En tiempo de pandemia, miremos a las personas y a los acontecimientos con los ojos de Dios.

Actuemos con responsabilidad y cumpliendo la cuarentena total y las para evitar más contagios, pide Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti.

Desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, en la Celebración Eucaristía que fue  transmitida a través de los medios de comunicación, hoy  domingo 22 de marzo, cuarto domingo de Cuaresma, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, pide que en este tiempo de pandemia, miremos a las personas y a los acontecimientos con los ojos de Dios.

Así mismo el Arzobispo cruceño nos pide que demos frutos de luz, amando y practicando la misericordia y la bondad, las fuerzas que vencen al mal y a la violencia.

 

 

Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

Domingo 22 de marzo del 2020

Queridos hermanos y hermanas, esta mañana añoro mucho no poder verlos, como cada domingo, aquí en nuestra Catedral, y no poder vibrar con su participación activa en la celebración, en la escucha de la Palabra de Dios y en la comunión con el pan de vida. Sin embargo, sé que en este momento Uds. están siguiendo la Santa Misa a través de los medios de comunicación y que sobre todo están presentes espiritualmente. Con la mirada de Dios Padre, veo sus rostros de hijos queridos muy cercanos a mi corazón con sus esperanzas y miedos, anhelos y dudas por la pandemia del coronavirus, todos reunidos en Cristo, nuestro Salvador. En verdad, el Señor me ha abierto los ojos como al ciego de nacimiento, del que nos habla el evangelio de hoy.

Y justamente la luz es el tema central de la liturgia de la Palabra de este cuarto Domingo de Cuaresma, la luz de Cristo que irradia su calor y esperanza sobre cada uno de ustedes, sus familias reunidas en el hogar y en particular sobre los enfermos, ancianos y niños.

La luz junto al agua, el signo que hemos meditado el domingo anterior, son dos elementos indispensables para la vida humana y de la misma manera son símbolos de nuestra vida de discípulos de Jesús. Gracias al agua del Bautismo hemos sido purificados del mal, hemos aplacado nuestra sed de Dios y hemos recibido la luz de la fe y la gracia divina que nos acompañan hacia la Pascua eterna, expresados en nuestro camino cuaresmal. Es significativo que la Iglesia primitiva llamara al Bautismo “iluminación”, la luz que disipa las tinieblas de nuestra condición de pecadores y nos abre horizontes de esperanza y de vida.

El evangelio nos presenta hoy a Jesús que, acompañado por sus discípulos, se encuentra  con un “ciego de nacimiento”, hombre muy probado por la enfermedad y todavía más por ser excluido de la comunidad judía que consideraba a toda enfermedad congénita como consecuencia del pecado y castigo de Dios. Los discípulos, imbuidos de esa creencia, preguntan a Jesús: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Su repuesta lapidaria: «Ni él ni sus padres han pecado… nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios», desbarata esa convicción y aclara que esa enfermedad y todas las enfermedades, incluso por tanto el coronavirus, no son un castigo por nuestros pecados.

Luego Jesús pone un poco de barro en los ojos del ciego y le dice: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé». Es Jesús que toma la iniciativa y el ciego obedece aún sin conocerlo. De esta manera, no solo recobra la vista, sino su dignidad, libertad e independencia de persona y desde ese momento puede ser gestor de su propia vida. La gente, asombrada, pregunta al ciego sanado cómo ha recobrado la vista y él responde: «Ese hombre que se llama Jesús». Para él, Jesús es todavía un hombre desconocido. Entonces la gente lo lleva donde los fariseos que también preguntan: “Y túqué dices del que te abrió los ojos?” Y él contesta: Es un profeta. La gracia del Señor le abre los ojos del espíritu y puede reconocer que Jesús es un profeta y no un hombre como tantos.

