Desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, afirmó que la cuaresma es el tiempo oportuno para volver al Señor, “él es bondadoso y compasivo”, volvamos a la casa de nuestro Padre que nos ama y espera.
Hoy, miércoles de ceniza, iniciamos la cuaresma, un tiempo de sacrificio, entrega y responsabilidad para prepararnos a nivel personal y como pueblo de Dios, a recorrer el camino de cuarenta días en preparación al encuentro con Cristo muerto y Resucitado. Esta es una gran oportunidad que nos ofrece la Iglesia para una sincera conversión, una renovación interior que exige de parte nuestra renunciar a todo lo que nos mantiene lejos de Dios para hacer una experiencia personal de Dios, fuente de la misericordia.
Así mismo el prelado dijo que, nuestras debilidades, infidelidades y pecados no nos tienen que acobardar en pedir perdón a Dios, tampoco podemos esperar de ser dignos para volver a la casa del Padre, sólo tenemos que confiar en su misericordia: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme”.
También el Arzobispo afirmó que la cuaresma no consiste simplemente en cumplir un conjunto de prácticas, como la penitencia, el ayuno, la abstinencia, la limosna, la oración, estas son una gran ayuda. Lo que no puede faltar, es la actitud de apertura al Señor, permitir que Él entre en nuestra vida, dejarlo obrar libremente en nosotros y así experimentar cuán grande es su amor.
Queridos hermanos y hermanas, en esta cuaresma dediquemos un espacio privilegiado al silencio, a la oración, a la caridad y solidaridad con los hermanos necesitados y al encuentro personal con el Señor, abriendo nuestro corazón a la acción santificadora de Dios, dijo Monseñor desde la Catedral en la celebraión de miércoles de ceniza.
Fotografias: Leonardo Rodriguez – Diakonia
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
17 de febrero de 2021
Hoy, miércoles de ceniza, iniciamos la cuaresma, un tiempo de sacrificio, entrega y responsabilidad para prepararnos a nivel personal y como pueblo de Dios, a recorrer el camino de cuarenta días en preparación al encuentro con Cristo muerto y Resucitado. Esta es una gran oportunidad que nos ofrece la Iglesia para una sincera conversión, una renovación interior que exige de parte nuestra renunciar a todo lo que nos mantiene lejos de Dios para hacer una experiencia personal de Dios, fuente de la misericordia.
Esta iniciativa se inspira en tantos testimonio bíblicos: la larga travesía de 40 años por el desierto del pueblo de Israel que, liberado de la esclavitud de Egipto, caminó hacia la tierra de libertad, los 40 días del camino que también recorrió el profeta Elías a través del desierto hacia el monte Sinaí, y en particular los 40 día de las tentaciones y ayuno de Jesús en el desierto en preparación a su ministerio público.
Como hemos vistos en los tres casos, el desierto está estrechamente unido al número cuarenta, un símbolo que indica que la conversión es resultado de un proceso largo y dificultoso. Esto vale también para nosotros hoy, llamados a cruzar el desierto exterior e interior de las distracciones y preocupaciones de este mundo que nos impiden sincerarnos acerca de nuestra manera de vivir. El silencio de nuestro desierto y las privaciones de tantas cosas superfluas, nos ayudan a encontrarnos con lo esencial en nuestra vida, los valores que no caducan y que, sobre todo, nos ayudan a descubrir los errores y pecados que nos han alejado de Dios y que han roto nuestra relación con Él y con el prójimo.
Sólo reconociendo nuestra condición de pecadores podemos acoger el llamado de Dios expresado por las palabras del profeta Joel: “Vuelvan a mí de todo corazón… desgarren su corazón”. La cuaresma es el tiempo oportuno para volver al Señor, “él es bondadoso y compasivo”, volver, con la actitud humilde y confiada del hijo pródigo, a la casa de nuestro Padre que nos ama y espera.
Nuestras debilidades, infidelidades y pecados no nos tienen que acobardar en pedir perdón a Dios, tampoco podemos esperar de ser dignos para volver a la casa del Padre, sólo tenemos que confiar en su misericordia: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme”.
Por eso, la cuaresma no consiste simplemente en cumplir un conjunto de prácticas, como la penitencia, el ayuno, la abstinencia, la limosna, la oración, estas son una gran ayuda. Lo que no puede faltar, es la actitud de apertura al Señor, permitir que Él entre en nuestra vida, dejarlo obrar libremente en nosotros y así experimentar cuán grande es su amor.
En este espíritu, el Evangelio de hoy nos presenta unas amonestaciones de Jesús acerca de esas prácticas penitenciales comunes en el pueblo judío, para que sean entendidas y vividas en su sentido verdadero, como expresión de nuestra voluntad de cambiar vida y manifestación de la acción santificadora del Señor.
“Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos”. La justicia de la que habla Jesús, es primer lugar es la aceptación plena de la voluntad de Dios y en segundo lugar, la práctica de la equidad y el respeto del prójimo, en especial del pobre, el enfermo, el migrante, el abandonado y el desterrado de la sociedad. Estos dos significados tienen una profunda relación entre sí, porque dar a los pobres, no es otra cosa que dar a Cristo mismo, que se ha solidarizado e identificado con ellos. Por tanto, tenemos que cuidar que cuando practicamos la justicia lo hagamos por Dios y no para jactarnos ante los demás.
“Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha”. Ayudar a los pobres debe ser fruto de una actitud de misericordia y solidaridad, dando no sólo algo de nuestros bienes, sino también entregando nuestro tiempo y nosotros mismos.
“Cuando ayunen, no pongan cara triste… para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre… que te recompensará”. La renuncia voluntaria a la comida y bebida tiene como fin dominar nuestros sentidos, desprendernos de la actitud consumista y de la idolatría del tener, hechos que promueven un sistema inicuo que descarta a tantos hermanos y que hiere de muerte a la naturaleza y al medio ambiente.
Abstenernos no sólo del superfluo sino de lo que nos cuesta para compartirlo con los necesitados y en señal de nuestra participación en el misterio de Cristo que ha ayunado en el desierto, ha vencido las tentaciones y ha entregado su vida para la vida del mundo.
Ayuno, mortificación y entrega no están de moda en nuestra sociedad que prefiere dejarse llevar por sus impulsos y pasiones, sin embargo son elementos muy importantes en el camino de la conversión.
“Cuando oren, no hagan como los hipócritas… para ser vistos por los hombres”. Orar para entrar en diálogo con el Señor, para amarlo y dejarnos amar y acoger su plan de salvación. Queridos hermanos y hermanas, en esta cuaresma dediquemos un espacio privilegiado al silencio, a la oración, a la caridad y solidaridad con los hermanos necesitados y al encuentro personal con el Señor, abriendo nuestro corazón a la acción santificadora de Dios. Ánimo iniciemos con determinación y gratitud este camino cuaresmal porque al final nos espera la alegría del encuentro con Cristo muerto y resucitado por nuestra salvación. Amén
Fuente: Campanas
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