Dijeron SÍ a Dios y a la Iglesia. El Clero renovó sus promesas sacerdotales en la Misa Crismal. Monseñor Sergio les pidió a los Sacerdotes de Santa Cruz: “Sean servidores sencillos y humildes que anuncian la alegría del Evangelio y denuncian toda clase de injusticias”
Este año por las restricciones sanitarias por la pandemia del Covid – 19, la Misa Crismal no se celebró en el atrio de la Catedral Metropolitana, se realizó dentro del templo a puertas cerradas, sólo el Arzobispos, los Obispo Auxiliares, los sacerdotes, representantes de la Vida Consagrada, Laicos, Diáconos y Seminaristas, respetando y cumpliendo con todas las medidas de Bioseguridad.
Esta es una celebración muy emotiva porque el Clero en pleno renovó sus promesas Sacerdotales del día de su ordenación y lo hacen delante de su Pastor. También el Arzobispo consagró el Santo Crisma con el que serán ungidos los bautizados, confirmados, los ordenados para el ministerio sacerdotal y con el que también se consagrarán altares e iglesias. El Obispo bendijo además los óleos con los que se ungirá a enfermos y catecúmenos.
Al iniciar su Homilía el Arzobispo dio la bienvenida y agradeció a todos los Sacerdotes que participaron en la celebración de la Misa Crismal. Así mismo resaltó que por la pandemia este martes Santo, impidió realizar el retiro sacerdotal, pero gracias a Dios pueden celebrar la Misa Crismal entre todos los sacerdotes. Aun así, el misterio de la Comunión de los Santos, que se expresa en toda su plenitud en la Eucaristía, nos asegura que en Cristo están realmente presentes los ausentes, los lejanos y los que han partido definitivamente a la casa del Padre, dijo Monseñor.
También se vivió un momento especial cuando el prelado recordó a todos los sacerdotes, víctimas del coronavirus o de otras enfermedades. De la misma elevó su oración para que el Dios de la vida reciba en su gloria como siervos buenos y fieles a nuestros hermanos: Padres Simón Gutiérrez, Jorge Robles, Luis Rojas, Ignacio Roca, Estanislao Wzorkz, Milton Sulzbacher, Walter Neuwirth, Eusebio Picher, Mauricio Bacardit, Cayetano Reck, Pedro Toledo, José Luis Vargas, Juan Sandoval y el Diac. Rolando Mocobono.
Así también expresó su gratitud a los sacerdotes ancianos o enfermos que los acompañaron con su oración. Igualmente pidió al Señor que ilumine y confirme en su vocación a los sacerdotes que viven situaciones difíciles y a los que sufren por las incomprensiones que conlleva el ejercicio del ministerio.
El prelado resaltó que la Misa Crismal, es la gracia que les ofrece el Señor para revivir el momento inolvidable, los signos y las palabras de su ordenación Sacerdotal.
Así mismo el Arzobispo destacó que otro signo fundante de la ordenación, es la unción de las manos con el sacro crisma, señal de la acción fortificante del Espíritu Santo. Nuestras manos, unidas a las manos de Dios, son el instrumento de su acción transformadora y santificadora del mundo, para que todos los hombres, en especial los pobres, los desvalidos y los descartados de la sociedad, sientan su cercanía y el consuelo de su toque divino.
Mons. Gualberti aseguró que la misión de Jesús es también la misión de los sacerdotes, como servidores sencillos y humilde de la palabra profética, que anuncia la alegría del Evangelio y denuncia toda clase de injusticias y discriminaciones en una sociedad que se rige por la lógica del poder y del tener, esclava de los ídolos del materialismo y consumismo, y sobre cuyos altares se sacrifican víctimas humanas, la naturaleza y el medio ambiente.
También el prelado invitó a los sacerdotes a ser: servidores de la esperanza, en un mundo relativista que causa desconcierto y temor, anunciando y testimoniando a Cristo, Él único que sacia la sed de felicidad, verdad y libertad, innato en el ser humano, aunque no lo manifiesta y pareciera indiferente.
