«No hay fidelidad sin riesgo. En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean», dijo el Papa en la Jornada Mundial de los Pobres, recordando que el bien, «si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos». En este sentido, el Santo Padre señaló que los pobres nos permiten enriquecernos en el amor, que es la mayor carencia que uno puede tener. Y nos invita a preguntarnos ¿qué puedo dar?, en lugar de plantearnos constantemente, ¿qué puedo comprar?
 

La mañana del 15 de noviembre, XXXIII domingo del tiempo ordinario, el Papa Francisco celebró la Misa en la Basílica de San Pedro en el marco de la IV Jornada Mundial de los Pobres que este año lleva como tema: «Tiende tu mano al pobre» (cf. Si 7,32).

El Santo Padre profundizó sobre el evangelio del día que narra la parábola de los talentos que Jesús cuenta a sus discípulos: un señor llama a sus siervos, les entrega a cada uno una serie de talentos, (una cantidad diferente según su capacidad) y luego, con el tiempo, les reclama qué es lo que han hecho con esas monedas entregadas. Francisco, divide, entonces, este relato en tres partes: «un comienzo, un desarrollo y un desenlace, que iluminan el principio, el núcleo y el final de nuestras vidas».

«En el comienzo todo inicia con un gran bien: el dueño no se guarda sus riquezas para sí mismo, sino que las da a los siervos; a uno cinco, a otro dos, a otro un talento, a cada cual según su capacidad», dijo el Pontífice recordando que también para nosotros empieza todo así:

«Con la gracia de Dios, que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes. Somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, único e insustituible en la historia».

Luego llegamos al centro de la parábola – continuó reflexionando Francisco- que es el trabajo de los sirvientes, es decir, el servicio.

“El servicio es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir. ¿Pero cuál es el estilo de servicio? En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser dones”

Y para lograr esto, el Papa señaló que es fundamental seguir el ejemplo de San Pablo que «nos invita a enfrentar la realidad y a no dejarnos llevar por la indiferencia».

«¿Pero cuál es el estilo de servicio?» – se interrogó el Obispo de Roma.

“En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser dones”

Precisamente el señor de la parábola indica al siervo fiel el camino que hay que seguir para que los talentos recibidos den frutos: «Debías haber llevado mi dinero a los prestamistas, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses» (v. 27). A este punto, el Santo Padre nos plantea… «¿Quiénes son los “prestamistas” para nosotros, capaces de conseguir un interés duradero?».

“Son los pobres: ellos nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor», afirmó Francisco haciendo hincapié El Libro de los Proverbios alaba a una mujer laboriosa en el amor, cuyo valor es mayor que el de las perlas: debemos imitar a esta mujer que, según el texto, «tiende sus brazos al pobre» (Pr 31,20). Extiende tu mano a los necesitados, en lugar de exigir lo que te falta: de este modo multiplicarás los talentos que has recibido”

Llegando a la parte final de la parábola, el Papa subrayó las palabras del señor a sus siervos: «Habrá quien tenga abundancia y quien haya desperdiciado su vida y permanecerá siendo pobre (cf. v. 29)».

“Al final de la vida, en definitiva, se revelará la realidad: la apariencia del mundo se desvanecerá, según la cual el éxito, el poder y el dinero dan sentido a la existencia, mientras que el amor, lo que hemos dado, se revelará como la verdadera riqueza. Un gran Padre de la Iglesia escribió: «Así es como sucede en la vida: después de que la muerte ha llegado y el espectáculo ha terminado, todos se quitan la máscara de la riqueza y la pobreza y se van de este mundo. Y se los juzga sólo por sus obras, unos verdaderamente ricos, otros pobres» (S. Juan Crisóstomo, Discursos sobre el pobre Lázaro, II, 3). Si no queremos vivir pobremente, pidamos la gracia de ver a Jesús en los pobres, de servir a Jesús en los pobres”

Al concluir su homilía, Francisco agradeció a todos los fieles siervos de Dios, «que no dan de qué hablar sobre ellos mismos, sino que viven así, sirviendo»:

«Pienso, por ejemplo, en D. Roberto Malgesini. Este sacerdote no hizo teorías; simplemente, vio a Jesús en los pobres y el sentido de la vida en el servicio. Enjugó las lágrimas con mansedumbre, en el nombre de Dios que consuela», dijo el Santo Padre concluyendo:

«En el comienzo de su día estaba la oración, para acoger el don de Dios; en el centro del día estaba la caridad, para hacer fructificar el amor recibido; en el final, un claro testimonio del Evangelio. Comprendió que tenía que tender su mano a los muchos pobres que encontraba diariamente porque veía a Jesús en cada uno de ellos. Pidamos la gracia de no ser cristianos de palabras, sino en los hechos. Para dar fruto, como Jesús desea».

Sofía Lobos – Ciudad del Vaticano

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