En la fiesta de la Epifanía del Señor, El Arzobispo de Santa Cruz, Monseñor Sergio Gualberti nos exhortó a seguir como los sabios magos, la estrella, la luz que nos lleva a la felicidad y a la vida, a la solidaridad y fraternidad, al amor y a la comunión, al bien común y a la paz, en otras palabras, al Niño pobre de Belén, nuestro Salvador. Él, con sencillez y humildad, nos propone el camino de la vida nueva, de la entrega, la dedicación y el espíritu de servicio que nos lleva al encuentro con Dios, aquél que da sentido pleno a nuestra existencia y nos colma de alegría al igual que los sabios magos que: “Al ver la estrella, se llenaron de alegría… y regresaron a su tierra por otro camino”.
Hoy 6 de enero la Iglesia Católica celebra la Epifanía (manifestación) del Señor y en el Evangelio se nos presenta el pasaje de los tres Reyes Magos que llegan a ofrecer regalos al Niño Dios. En la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, presidió la Celebración Eucaristía a las 08:00 horas.
La liturgia de la palabra de esta solemnidad de la Epifanía nos presenta, con las imágenes contrapuestas de la oscuridad y la luz, el misterio del Niño Dios como el Salvador de toda la humanidad, como “el Señor que resplandece sobre su pueblo”. Las naciones vendrán hacia su luz, hacia el resplandor de su amanecer, como los sabios magos siguieron a la estrella. Él es la luz de la vida y de la gracia que rasga las “tinieblas que cubren la tierra” y la “espesa nube que envuelve las naciones”, la oscuridad del pecado, del mal y de la muerte presentes en el mundo. En la carta a los cristianos de Éfeso, el Apóstol Pablo habla del “del misterio oculto a las anteriores generaciones… el misterio de la salvación” revelado y hecho conocer a todas las naciones y los pueblos, dijo el prelado al iniciar su homilía.
Una vez llegados a Belén, los sabios encuentran al niño Dios en los brazos de María, su madre. A pesar de ese ambiente de pobreza, ellos reconocen, en ese, niño al rey que buscaban, se postran, le rinden homenaje y le ofrecen los dones de oro, incienso y mirra. Según san Pedro Crisólogo, en esos dones, son los signos de la entrega total de los sabios a Dios: “con el incienso reconocen que Jesús es Dios, con el oro lo aceptan como rey y con la mirra expresan su fe en aquel que moriría”.
El Prelado asegura que el gesto de los sabios marca un cambio importante en la historia de la salvación. Jesús, rehusado por el pueblo elegido, es reconocido y honrado por los paganos, a indicar que Jesús ha venido a salvar a todos los hombres y pueblos de la tierra. Al momento de regresar a sus países, los sabios reciben en sueño la advertencia de no regresar donde Herodes y de emprender otro camino.
Así mismo dijo que a lo largo de la historia de la humanidad se han ido creando nuevos ídolos, a menudo en alternativa o contraposición a Dios, personas, ideologías, la economía y la política. Incluso se han vuelto ídolos a la ciencia y a la técnica, atribuyéndoles poderes ilimitados y reponiendo en ellas una esperanza incondicional para dar con todos los problemas de la humanidad, hasta para vencer a la muerte.
También el Arzobispo indicó que la ciencia y la técnica han tenidos grandes logros en bien de la humanidad, sin embargo, han demostrado sus límites ante los graves problemas de la pobreza, de las migraciones masivas, de la inicua repartición de los bienes, de las enfermedades mortales y de tantas otros males que afectan a la población mundial. Baste un solo ejemplo para entender esto. Pensemos en la crisis general y plurisectorial, causada por el invisible coronavirus, con consecuencias catastróficas en todo el mundo y con unas largas secuelas de sufrimientos y muertes.
Mons. Gualberti afirmó que esta situación es resultado de un pensamiento que desconoce la inteligencia humana y la ciencia son dones de Dios y que, en cuanto dones, tienen que tomar en cuenta a Dios, tomar como referencia a la ley moral que Él ha implantado en el corazón de todo ser humano, y anteponer la vida y dignidad de toda persona, creada a imagen de Dios, por encima de cualquier otro bien, interés e ideología.
