El Señor no se fija en las apariencias, sino en la generosidad del corazón, dice el Padre Juan Crespo

Desde la Catedral Metropolitana de Santa Cruz, el Padre Juan Crespo Gutiérrez, Vicario General de la Arquidiócesis, presidió la Eucaristía dominical para hablar de la generosidad y la entrega cristiana. En ausencia de Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz que se encuentra participando de la CV Asamblea de Obispos de Bolivia, el Padre Juan afirmó que “El Señor no se fija en las apariencias, mira el corazón… Lo que cuenta para Dios es un corazón generoso, ya que el Señor no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que nos reservamos para nosotros”.

A partir de los relatos bíblicos de la viuda de Sarepta y la Viuda de Jerusalén, afirmó que “la generosidad la mide el Señor no por lo que se dé, sea mucho o poco, sino por cuánto significa lo que se da.  La limosna a los ojos de Dios tiene un valor relativo: de cuánto nos estamos desprendiendo y con qué confianza lo entregamos.  La limosna implica darse uno mismo.  Y para darse uno mismo, habrá renuncia o privación de algo que necesitamos”.

Así mismo, aclaró la diferencia entre la filantropía y la caridad cristiana “Dar limosna puede ser un acto de mera filantropía, que es muy distinto a la caridad cristiana.  Es lo que hacían los ricos que estaba también observando Jesús.  Y a éstos no los elogió, sino que los criticó duramente.  Y los criticó, no sólo porque daban de su abundancia, sino porque esa abundancia de que disfrutaban la obtenían nada menos que explotando a viudas y huérfanos”.

Para el Padre Juan “Este es el significado perenne de la ofrenda de la viuda pobre, que Jesús exalta porque da más que los ricos, quienes ofrecen parte de lo que les sobra, mientras que ella da todo lo que tenía para vivir, y así se da a sí misma”.

El clérigo enfatizó que “El Señor no se fija en las apariencias, mira el corazón. “En la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de lo dones, sino el peso de los corazones”, decía San León Magno. Lo que cuenta para Dios es un corazón generoso, ya que el Señor no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que nos reservamos para nosotros. La viuda ofrece a Dios todo su dinero, es decir, le ofrece la vida entera, no echa de lo que le sobra, echa su posibilidad de vivir. Esta viuda generosa, ha descubierto ya lo que significa dar culto a Dios en espíritu y en verdad”.

HOMILÍA COMPLETA DEL PADRE JUAN CRESPO GUTIÉRREZ

VICARIO GENERAL DE LA ARQUIDIÓCESIS DE SANTA CRUZ

BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR

GENEROSIDAD Y ENTREGA.

11 DE NOVIEMBRE DE 2018

Desde la Iglesia de Santa Cruz de la Sierra nos unimos a nuestros Obispos de  Bolivia que se encuentran  celebrando  la CV Asamblea Plenaria.

Nos unimos como Iglesia Cruceña  a la gran celebración de acción de gracias  a Dios y al Santo Padre Francisco por la Canonización de Santa Nazaria Ignacia March, en la Ciudad de Oruro a la que muchos han peregrinado, entre ellos  Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos.

Las lecturas de este Domingo nos traen el ejemplo caso de dos mujeres viudas a quienes nos presenta el Señor como modelos de generosidad extrema: la viuda de Sarepta, comparte con el profeta Elías las ultimas migajas que le quedaban para sobrevivir  y la viuda pobre a quien Jesús observó dando limosna, ejemplo de entrega total en el Templo de Jerusalén.

El Profeta Elías,  de aquel que se esperaba, para anunciar la llegada del Mesías y abrirle un camino, lucha contra los falsos dioses, en el marco de este relato una sequía que estaba a punto de matar de hambre a los habitantes del pueblo, anuncia el fin de esa sequia precisamente en Fenicia, en Sidón, en una aldea llamada Sarepta, donde una viuda apenas puede atender a la petición del profeta, que se vale de este signo para anunciar que el verdadero Dios hará que no falte el pan y el aceite. Tal vez no había pasado tanta necesidad antes esta mujer, pero la sequía y la hambruna del momento la habían colocado en una posición de pobreza extrema: le quedaba sólo “un puñado de harina y un poco de aceite”. Pero Dios le envía al Profeta Elías para pedirle pan y ella le explica su delicada situación así: con esto que me queda “voy a preparar un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos”.  Ya no tenía más nada para comer.  Era lo último que le quedaba.

Pero le habla por boca del Profeta, quien le ordena compartir con él lo poco  que le queda: cocinar primero un pan para él y luego uno para ella y su hijo.  Y esa orden queda sellada con unas palabras proféticas que venían de Dios, y que anunciaban un hecho futuro: “La tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará”.  Y la viuda cumple la petición de Elías y, a pesar de ser pagana, cree en la palabra que Dios le envía a través del Profeta.

¡Qué generosidad la de esta mujer!  Si nos ponemos a ver, un pancito no es mucha cosa.  Pero cuando es lo último que a uno le queda, puede ser mucho, demasiado.  En pobreza extrema, esta mujer tuvo generosidad también extrema.

