Desde tiempos precolombinos fue zona de paso del mineral desde Huanuni. Hoy forma parte del la ruta turística Los caminos del Tío.
A 30 kilómetros de Oruro está Sora Sora que, con 481 años, es uno de los pueblos coloniales más antiguos de la región. Muchos de sus habitantes han emigrado y los que quedan se han convertido en guardianes de su historia y de uno de sus patrimonios más queridos: el suri.
“Acá tenemos la primera casa de Simón I. Patiño, el templo colonial y también un criadero de suris. Todos es parte del potencial turístico del municipio y los vecinos se esfuerzan mucho en cuidarlos, preservarlos y promocionarlos para que los visitantes conozcan su importancia”, explica el director de Cultura y Turismo del municipio de Machacamarca, Asbel Checa.
Al rescate del avestruz andino
Al ingreso de Sora Sora está el criadero de suris. Es un canchón cercado por un muro de adobes que estos días alberga a una decena de las enormes aves (Rhea pennata o avestruz andino) rescatadas de cazadores furtivos.
“Tu visita ha venido”, le dice la cuidadora del recinto, Marcelina Plata, a una de las aves terrestres que mira curiosa a los visitantes. Como si respondiera al aviso agacha la cabeza y concentra su atención en los objetos brillantes en la ropa, los bolsos o los zapatos de los forasteros.
“El suri es una especie vulnerable por eso hemos decidido preservarla. Los ejemplares que están en el albergue han sidos lastimados y si los soltáramos los matarían”, asegura Marcelina.
Bajo el control de especialistas, en el albergue han logrado que los suris en cautiverio pongan huevos, algunos de los cuales se han convertido en adultos. Los pobladores de Sora Sora los cuidan y aportan para su manutención.
Taquiraris en la casa de Patiño
Piedras con tallados de sapos lagartijas adornan las casas de la avenida de Sora Sora, la que fue en antaño la vía principal para el transporte de mineral a lomo de mula desde Huanuni. Entre todas las viviendas sobresale una que fue propiedad del Barón del estaño Simón I. Patiño.
En el interior de la casona, el tiempo parece retroceder al ritmo de un huayño interpretado en piano por Las Kantutas. Su melodía vibra en la aguja de una antigua vitrola portatil que aún funciona a cuerda.
Ismael Flores Mancilla, el actual propietario, dice que la construcción data de 1889. Y así lo evidencian los muros labrados en adobe de 75 centímetros de grosor.
Las habitaciones distribuidas alrededor del primer patio se conectan por dentro. Recibidores y dormitorios mantienen el empapelado original; conservan también algunos muebles de fierro forjado que se salvaron del saqueo tras la Revolución del 52.
Los techos que dejan a la vista palos, totora, greda y paja. Algunos sectores, los mas dañados, han sido reemplazados por calamina pero la mayor parte de la estructura original pudo ser restaurada. Para ello Flores trasladó desde Toledo 495 fardos de paja
“El inmueble estaba en ruinas cuando lo adquirimos; hemos recuperado lo que pudimos para mantener su acabado original. Es alta la inversión para mantener la casa de Patiño que ahora es mía”, dice Flores entre risas.
Deja un Comentario