La ciencia iluminada por la fe, dijo el prelado, así como la entendieron y vivieron los sabios magos, es un camino certero que lleva a reconocer, en el niño pobre en Belén, el Salvador. Este Niño es la luz que quita las tinieblas de la soberbia y de la autosuficiencia de nuestra mente y nos abre los ojos a la esperanza de poder alcanzar la felicidad y la realización armoniosa de nuestra vida personal, comunitaria y social.
El Arzobispo de Santa Cruz, aseguró que la fiesta de la Epifanía, la manifestación del Salvador de toda la humanidad, nos pone ante la opción de dos caminos contrarios entre sí: el de Herodes y el de los sabios magos. A nosotros tomar posición, no hay neutralidad. O bien optamos por Herodes, por una vida indiferente o en contra de Dios, por las tinieblas del pecado, por una ciencia sin referencias éticas y por un mundo que se rige por la lógica de los ídolos del poder, la fama y las riquezas.
O bien optamos por los sabios magos, siguiendo a la estrella, la luz que nos lleva a la felicidad y a la vida, a la solidaridad y fraternidad, al amor y a la comunión, al bien común y a la paz, en otras palabras, al Niño pobre de Belén, nuestro Salvador, expresó el prelado.
Homilía de Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
06/01/2021
La liturgia de la palabra de esta solemnidad de la Epifanía nos presenta, con las imágenes contrapuestas de la oscuridad y la luz, el misterio del Niño Dios como el Salvador de toda la humanidad, como “el Señor que resplandece sobre su pueblo”. Las naciones vendrán hacia su luz, hacia el resplandor de su amanecer, como los sabios magos siguieron a la estrella. Él es la luz de la vida y de la gracia que rasga las “tinieblas que cubren la tierra” y la “espesa nube que envuelve las naciones”, la oscuridad del pecado, del mal y de la muerte presentes en el mundo. En la carta a los cristianos de Éfeso, el Apóstol Pablo habla del “del misterio oculto a las anteriores generaciones… el misterio de la salvación” revelado y hecho conocer a todas las naciones y los pueblos.
En el Evangelio de hoy todos los personajes están en búsqueda de la luz, aunque solo los sabios magos, guiados por la estrella, lograrán ver la luz del el Niño Dios. Los maestros de la ley y los sacerdotes, con su idea equivocada de mesías buscan a un rey humano poderoso y no al enviado de Dios y el rey Herodes, incrustado en el poder, engaña a los magos y busca la muerte del niño Dios.
Los protagonistas del evangelio de Dios, son los reyes megos, sabios estudiosos de astrología y de ciencias que, en el surgir una nueva estrella en el Oriente, el lugar donde sale el sol, ven el signo del nacimiento de un futuro rey. Los antiguos habitantes de esa región oriental estudiaban muy atentamente a las estrellas porque creían que ellas expresaban la influencia de los dioses sobre el destino humano. Por eso, los sabios se ponen en camino para encontrar al recién nacido; sin embargo, al llegar a Jerusalén, la estrella desaparece. Entonces van preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?”. El rey Herodes, enterándose del pedido de los sabios, manda a consultar a los maestros de la ley, los que le responden con una cita de la Biblia: “De ti (Belén) surgirá un jefe que será el pastor de mi pueblo, Israel“. Al momento de dar esta respuesta a los sabios magos, Herodes les pide que, una vez encontrado al niño, lo avisen para que él también vaya a rendirle homenaje.
Con esa información, los sabios abandonan el palacio de Herodes, y de pronto reaparece la estrella que los guía hasta el portal de Belén. El hecho que la estrella había desaparecido cuando los magos llegaron a Jerusalén, la sede del rey Herodes, y reaparezca cuando se alejan de él, es un signo claro de que Dios rechaza todo poder despótico, violento e injusto que causa explotación, sufrimiento y pobreza.