Su respuesta suscita una dura reacción de los fariseos que lo presionan y amenazan para que diga que Jesús es un pecador. Pero él no se acobarda y, por el contrario, se improvisa maestro y,   con una argumentación indiscutible, les da una buena lección: “Si Jesús no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada”. El hombre da otro paso en su camino de fe y reconoce a Jesús como enviado de Dios, lo que provoca que los fariseos lo echen de allí. Jesús, al enterarse de esto, va a su encuentro y le pregunta: «¿Crees en el Hijo del hombre?» Y él exclama: «Creo, Señor». Ahora la luz de Dios ha completado su obra: el hombre hace su profesión de fe en Jesús, cree que Él es el Señor y se postra ante Él con un gesto de adoración reservado solo a Dios.

Ante este prodigio, hemos visto dos reacciones contrarias: el ciego reconoce que Jesús es el Señor y cree en él; los fariseos, en cambio, se quedan encerrados en su ceguera y tachan a Jesús de pecador. Así caen en el pecado en contra del Espíritu Santo, la incredulidad consentida y el rechazo voluntario de la manifestación de Dios. Ellos, como afirma Jesús, quedan envueltos en la ceguera del mal y del orgullo, y no alcanzan la luz de la verdad: “Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como ustedes afirman que ven, se quedan en el pecado.”  

Solo la apertura de espíritu a la acción de Dios, permite recibir el don de la  luz, como hemos visto también en la 1era lectura. El profeta Samuel, al momento de elegir al nuevo rey de Israel, busca al más fuerte y prestante entre ocho hermanos, pero la mirada de Dios se fija en David, el menor de ellos, porque “el hombre mira a las apariencias, pero Dios mira al corazón” y hace grandes cosas en los pobres y humildes, para que en ellos se manifieste su poder.

San Pablo también invita a los cristianos de Éfeso a que se abran a la acción de luz: «Antes ustedes eran tinieblas, pero ahora Uds. son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz»Su llamado vale también para nosotros que, gracias al bautismo, hemos sido liberados de las tinieblas del pecado y hemos recibido la luz del Señor para que vivamos como hijos de la luz en palabras y obras: «Ahora bien, el fruto de la luz es la bondadla justicia y la verdad».

Por tanto, también nosotros somos llamados a dar frutos de luz, asumiendo la propuesta de Jesús, poniendo en práctica las Bienaventuranzas y llevando un estilo de vida según el reinado de amor de Dios Padre.

Dar frutos de luzactuando con justicia y luchando en contra de todas clases de atropellos y exclusiones que destruyen la paz y la fraternidad.

Dar frutos de luz, amando y practicando la misericordia y la bondad, las fuerzas que vencen al mal y a la violencia.

Dar frutos de luz, siendo testigos de la verdad y rechazando la falsedad, la mentira y las medias verdades.

Dar frutos de luz, en este tiempo de pandemia, mirando a las personas y a los acontecimientos con los ojos y al modo de Dios.

Dar frutos de luz, actuando con responsabilidad y cumpliendo a cabalidad la cuarentena total y las medidas sanitarias, para evitar que el contagio se expanda más.

Dar frutos de luz sacudiéndonos del temor, el pánico y el egoísmo para ser testigos de la esperanza y de la luz de Cristo, como nos dice San Pablo: “Despiértate tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará”.

Dar frutos de luz haciendo nuestro el deseo del Papa Francisco: “Hoy quisiera recordar a las familias que no pueden salir de casa… -allí dentro la familia con los niños, los jóvenes, los padres- para que sepan encontrar el modo de comunicarse bien, de construir relaciones de amor en la familia, para que sepan vencer las angustias de este tiempo, juntos, en familia”.

Dar frutos de luz participando en familia y con fervor de la Eucaristía transmitida por los medios de comunicación, leyendo la Palabra de Dios, orando y rezando el Rosario por las víctimas del virus y sus familiares, por el personal sanitario y por el fin de la pandemia.

Que Cristo ilumine y bendiga a todos y cada uno de ustedes para que vivan con cordura y serenidad estos duros días de prueba, bajo el manto protector de la Virgen María, Madre suya y nuestra. Amén.  (CAMPANAS)

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