La gratitud es una de esas virtudes que está desapareciendo en el mundo modero

Por: Mons. Braulio Sáez, Obispo Emérito de Santa Cruz.

El Evangelio de Lucas que estamos leyendo este tiempo nos presenta  a Jesús camino de Jerusalén, camino en el que va enseñando a los discípulos su proyecto de salvación, de manera particular, revelando la grandeza y el amor de su Padre, y las verdades esenciales del Reino. En el camino se topa con personajes que salen a su encuentro y para cada uno tiene una palabra que llega al corazón; palabras que unas veces son acogidas con entusiasmo y muchas rechazadas.

Tanto en la primera lectura del Libro de los Reyes como en el Evangelio aparecen una realidad lacerante: la lepra, un mal muy corriente en aquellos tiempos, en la primera lectura es la figura de Naamán, en el Evangelio son diez leprosos que acuden a Jesús. Sabemos que estas personas eran segregadas y malditas según la ley, no podían acercarse a nadie. Lucas nos dice que los diez leprosos “se detuvieron a distancia y comenzaron a gritarle: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”.  Y en el camino se da el milagro de la curación de los diez leprosos; Naamán después de muchas dudas se cura al sumergirse en el agua del rio Jordán.

Pudiera parecernos que son relatos más o menos piadosos, uno de tantos signos que realizó Jesús, pero no, las lecturas de hoy, son la narración de un encuentro con alguien, encuentro que en realidad es de oración, de súplica, de confianza en el Dios de la Vida. Jesús realiza este signo para decirnos que la oración fundamentalmente parte del encuentro  del hombre en diálogo con Dios, pero desde el amor, desde el reconocimiento de un amor gratuito.

Sabemos que la oración parte siempre, en palabras de S. Juan de la Cruz, de una herida sangrante, de una necesidad reconocida; los leprosos se sienten rechazados y discriminados. Como ellos, nosotros también, cuando tomamos conciencia de nuestro dolor, es cuando elevamos nuestra mente y nuestra súplica al Señor, para que sea Él quien intervenga. La situación en que se encuentran los leprosos, les ha hecho mirarse a sí mismos tomando conciencia de sus límites pero sabedores que Jesús siempre se salta las normas y deja que nos acerquemos a él para que se produzca el encuentro y el milagro.

Durante estos días hemos visto en nuestras Iglesias de Santa Cruz grupos, comunidades y manifestaciones de fe que se han reunido para orar. Hay una razón, nuestro país tiene muchas heridas, una es la Chiquitania, otra, las elecciones nacionales del próximo domingo. Si, queridos hermanos, nos duele el país, nos duelen tantas heridas que urge sanar, pues estamos convencidos que queremos un país más democrático, más justo y más solidario, un país donde todos seamos iguales, por eso oramos.

El Evangelio podría haber terminado acá, pero continúa diciéndonos que: “Uno de los leprosos al comprobar que estaba sanado, volvió y se arrojó a los pies de Jesús, “dándole gracias”. La misma actitud nos narra la primera lectura de Naamán, ambos tienen la valentía de reconocer la gracia que han recibido, de encontrarse consigo mismo, de volver. Su gratitud es la más hermosa expresión de fe, reconocer a Dios que es el origen de la salvación, porque de Dios nos viene todo lo bueno que experimentamos en la vida.

La gratitud es una de esas virtudes que está desapareciendo en el mundo modero, donde todo se compra y se vende, todo se intercambia, y por eso se desconfía de la gratuidad, pues decimos: nadie da nada gratis. Solamente uno, un samaritano, alguien que no pertenecía al pueblo elegido, es quien vuelve a dar gracias, los pobres y marginados son más generosos que los poderosos, porque ellos, los necesitados, dan de lo que tienen para vivir, los ricos dan de lo que les sobra.

Jesús dice al que vuelve a dar gracias: “Tu fe te ha salvado”  todos, los diez han sido curados, pero sólo él ha sido salvado. Hoy tenemos que enseñar al ser humano a ser agradecido, a saber reconocer la belleza de la creación, a dejarnos asombrar por la obra del universo y a conservar este mundo maravilloso como el mayor regalo y no dejar que se nos muera defendiendo la casa común como lo están haciendo los obispos en el Sínodo de la Amazonia.

Acabamos de celebrar la fiesta de San Francisco de Asís que nos invita a alabar al Señor por el sol, la luna, la hermana madre tierra:

                 “Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,

                 tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;

                 tan sólo tú eres digno de toda bendición,

                 y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención”.

 

Necesitamos gestos de solidaridad, de impulsar la defensa de la vida y lo bueno que hay en cada persona. Es urgente saber dar gracias por tanta vida que nos rodea. Amen.  

Domingo XXVIII Durante El Año – Ciclo. C

 

                                                              

 

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