Lo mismo sucedió con la segunda viuda: dio de lo último que le quedaba.  Nos cuenta el Evangelio de hoy, que Jesús se puso a observar a la gente que echaba limosnas en el Templo.  “Muchos ricos daban en abundancia.  En esto se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor”.   Y Jesús no sólo observó, sino que les dio una enseñanza a sus discípulos: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos.  Porque los demás han echado de lo que les sobraba, pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

Lo mismo que el pancito de la Viuda  de Sarepta, estas dos moneditas era lo último que le quedaba a la de Jerusalén.  Y ésta fue aún más audaz en su caridad que la de Sarepta, porque nadie le estaba pidiendo que diera lo poquísimo que le quedaba y, además, tampoco tenía una promesa profética de que lo poco que le quedaba sería multiplicado y no se agotaría.

En estas lecturas vemos que la generosidad la mide el Señor no por lo que se dé, sea mucho o poco, sino por cuánto significa lo que se da.  La limosna a los ojos de Dios tiene un valor relativo: de cuánto nos estamos desprendiendo y con qué confianza lo entregamos.  La limosna implica darse uno mismo.  Y para darse uno mismo, habrá renuncia o privación de algo que necesitamos.

Dar limosna puede ser un acto de mera filantropía, que es muy distinto a la caridad cristiana.  Es lo que hacían los ricos que estaba también observando Jesús.  Y a éstos no los elogió, sino que los criticó duramente.  Y los criticó, no sólo porque daban de su abundancia, sino porque esa abundancia de que disfrutaban la obtenían nada menos que explotando a viudas y huérfanos.

La Segunda Lectura prosigue con la teología del sacerdocio de Cristo,   nos presenta a Jesús como el máximo modelo de la entrega y la generosidad: se entregó a sí mismo para dar su vida por la salvación de la humanidad. Subrayando la diferencia entre lo que hace Cristo como Sacerdote y el papel del sacerdocio de la Antigua Alianza.

Pero, además de este recuerdo de la oblación máxima de Cristo por nosotros, este pasaje de la Carta a los hebreos nos trae mensajes  datos importantes:

El primero de ellos: “Está determinado que los hombres mueren una sola vez y que después de la muerte vendrá el juicio”.   Se nos recuerda también la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos: “Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado, sino para la salvación de aquéllos que lo aguardan y en El tienen puesta su esperanza”.

Sí, Cristo volverá.  Pero no igual a la primera vez que vino como Hombre, muriendo y resucitando para rescatarnos de la muerte y del pecado, sino que volverá en gloria, con todo el poder de su divinidad para mostrar su salvación a todos los que esperan en El. Ello pone de manifiesto de que lo que Dios quiere es el corazón del hombre, ya que Cristo le ha ofrecido su vida a Dios de una vez para siempre.  El mal esta vencido en ese acto de amor de Cristo.  Pero mientras vivimos tenemos la fuerza de Cristo para vencer el pecado.

En este sentido, este pasaje tiene mucho que enseñarnos. Nos enseña cómo debe ser nuestra entrega a Dios. El hecho de que la viuda diera lo poco que tenía, indica que confiaba enteramente en el Señor. No podemos olvidar que Dios ni necesita ni quiere nuestro dinero, sino a nosotros mismos. Lo que tuvo de especial la ofrenda de la viuda fue que se entregó ella misma dando lo poco que tenía. La viuda con su gesto manifestó que todo lo que tenía le pertenecía a Dios y por eso se lo devolvía en forma de amor. El modo cómo nos relacionamos con Dios y le ofrendamos manifiesta nuestra vida de creyentes y lo que pensamos de Dios. Acaso pensamos que solamente son los ricos los que deben dar, pero no podemos olvidar cómo Jesús se centra en la donación de esta pobre mujer, y lo mismo podríamos decir de la viuda de la que nos habla el profeta Elias en la primera lectura, que es capaz de dar hasta lo  mínimo que tenía. Una vez más, Jesús destaca que lo que importa es lo que viene de dentro, la intención, el corazón, y no lo que viene de fuera, lo material, la ofrenda.

Este es el significado perenne de la ofrenda de la viuda pobre, que Jesús exalta porque da más que los ricos, quienes ofrecen parte de lo que les sobra, mientras que ella da todo lo que tenía para vivir, y así se da a sí misma”. No entenderlo así, supone desactivar, domesticar el Evangelio, hacer decir  al Evangelio lo que a nosotros nos interesa. La palabra de Dios hoy es una llamada de atención para los que intentan comprar o negociar con la fe.

Podemos preguntarnos ante la actitud de las dos viudas, si nuestra ofrenda, culto o nuestra relación con Dios se parecen en algo a las actitudes de las dos viudas que hemos comentado. Celebrar la Eucaristía nos compromete a mirar sinceramente a Cristo que vivió pobremente y nos invita a preferirle a Él respecto a todo y a todos.

El Señor no se fija en las apariencias, mira el corazón. “En la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de lo dones, sino el peso de los corazones”, decía San León Magno. Lo que cuenta para Dios es un corazón generoso, ya que el Señor no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que nos reservamos para nosotros. La viuda ofrece a Dios todo su dinero, es decir, le ofrece la vida entera, no echa de lo que le sobra, echa su posibilidad de vivir. Esta viuda generosa, ha descubierto ya lo que significa dar culto a Dios en espíritu y en verdad.

Una de las formas habituales en las que podemos ponernos delante del Evangelio con aptitud de escucha, es la de identificarnos con los personajes que aparecen en los pasajes en cuestión, vemos cuáles son las actitudes de cada una de ellas y confrontamos nuestra manera de vivir con lo que vemos y sobre todo con lo que Jesús dice acerca de cuál sería la enseñanza concreta que Él quiere transmitirnos.

Juan Crespo Gutiérrez.

Deja un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

6 − cinco =