El 8 de septiembre se celebra la natividad de María, la madre de nuestro Señor Jesucristo, que, por excelencia, la mujer que cambió la historia de la Iglesia y de la humanidad. Muchas historias se fueron tejiendo, sin embargo, la única que nos permite sellar esta divinidad es reconociendo a su propio hijo. Pero como fue su nacimiento e infancia creo que nos puede ayudar a caminar mejor en nuestra fe.
¿Por qué escribir un artículo sobre la natividad de María? Todos conocemos bien la historia de María de Nazaret, la chica elegida por Dios para convertirse en la madre de Jesús, el Salvador. Desde la infancia se nos insta a verla como una especie de madre celestial, que nos ama tanto como a nuestra verdadera madre, y que ama a todos los niños del mundo de la misma manera. Al crecer, este es uno de los pocos cuentos de hadas dulces que nunca deja de ser real. Porque la Virgen sigue siendo verdaderamente la Madre misericordiosa de toda la humanidad, ella que, en virtud de su vínculo privilegiado con Jesús, puede hacerse cargo de todos los sufrimientos de los hombres, para llevarlos a la atención del Padre y actuar como una intermediaria entre Él y todas sus criaturas.
Gracias a María, Dios Padre quiso y pudo reconciliarse con el hombre. Otra famosa figura femenina, Eva, había provocado la pérdida de la gracia de toda la humanidad y la expulsión del Paraíso Terrenal. Cómo Eva fue maldecida por Dios por su pecado, y con ella todas las mujeres (“Multiplicaré tus dolores en el parto, y darás a luz a tus hijos con dolor” Génesis 3,16), así que la Virgen María fue en cambio bendita entre las mujeres. “Bendita tú eres entre todas las mujeres” le dice el arcángel Gabriel, cuando llega a anunciar su próxima maternidad. Y esta bendición, esta elección hecha por Dios de traer a Su Hijo al mundo, y con él la salvación para todos, fue determinada precisamente por María, por cómo ella era, por su carácter dócil y dulce, por su sencillez, pero también por su coraje, con el que aceptó asumir el difícil papel que el Todopoderoso había querido para ella.
Hemos dedicado un artículo sobre la evolución de la figura de mujer y madre desde Eva hasta María en el que hemos profundizado precisamente este aspecto de la vida de María. Por su importancia en la historia de la humanidad también hemos incluido a María entre las 10 mujeres cristianas que cambiaron la Iglesia y el mundo.
Pero aquí nos gustaría dar un paso atrás y hablar de la natividad de la Virgen María. Sí, porque María ha sido una niña, antes de convertirse en la mujer extraordinaria que conocemos. Tuvo una madre, antes de ser madre ella misma. Su madre se llamaba Ana y, aunque no se menciona en las Sagradas Escrituras, sin embargo, ella misma es venerada como una Santa, y con ella también el padre de María, San Joaquín. Ambos padres de María se celebran el 26 de julio, el mismo día que se celebra el Día de los Abuelos.
8 de septiembre Fiesta de la Virgen
Pero ¿por qué la Natividad de María se celebra precisamente el 8 de septiembre? En realidad, no hay información precisa sobre la fecha de nacimiento de la Virgen. Una tradición lo hace coincidir con el 5 de agosto, día en que se celebra la Virgen de las Nieves, que en el siglo IV d.C. cubrió con una milagrosa nevada el monte Esquilino, donde luego se construyó la Basílica de Santa María la Mayor. La misma fecha fue indicada en 1984 por Nuestra Señora de Medjugorje a los videntes como el día de su cumpleaños.
La tradición que en cambio sitúa la natividad de María el 8 de septiembre está vinculada a la construcción de la Basílica de Santa Ana en Jerusalén, en el siglo IV d.C., erigida en el lugar donde una vez estuvo la casa donde los padres de María, Ana de hecho y Joaquín, vivían y donde nacería la Madre de Jesús.
En Oriente, la natividad de María ya se celebraba en el siglo IV, justo después de la construcción de la citada Basílica. Posteriormente llegó también a Constantinopla la tradición de celebrar el nacimiento de María el 8 de septiembre y la Iglesia bizantina hizo suya esta devoción, asociándola con la de la Concepción.