Una vez llegados a Belén, los sabios encuentran al niño Dios en los brazos de María, su madre. A pesar de ese ambiente de pobreza, ellos reconocen, en ese, niño al rey que buscaban, se postran, le rinden homenaje y le ofrecen los dones de oro, incienso y mirra. Según san Pedro Crisólogo, en esos dones, son los signos de la entrega total de los sabios a Dios: “con el incienso reconocen que Jesús es Dios, con el oro lo aceptan como rey y con la mirra expresan su fe en aquel que moriría”.
El gesto de los sabios marca un cambio importante en la historia de la salvación. Jesús, rehusado por el pueblo elegido, es reconocido y honrado por los paganos, a indicar que Jesús ha venido a salvar a todos los hombres y pueblos de la tierra. Al momento de regresar a sus países, los sabios reciben en sueño la advertencia de no regresar donde Herodes y de emprender otro camino.
El encuentro con el Señor, provoca una conversión, un cambio total de dirección en la vida de las personas que les impulsa a dejar a un lado las tinieblas del pasado para recorrer el camino de la estrella de Dios, de la búsqueda sincera y perseverante de la verdad.
Esto implica no volver donde el rey Herodes, el símbolo de las tinieblas y de la mentira de los ídolos del mundo que embrutecen y ahogan en la falta de ideales y del sentido de la vida; no volver donde aquellos que, prescindiendo de Dios, se endiosan a si mismos, se elevan a dueños del destino propio y de los demás.
A lo largo de la historia de la humanidad se han ido creando nuevos ídolos, a menudo en alternativa o contraposición a Dios, personas, ideologías, la economía y la política. Incluso se han vuelto ídolos a la ciencia y a la técnica, atribuyéndoles poderes ilimitados y reponiendo en ellas una esperanza incondicional para dar con todos los problemas de la humanidad, hasta para vencer a la muerte.
Seguramente la ciencia y la técnica han tenidos grandes logros en bien de la humanidad, sin embargo han demostrado sus límites ante los graves problemas de la pobreza, de las migraciones masivas, de la inicua repartición de los bienes, de las enfermedades mortales y de tantas otros males que afectan a la población mundial. Baste un solo ejemplo para entender esto. Pensemos en la crisis general y plurisectorial, causada por el invisible coronavirus, con consecuencias catastróficas en todo el mundo y con unas largas secuelas de sufrimientos y muertes.
Esta situación es resultado de un pensamiento que desconoce la inteligencia humana y la ciencia son dones de Dios y que, en cuanto dones, tienen que tomar en cuenta a Dios, tomar como referencia a la ley moral que Él ha implantado en el corazón de todo ser humano, y anteponer la vida y dignidad de toda persona, creada a imagen de Dios, por encima de cualquier otro bien, interés e ideología.
La ciencia iluminada por la fe, así como la entendieron y vivieron los sabios magos, es un camino certero que lleva a reconocer, en el niño pobre en Belén, el Salvador. Este Niño es la luz que quita las tinieblas de la soberbia y de la autosuficiencia de nuestra mente y nos abre los ojos a la esperanza de poder alcanzar la felicidad y la realización armoniosa de nuestra vida personal, comunitaria y social.
La fiesta de la Epifanía, la manifestación del Salvador de toda la humanidad, nos pone ante la opción de dos caminos contrarios entre sí: el de Herodes y el de los sabios magos. A nosotros tomar posición, no hay neutralidad. O bien optamos por Herodes, por una vida indiferente o en contra de Dios, por las tinieblas del pecado, por una ciencia sin referencias éticas y por un mundo que se rige por la lógica de los ídolos del poder, la fama y las riquezas.
O bien optamos por los sabios magos, siguiendo a la estrella, la luz que nos lleva a la felicidad y a la vida, a la solidaridad y fraternidad, al amor y a la comunión, al bien común y a la paz, en otras palabras al Niño pobre de Belén, nuestro Salvador. Él, con sencillez y humildad, nos propone el camino de la vida nueva, de la entrega, la dedicación y el espíritu de servicio que nos lleva al encuentro con Dios, aquél que da sentido pleno a nuestra existencia y nos colma de alegría al igual que los sabios magos que: “Al ver la estrella, se llenaron de alegría… y regresaron a su tierra por otro camino”. Amén
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