Ser amigo de Jesús implica ser hombre de oración y del encuentro personal con él. El mismo Jesús, a lo largo de su ministerio público, a menudo y durante noches enteras se retiraba “al monte” para orar a solas con el Padre.
Al concluir su homilía el Arzobispo dijo a los Sacerdotes que el desafío es grande, agudizado por la situación actual de crisis general causada por la pandemia y por el clima político crispado y conflictivo en nuestro país. Pidamos a Cristo Sumo y Eterno sacerdote que renueve cada día en nosotros la alegría y el entusiasmo del don del sacerdocio y le abramos camino a la escucha de la Buena Noticia que Él vuelve a proclamar esta mañana: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
Queridos hermanos Obispos y sacerdotes bienvenidos y gracias por participar en esta celebración de la Misa Crismal. El Martes Santo del año anterior, las medidas sanitarias establecidas a los inicios de la grave pandemia, nos impidieron realizar el retiro sacerdotal y celebrar la eucaristía de la renovación de las promesas sacerdotales y la bendición de los Santos Óleos. Este año, dado el perdurar inesperado de esa situación de emergencia, también debemos renunciar al retiro espiritual, pero gracias a Dios podemos celebrar la Misa Crismal entre nosotros sacerdotes, acompañados solo por una representación de la vida Consagrada y de los laicos. Aun así, el misterio de la Comunión de los Santos, que se expresa en toda su plenitud en la Eucaristía, nos asegura que en Cristo están realmente presentes los ausentes, los lejanos y los que han partido definitivamente a la casa del Padre.
A todos ellos y en particular a los sacerdotes, víctimas del coronavirus o de otras enfermedades va nuestro recuerdo agradecido y nuestra oración para que el Dios de la vida los reciba en su gloria como siervos buenos y fieles: a los Padres Simón Gutiérrez, Jorge Robles, Luis Rojas, Ignacio Roca, Estanislao Wzorkz, Milton Sulzbacher, Walter Neuwirth, Eusebio Picher, Mauricio Bacardit, Cayetano Reck, Pedro Toledo, José Luis Vargas, Juan Sandoval y el Diac. Rolando Mocobono.
En este misterio de comunión, mi recuerdo y mi gratitud también a los sacerdotes ancianos o enfermos que nos acompañan con su oración. Igualmente pido al Señor que ilumine y confirme en su vocación a los sacerdotes que viven situaciones difíciles y a los que sufren por las incomprensiones que conlleva el ejercicio del ministerio. Encomendamos al Señor también a los hermanos que han hecho otra opción, para que sigan participando como buenos cristianos en la vida de la comunidad. Bienvenidos y gracias a todos ustedes diáconos, seminaristas, hermanos y hermanas de la Vida Consagrada y laicos aquí presentes y a todos ustedes que, a través de los medios de comunicación, nos acompañan con su afecto y sus oraciones y que nos animan a entregarnos siempre más en el cumplimiento de nuestro ministerio.
Esta Misa Crismal, es la gracia que nos ofrece el Señor para revivir el momento inolvidable, los signos y las palabras de nuestra ordenación Sacerdotal. En ese día el Obispo impuso sus manos sobre nuestra cabeza y Dios tomó posesión de cada uno de nosotros a través del Espíritu Santo, como a decirnos: “Tú me perteneces, estás bajo la protección de mis manos de Padre y tu vida y ministerio son acogidos en mi amor y misericordia. Permanece en mi amor”.
