Este domingo 10 de mayo desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, Mons. Sergio Gualberti, aseguró que en esta cuarentena, el Señor nos anima a no inquietarnos ni angustiarnos, a poner toda nuestra confianza en Él, el autor de la vida, vencedor del mal y de la muerte, el amigo que no defrauda.
La celebración Eucarística dominical fue concelebrada por los Obispos Auxiliares; Mons. Estanislao Dowlaszewicz y Monseñor René Leigue.
La fe en el Señor cambia nuestra manera de ver la realidad y los hechos de nuestra vida, y nos permite descubrir su presencia aún en los momentos difíciles e inciertos como ahora, cuando arrecia la pandemia en especial en nuestro Departamento. Jesús nos pide confiar y creer en Él que quiere nuestra vida y que nos da la fuerza para no caer en el cansancio y el desánimo, afirma el Arzobispo.
La “semana de la familia” que inicia hoy 10 de mayo, es la ocasión para renovar nuestra adhesión al plan que Dios, desde la creación, tiene sobre la familia: ser la cuna del amor y de la vida, dijo Monseñor.
El prelado afirmó que cuidar a la familia también tiene que ser el Compromiso de nuestra sociedad, en estos días hemos visto lamentablemente 11 feminicidios, ¡No es posible!, tenemos que cuidar la familia y por lo tanto cuidar la vida de todos y en particular la vida de la mujer que es la fuente de la vida.
Esta “semana de la familia” es la ocasión para renovar nuestra adhesión al plan que Dios, desde la creación, tiene sobre la familia: ser la cuna del amor y de la vida, la pequeña iglesia doméstica y la base de la sociedad, fundada sobre el sacramento del matrimonio que consagra el amor de los esposos como signo del amor de Dios a la humanidad y de amor de Jesucristo a la Iglesia. S
Arzobispo con mucha preocupación dijo que hoy este plan de Dios sobre la familia y la creación sufre ataques de toda clase, por eso el lema de esta semana nos invita a reflexionar y a comprometernos a cuidar este don de Dios. Compromiso que debe iniciar en nuestro propio hogar, instaurando un trato de respeto y amor entre todos, con particular atención a los más miembros más débiles y aprendiendo a entregarse y servirse mutuamente, y a solidarizarse con el dolor y necesidades de los demás.
También Monseñor nos pide que en este mes de mayo dedicado a la Virgen Maria, aprovechemos para rezar juntos el Santo Rosario, ayuda para nuestra fe y vida cristiana, “la Corona de María” en contra del corona virus.Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
V Domingo de Pascua/10/05/2020
Queridos Hermanos y hermanas que nos acompañan a través de los Medios de comunicación. La palabra de Dios de este Domingo nos presenta a Jesús como la referencia insustituible de nuestra vida cristiana. El pasaje del Evangelio de hoy, parte del discurso de despedida de Jesús en la última Cena, nos muestra a los apóstoles turbados y tristes ante las previsiones que el maestro acababa de hacer: la traición de Judas, la triple negación de Pedro y la vuelta de Jesús a la casa del Padre.
A fin de que los apóstoles no desfallezcan ante la prueba, Jesús acompaña este anuncio con palabras de aliento: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”. Estas palabras de esperanza resuenan también para nosotros en esta cuarentena. Él nos anima a no inquietarnos ni angustiarnos, a poner toda nuestra confianza en Él, el autor de la vida, vencedor del mal y de la muerte, el amigo que no defrauda. La fe en el Señor cambia nuestra manera de ver la realidad y los hechos de nuestra vida, y nos permite descubrir su presencia aún en los momentos difíciles e inciertos como ahora, cuando arrecia la pandemia en especial en nuestro Departamento. Jesús nos pide confiar y creer en Él que quiere nuestra vida y que nos da la fuerza para no caer en el cansancio y el desánimo.
Luego Jesús les promete que él volverá para llevarlos definitivamente consigo: “Voy a prepararles un lugar… volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde Yo esté, estén también ustedes… y ustedes ya conocen el camino del lugar adonde voy”. A pesar de estas aclaraciones y exhortaciones, los apóstoles siguen desconcertados; su fe débil e imperfecta no les permite entender la promesa de Jesús.
Su estado de ánimo se refleja en la pregunta de Tomás: “¿Cómo vamos a conocer el camino?”, y en el pedido de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús responde con tono de reproche: “Estoy con ustedes tanto tiempo ¿y todavía no me conoces, Felipe? Quién me ha visto, ha visto al Padre”. Los apóstoles durante tres años han tenido la oportunidad de compartir todo con Jesús, han escuchado sus enseñanzas y han visto sus obras y sin embargo no lo conocen a fondo, porque lo han mirado con criterios puramente humanos.
