Los creyentes dicen «no» a la blasfemia de la guerra

Palabras de Francisco en la clausura del Foro para el diálogo y la convivencia entre Oriente y Occidente, en Baréin.

ANDREA TORNIELLI

Aunque aquí en Awali, en la sede principal del rey de Bahréin, estamos muy lejos del sangriento conflicto que ha estallado en el corazón de la Europa cristiana, el Papa Francisco ha vuelto a pedir el fin de la guerra en Ucrania. La isla en el Golfo está lejos de Europa del Este, pero cerca de Yemen, otro de los «pedazos» de esa única Tercera Guerra Mundial de la que habla cada vez más a menudo y con creciente preocupación, el Sucesor de Pedro.

Ante todo, llama la atención una constatación:  después de dos tremendas guerras mundiales, después de la Guerra Fría «que durante décadas mantuvo al mundo en vilo, en medio de tantos conflictos desastrosos en todas partes del globo, entre tonos de acusación, amenazas y condenas, todavía nos encontramos al borde de un frágil equilibrio y no queremos hundirnos. Al borde del abismo… Una imagen plástica de la absoluta precariedad en la que se encuentra hoy toda la humanidad ante el riesgo de un conflicto nuclear de incalculables consecuencias.

Francisco subraya un contraste, es más, una verdadera paradoja: por un lado, está la mayoría de la población mundial afligida por el hambre, la injusticia, las crisis ecológicas y las pandemias. Por el otro, hay un puñado de «unos pocos poderosos», que juegan con fuego, concentrándose en una lucha por sus propios intereses y exhuman viejas lenguas «redibujando zonas de influencia y bloques opuestos». Décadas de diálogo y apertura, décadas de pasos hacia la construcción de unas relaciones internacionales ya no gobernadas sólo por la ley del más fuerte y por las viejas alianzas militares, ahora parecen derretirse y desvanecerse como la nieve al sol.

El Papa describe lo que está ocurriendo como «un escenario dramáticamente infantil». En lugar de pensar en el futuro de la humanidad, hay quienes «juegan con fuego, con misiles y bombas, con armas que causan llanto y muerte». El llanto y la muerte son las tristes consecuencias, cuando, en lugar de diálogo y entendimiento mutuo, se acentúan las oposiciones y se persiste en imponer «los propios modelos y visiones despóticas, imperialistas, nacionalistas y populistas». La colonización económica e ideológica o la nostalgia de la grandeza imperialista socavan la paz, la seguridad de todos nosotros y el futuro del mundo. La invitación que el Papa reitera desde Baréin es a no permanecer indiferentes. Es la invitación a escuchar «el grito de la gente común y la voz de los pobres», dejando de «distinguir de forma maniquea quién es bueno y quién es malo» y haciendo, en cambio, el esfuerzo de «entenderse y colaborar por el bien de todos».

En un mundo que se ha convertido en una «aldea global» pero que no ha asimilado el «espíritu de la aldea», una de cuyas características es la fraternidad, las religiones tienen la tarea de indicar el camino de la paz. El creyente – gritó el Obispo de Roma frente a sus hermanos cristianos de otras confesiones y a los líderes de los musulmanes y de otras religiones – es el que dice enérgicamente «no» a la «blasfemia de la guerra y al uso de la violencia» y se opone también «a la carrera del rearme, al negocio de la guerra, al mercado de la muerte».

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