Monseñor Braulio Sáez acaba de ser nombrado ‘Hijo Ilustre de Santa Cruz’. Esta distinción le será entregada por el Alcalde de la ciudad en la sesión de honor del Consejo Municipal en ocasión de la efeméride departamental. Es por eso que reeditamos esta nota que realizamos en abril del presente cuando Monseñor Braulio cumplió 50 años de ordenación sacerdotal. Esta sencilla nota nos permita al menos, entresacar algunas facetas de una vida llena de Dios.
Al mirar atrás y confesarse con las manos vacías, Monseñor Braulio dice que “la vida no es hacer cosas sino ser”. Sin embargo, al asomarnos en su vida descubrimos un enorme legado pastoral y espiritual que no merece desperdicio. Le invitamos a conocer al Sacerdote que no se conformó solo con celebrar misas y buscó vivir la utopía de una iglesia y una sociedad diferente, metiéndose a fondo con la Pastoral Juvenil, las Comunidades Eclesiales de Base y la Pastoral Minera, allí donde siempre le gustó estar: cerca de la gente.
La vocación, la familia y la Parroquia del Pueblo
Monseñor está convencido que “La vocación de toda persona depende mucho de la familia” pues su familia ha sido decisiva para cultivar su vocación. Braulio Sáez García nació un 23 de marzo de 1942 en una familia muy humilde y numerosa en el pueblo de Quintana Loranco de Burgos- España. Su familia se ganaba la vida trabajando el campo, eran muy unidos “un hogar profundamente religioso así que crecimos en un ambiente de oración, de fe y de cariño” recuerda.
Otro aspecto que influyó mucho en su vocación fue la cercanía a la parroquia que desde pequeño frecuentó “yo desde muy niño tenía mucha relación con la parroquia, con la iglesia y fui monaguillo desde los 7 u 8 años en la Parroquia de San Mamés de Quintana Loranco. Allí fue naciendo la ilusión de ser igual que el cura, esa imagen para mí era muy bonita de la celebración de la eucaristía… los tres monaguillos íbamos todos los días a la misa. A los 8 años ya jugábamos a ser sacerdotes y a celebrar misa.
¿En qué momento decide que el juego se vuelva realidad? le preguntamos:
“A los 10 años ya quería ser sacerdote. Y comenzamos a estudiar y a prepararnos con el sacerdote de la Parroquia… Cuando fui al Seminario con 12 años ya sabía muchas cosas…” recuerda con sonrisa. Así, entró al Seminario de los Padres Carmelitas y a la edad de 16 años fue al noviciado para entrar en la vida religiosa. El 19 de julio del año 1959 fue su primera profesión religiosa, lo que significa que el año siguiente cumplirá 60 años de vida Religiosa. Años más tarde, el 25 de marzo del año 1968 se ordenó Sacerdote Carmelita y comenzó la segunda parte de su aventura con Cristo.
Siempre quiso ser misionero
Apenas un año después de ordenado sacerdote logró emprender la misión con que soñó desde los 17 años “ser sacerdote misionero” el destino: América. Fue así que a finales del año 69’ llegó a Uruguay donde permaneció por 11 años. Eran los tiempos de las Conferencias de Medellín y Puebla que marcaron la fisonomía de la Iglesia en este continente. “Uruguay fue una escuela de aprender a como ser una Iglesia cercana al pueblo, una Iglesia de comunión y participación, una Iglesia y una sociedad de Utopías…” señala.
Todavía recuerda con ilusión cuando en el Seminario se les inculcaba la dimensión misionera de la Iglesia y rezaban por las Misiones, allí despertó la ilusión por llevar la Palabra de Dios más allá de sus fronteras.
36 años en Bolivia marcaron su vida
A Bolivia llegó en enero del año 1982. Su primer destino fue una parroquia de Cochabamba. Su primera experiencia fue algo que le impacto, él venía de una Iglesia muy dinámica y con ganas de cambiar la sociedad y llegó a una parroquia tradicional y de sacramentos. Esa situación lo tenía inconforme al punto de cuestionar a sus superiores y su misión en nuestro país, lo suyo era otra cosa, así comenzó a trabajar con la Pastoral Juvenil donde encontró ganas y esperanza, donde volvió a encontrar utopías y compromiso. También se adentró en el trabajo de las Comunidades Eclesiales de Base y es ahí donde le gustaba estar, en medio del pueblo y la gente sencilla, viviendo una Iglesia de comunión y participación.