Al no reconocer a Jesús como Hijo de Dios, tampoco pueden conocer a Dios: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Jesús es el único y verdadero Camino que lleva a Dios, la Verdad que fundamenta nuestra fe y la Vida plena que nos regala con su resurrección.
Así lo entendieron los primeros convertidos a Cristo, judíos radicados en Israel y otros que vivían en el mundo griego, como nos dice la primera lectura. Ellos eran conocidos como “los del Camino”, el camino del Señor; los que, unidos alrededor de los apóstoles, formaron la primitiva comunidad de Jerusalén que muy pronto fue aumentando en número y creciendo en la fe a pesar de las necesidades y dificultades al interior y exterior de la misma. Una de estas fue la controversia surgida entre dos grupos de convertidos: los Hebreos y los Helenistas. Estos se quejaron con los apóstoles “porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos”. El problema era grave y amenazaba de dividir a la comunidad naciente.
Los apóstoles reunieron a todos y les propusieron una solución que no perjudicara su propia misión prioritaria de anunciar el Evangelio: “Busquen a siete hombres llenos de Espíritu Santo y de sabiduría y nosotros les encargaremos esta tarea”. La comunidad se une en oración pidiendo luces a Dios, selecciona a siete varones de buena fama y los presenta a los apóstoles que les imponen las manos, transmitiendo el Espíritu Santo sobre los siete.
Este acontecimiento es el origen del servicio del diaconado y al mismo tiempo se vuelve el modelo para la actuación de la Iglesia a lo largo de su historia. La Iglesia aprendió a poner atención a los signos de los tiempos y a las necesidades de los fieles y de la comunidad, a orar antes de dar una respuesta y a ponerse, con espíritu de caridad, al servicio de los hermanos pobres y necesitados.
A la luz de esta actuación, también nosotros queremos vivir la Semana de la Familia que inicia hoy con el lema: “Familia y creación, cuidadas con amor”. En la situación de cuarentena, son bastante reducidas las actividades que se pueden realizar, sin embargo todo es cuestión de la calidad y del amor que pongamos en cada una de ellas. Esta “semana de la familia” es la ocasión para renovar nuestra adhesión al plan que Dios, desde la creación, tiene sobre la familia: ser la cuna del amor y de la vida, la pequeña iglesia doméstica y la base de la sociedad, fundada sobre el sacramento del matrimonio que consagra el amor de los esposos como signo del amor de Dios a la humanidad y de amor de Jesucristo a la Iglesia. Sin embargo, hoy este plan de Dios sobre la familia y la creación sufre ataques de toda clase, por eso el lema de esta semana nos invita a reflexionar y a comprometernos a cuidar este don de Dios. Compromiso que debe iniciar en nuestro propio hogar, instaurando un trato de respeto y amor entre todos, con particular atención a los más miembros más débiles y aprendiendo a entregarse y servirse mutuamente, y a solidarizarse con el dolor y necesidades de los demás.
En esta tarea es fundamental contar con la presencia de Dios en nuestro hogar, a través de signos concretos que nos lo recuerdan y profesando nuestra fe en familia. En esto, son de gran ayuda los sacramentos y la participación en vida de la comunidad y la oración en común, porque la “familia que reza unida permanece unida”. En este mes de mayo dedicado a la Virgen Maria, aprovechemos para rezar juntos el Santo Rosario, ayuda para nuestra fe y vida cristiana, “la Corona de María” en contra del corona virus.
Antes de terminar, unas palabras para “el Día del Periodista” que se celebra hoy en Bolivia. Animamos a estos hermanos y hermanas a que cumplan su delicada misión con libertad, ética y en el respeto de la verdad. En estos días de la pandemia hemos vistos a tantos periodistas en primera fila en las calles, expuestos al riesgo del contagio y a las reacciones irracionales y violentas de algunos grupos.
Les agradecemos por su sacrificada labor que les ocupa a cada hora de la jornada y les acompañamos con nuestra oración para que presten su preciosa ayuda a nuestro País y mire con esperanza al futuro, evite los errores del pasado, encuentre nuevos caminos e inicie, con renovado ardor, una época centrada en la libertad, solidaridad, justicia y paz. ¡Qué Dios los bendiga! Amén.
Fuente: Campanas
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