como los poderíos  mundanos, sino a servir: “Saben que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder”. En el mundo, el ejercicio del poder fácilmente se vuelve autocrático, autoritario y despótico, un poder al servicio de los propios intereses personales o de partido, en vez que del bien común.

Cristo no es un rey sentado en un trono resplandeciente y atemorizante, rodeado por ministros, sirvientes y soldados, sino un rey que se agacha a lavar los pies de los demás, un rey al servicio de los últimos de la sociedad, un rey clavado en la cruz como esclavo abandonado, dolorido e insultado. Esto es lo que él aclara a los discípulos enredados en una discusión para definir quién era el más importante entre ellos: “Yo no he venido para ser servido, sino para servir y dar mi vida en rescate por todos”.

Cristo vino a instaurar, por las sendas de nuestra historia, el reino del Padre, el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, los bienes que nunca caducan. El Reino eterno y universal para todos los pueblos y naciones

El Reino de la justicia, el amor y la paz; las rocas firmes sobre las cuales de construyen relaciones pacíficas y duraderas con Dios y el prójimo.

El reino de paz, no cualquier paz, la paz don de Dios para que todos sus hijos vivan unidos en fraternidad y solidaridad. Esta es la paz necesaria y urgente en nuestro país, el don a pedir a Dios con nuestra oración sincera, pero también la que todos tenemos que acoger y por la cual todos tenemos que trabajar.  Esto implica, en primer lugar, romper con el mal, liberar el corazón de los sentimientos de odio y rencor, dejar a un lado palabras y gestos que inciten a la violencia y dejar caer de las manos las armas fratricidas.

Todos, cada cual, de acuerdo a su responsabilidad y oficio, tenemos que ser constructores de paz, con miras al bien común. En particular, las autoridades y las instituciones del Estado escuchen el clamor general de un pueblo sufrido y cansado que pide una solución rápida y constitucional al conflicto por el censo, el respeto de la vida y la convivencia en paz y no amenazas, grupos de choque y confrontaciones con sus secuelas de dolores, heridos y muertos. 

Elevemos nuestras oraciones Jesucristo, el Rey para las víctimas de los enfrentamientos y sus familiares, y para que la paz se inscriba en los corazones de todos los que vivimos en este País. Amén  

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