Su siguiente destino en Bolivia fue La Paz, allí fue formador de los estudiantes Carmelitas hasta que el año 1987 lo nombran Obispo Auxiliar de Oruro donde Monseñor Julio Terrazas era Obispo titular. Con él trabajó codo a codo en larguísimas horas de conversación y trabajo pastoral en la ciudad y las comunidades rurales, campesinas y mineras de Oruro. El año 1992 nombran a Monseñor Julio Arzobispo de Santa Cruz y Monseñor Braulio asumió la titularidad en la diócesis de Oruro cuya realidad ya conocía muy bien.
A Oruro le guarda un inmenso cariño que lo confiesa con gran placer. Allí fue Pastor durante 11 años cosechando un sinnúmero de experiencias, como aquella vez que los mineros lo tomaron de rehén junto al prefecto y al fiscal de distrito. Los mineros pedían la renuncia del alcalde y de su Consejo Municipal así que los tomaron de rehén y los mantuvieron en una volqueta durante dos días.
Las Comunidades Eclesiales de Base y la Pastoral Minera marcaron una característica de su ministerio episcopal en estas gélidas tierras donde supo compartir y encontrar calidez humana. Dicen que los Obispos y Cardenales deben dar la vida por la Iglesia y Monseñor Braulio casi casi deja la suya en Oruro, dos infartos cardiacos casi adelantan su partida a los brazos del Padre. El Obispo de Oruro estaba obligado a bajar al llano y por recomendación de los médicos llegó a Santa Cruz. Allí volvió a trabajar al lado de Monseñor Julio asumiendo de Obispo Auxiliar el año 2003.
“Monseñor Julio fue un referente muy importante en mi vida, un referente de cercanía con la gente y la realidad del pueblo” asegura recordando con nostalgia.
Vivir una Iglesia de comunión y participación
Al celebrar 50 largos años de servicio sacerdotal no puede evitar echar una mirada al camino recorrido y se confiesa con las manos vacías pero el corazón lleno de Dios “Mis manos están vacías, ¿Qué le puedo presentar al Señor? Se pregunta.
En esa retrospectiva, evalúa los momentos que marcaron su vida y señala como el primero el tiempo de su formación en el Seminario que no solo ha sido formación académica sino sobre todo en valores que considera necesarios para la vida sacerdotal como “la honestidad, la coherencia entre fe y vida y la fidelidad a Cristo ya su Iglesia, acompañados de las virtudes de sencillez, transparencia y alegría” y es que “Para mí vivir el Evangelio es vivir la alegría que nos trae Cristo, vida nueva” remarcado que la vida sacerdotal debe ser una vida alegre.
El segundo momento que le marcó fue La Iglesia en Oruro. Allí aprendió a realizar un trabajo pastoral de amor a la Iglesia, a vivir la Iglesia como una comunidad de amor y de fe, cerca de la gente.
El tercer momento es el que vive ahora que lo denomina como un “momento de síntesis” en el que puede reafirmar que seguir a Cristo ha valido y vale la pena “yo no me siento defraudado ni amagado, seguir a Cristo ha valido la pena” subraya decididamente.
“Sacerdote, hermano y Pastor”
Este Prelado de sonrisa fácil y expresión serena cree que “la vida no es hacer cosas sino ser” y confiesa que ha intentado “vivir una Iglesia que es comunión y participación donde Cristo es todo… he intentado ser Sacerdote, hermano y Pastor” agrega.
Entre los tesoros que más ha cuidado en estos largos 50 años están su ser Carmelita y su vida interior de oración y fraternidad, además de la dimensión misionera, propias también del carisma Carmelita.
Entre sus citas bíblicas favoritas, señala tres que le acompañaron en los momentos de su profesión religiosa, su ordenación y su consagración Episcopal, respectivamente:
“Hágase en mí según tu Palabra”; “Elegido de entre los hombres al servicio de los hombres” y “al servicio de la Iglesia” que destaca también como su lema episcopal.
Entre los libros que más le gusta leer están los de espiritualidad Carmelitana y asegura que procura disfrutar de todos los mementos como estar con los jóvenes, estar con la gente e incluso los momentos de soledad.
En este momento de ‘síntesis’ que le toca vivir asegura dar fe de en quién se ha fiado y puede decir que la felicidad es haber conocido a Cristo, seguirle y trabajar por la Iglesia y el pueblo, particularmente la gente sencilla con quien se identifica especialmente. (Campanas)
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