En el siglo VII el Papa Sergio I introdujo la fiesta de la Natividad de María también en Occidente, celebrándola con una procesión solemne que serpenteaba por las calles de Roma desde la iglesia de San Adrián al Foro hasta la Basílica de Santa María la Mayor.
Historia del nacimiento de María
La información que tenemos sobre Joaquín y Ana, padres de María, proviene del Protoevangelio de Santiago, un texto apócrifo excluido del canon de las Sagradas Escrituras. De manera similar, el Evangelio del pseudo-Mateo, escrito en latín en los siglos VIII-IX, menciona a los padres de María. En los Evangelios de Lucas y Mateo hay retazos de información que nos permiten reconstruir, al menos en parte, la infancia de la Virgen.
La Legenda Áurea, la colección de biografías hagiográficas compuestas por el fraile dominico Jacopo da Varazze entre 1260 y 1298, también relata algunos episodios de la vida de María, Santa Ana y San Joaquín, muchos de los cuales inspiraron a grandes artistas del pasado a crear obras de arte sacro que se han vuelto inmortales.
Mientras tanto, queremos recordar las circunstancias milagrosas de la concepción de María, quien, como bien sabemos, nació pura, nunca tocada por el pecado original, como ocurre en cambio con todos los demás hombres y mujeres. El dogma de la Inmaculada Concepción santifica a María desde su concepción, purificada de todo mal, preservada del pecado para convertirse en la madre de Jesús.
Como hemos visto hablando de Santa Ana, ella y su esposo Joaquín no lograban tener hijos. La esterilidad era considerada la peor de las desgracias en la cultura judía, porque se atribuía a algún castigo divino. Joaquín, un hombre devoto, decidió alejarse del Templo cuando se le impidió hacer sacrificios a Dios debido a su esterilidad. Se retiró al desierto, entre los pastores, sin dejar jamás de rezar a Dios. También Ana, dejada por su marido, no paró de rezar, y finalmente su fe fue recompensada: a ambos se les apareció un ángel anunciando el inminente nacimiento de una niña. El mensajero celestial les dijo que debería llamarse María y que habría vivido en el Templo, porque estaba destinada a llevar al Hijo de Dios en su útero.
Así nació María, que inicialmente vivió en la casa de San Joaquín y Santa Ana. Aquí fue educada por su madre en la oración y la devoción a Dios, mientras también aprendía todo lo que una mujer necesitaba saber sobre cómo administrar un hogar y una familia. Posteriormente, fue llevada al Templo para que los sumos sacerdotes la instruyeran. Se dice que María acogió con alegría la perspectiva de dejar la casa paterna para ir a ese lugar austero y solemne, como si en ella, aún niña, palpitara ya la conciencia de cuál habría sido su destino.
Según la tradición hagiográfica, María vivió su infancia en el Templo, dividida entre oraciones y visitas de los ángeles. Su carácter era dulce y dócil, una anticipación de la espléndida joven que aceptaría sobre sí misma la misión que Dios hubiera querido proponerle. Una elección que cambiaría el destino del mundo.
La devoción a María Niña
La devoción a María Niña tiene sus raíces en la historia de las devociones populares más antiguas. Ciertamente, las primeras formas devocionales se derivan de la liturgia oriental.
El culto a la natividad de María ya se cultivaba en Milán en el siglo X, y el 20 de octubre de 1572 San Carlos Borromeo consagró la catedral a María naciente.
Alrededor de 1720, una monja franciscana, la hermana Clara Isabel Fornari, a quien le encantaba modelar los rostros de cera del niño Jesús y de María niña, regaló a las monjas Capuchinas de Santa María de los Ángeles en Milán una bonita estatua de cera que representaba a la recién nacida María envuelta en pañales. Gracias a este simulacro, la devoción a María niña tuvo una fuerte expansión y se extendió por todas partes. Incluso hoy en día, las hermanas de la congregación de las Hermanas de la Caridad de Lovere en Milán se llaman las Hermanas de María Niña. La estatuilla fue confiada a estas monjas a mediados del siglo XIX. Dado que ellas se dedicaban al cuidado y consuelo de los enfermos en el hospital Ciceri de Milán, la estatua de María Niña se convirtió en un punto de referencia y consuelo tanto para las monjas como para los enfermos, y en 1884 también se le atribuyó una curación milagrosa. Desde entonces, el 9 de septiembre de cada año, se celebra el milagro.
Deja un Comentario