La pertenencia al Señor resume todo nuestro itinerario de vida sacerdotal. Un día, como sucedió a los primeros discípulos, hemos escuchado la invitación de Cristo: “Sígueme“. Hemos emprendido con entusiasmo el camino, pero a lo largo del recorrido hemos podido tener momentos de desánimo y dudas ante la magnitud de la misión encomendada y ante nuestra fragilidad y pequeñez. Pero, es ahí cuando hemos escuchado su palabra: “No temas, Yo estoy contigo“, palabras que se vuelven ayuda concreta cada vez que, al levantarse las olas de la tempestad, como Pedro gritamos: “Señor, ¡sálvame!”; y Él nos aferra con su mano y nos conduce para que sigamos sirviendo al Amor y a la Vida.
Otro signo fundante de nuestra ordenación, es la unción de las manos con el sacro crisma, señal de la acción fortificante del Espíritu Santo. Nuestras manos, unidas a las manos de Dios, son el instrumento de su acción transformadora y santificadora del mundo, para que todos los hombres, en especial los pobres, los desvalidos y los descartados de la sociedad, sientan su cercanía y el consuelo de su toque divino. Cuando surja la duda que nuestras manos sean vacías, recordemos que Él las ha colmado con su poder y su amor.
También en el A. T. el rey, el profeta, el sacerdote eran ungidos en señal de la llamada a ponerse a disposición de Dios y al servicio de su pueblo. Jesús mismo, desde el inicio de su misión, se presenta como el Ungido de Dios que, por encargo del Padre y en unidad del Espíritu Santo, se pone al servicio del Reino de Dios, anunciando “la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.
La misión de Jesús es también nuestra misión de sacerdotes, como servidores sencillos y humilde de la palabra profética, que anuncia la alegría del Evangelio y denuncia toda clase de injusticias y discriminaciones en una sociedad que se rige por la lógica del poder y del tener, esclava de los ídolos del materialismo y consumismo, y sobre cuyos altares se sacrifican víctimas humanas, la naturaleza y el medio ambiente.
Servidores de la esperanza, en un mundo relativista que causa desconcierto y temor, anunciando y testimoniando a Cristo, Él único que sacia la sed de felicidad, verdad y libertad, innato en el ser humano, aunque no lo manifiesta y pareciera indiferente. Sed no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo; a nosotros nos toca hacerlo conocer y hacerlo presente, en particular en las periferias físicas y existenciales, donde hay pobreza y abandono, humillación y descarte, y donde también hay confusión, división, dolor, sufrimiento. Esto nos exige hacer comprensible y atrayente la Palabra de Dios con un lenguaje nuevo, en particular a los jóvenes para que reconozcan en Cristo el ideal a imitar y el amigo fiel que nunca defrauda.
Estos signos de la ordenación, además de la entrega de la Palabra, de la patena y del cáliz explicitan el sentido profundo de nuestra vocación: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer” (Jn 15,15). Este es el desafío profundo del ser sacerdote: ser amigo de Cristo y vivir en comunión de pensamiento, voluntad, sentimientos y obras, en una relación siempre más profunda y personal, llegando a vivir “in persona Christi”.
Ser amigo de Jesús implica ser hombre de oración y del encuentro personal con él. El mismo Jesús, a lo largo de su ministerio público, a menudo y durante noches enteras se retiraba “al monte” para orar a solas con el Padre. Nosotros necesitamos retirarnos al monte interior de la oración, para no caer en la tentación del activismo, la superficialidad y el desánimo, y desempeñar fielmente nuestra misión anunciando la alegría del Evangelio a todos los que encontramos en nuestro ministerio.
La amistad con Jesús debe ser necesariamente amistad con los suyos, en primer lugar entre hermanos sacerdotes con los que une el sacramento del Orden y amistad también con los demás miembros del pueblo de Dios, como servidores de comunión, de unidad y de amor.
Hermanos sacerdotes, el desafío es grande, agudizado por la situación actual de crisis general causada por la pandemia y por el clima político crispado y conflictivo en nuestro país. Pidamos a Cristo Sumo y Eterno sacerdote que renueve cada día en nosotros la alegría y el entusiasmo del don del sacerdocio y le abramos camino a la escucha de la Buena Noticia que Él vuelve a proclamar esta mañana: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Amén
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