Hiroshima y Nagasaki, hace 75 años el doble holocausto nuclear

El 6 y el 9 de agosto de 1945, dos dispositivos atómicos destruyeron Hiroshima y Nagasaki. A partir de esas fechas que han cambiado el curso de la historia, volvemos sobre los pasos del Papa Francisco en estas dos ciudades, en 2019, durante su viaje apostólico a Japón.

Es el 6 de agosto de 1945. Han pasado unas semanas desde el primer ensayo nuclear de la historia, que tuvo lugar el 16 de julio de 1945 en Alamogordo, en el desierto de Nuevo México. En Europa, la Segunda Guerra Mundial ya ha terminado, pero Japón, a pesar de ser un país al límite, no tiene intención de rendirse. Son las 8:15 de la mañana. La Fuerza Aérea de EE.UU. lanza una bomba atómica, de uranio, con el nombre en clave «Little Boy». La bomba cae sobre la ciudad de Hiroshima, que en ese momento tenía una población de unos 255.000 habitantes. Abrumados por una verdadera tormenta caliente que avanzaba a 800 km por hora, al menos 70 mil personas murieron instantáneamente. A estas víctimas se añaden decenas de miles de otras personas que perderán la vida debido a la radiación en los días, meses y años siguientes.

Una ciudad en ruinas

Entre los testigos presenciales de esa tragedia se encuentra también el Padre Pedro Arrupe (1907 – 1991), que fue elegido Prepósito General de la Compañía de Jesús en 1965. El 6 de agosto de 1945 estaba en la casa de su comunidad religiosa en las afueras de Hiroshima. «Estaba en mi habitación con otro sacerdote a las 8:15 a.m. -escribió recordando ese día- cuando de repente vimos una luz enceguecedora, como un resplandor de magnesio. Tan pronto como abrí la puerta que daba a la ciudad, oímos una tremenda explosión similar a una ráfaga de viento de un huracán. Al mismo tiempo, las puertas, ventanas y paredes se derrumbaron sobre nosotros en pedazos. Subimos a una colina para tener una mejor vista. Desde allí podíamos ver una ciudad en ruinas. Seguimos buscando alguna forma de entrar en la ciudad, pero era imposible. Hicimos lo único que se podía hacer en presencia de tal matanza masiva: caímos de rodillas y rezamos para que nos guiaran, porque no teníamos ninguna ayuda humana.

Entre la historia y la memoria

En Hiroshima hay un lugar, en particular, que recuerda ese 6 de agosto. Es el Memorial de la Paz, un edificio construido en 1915 y severamente dañado por la deflagración nuclear de 1945. Es una advertencia indeleble para la humanidad. Sus restos y la cúpula, como recuerda la UNESCO, son «un símbolo crudo y potente de la fuerza más destructiva que el hombre ha creado jamás». En el cercano Museo, a través de fotografías originales, modelos realistas, impresiones artísticas, objetos recuperados y explicaciones descriptivas se puede recorrer la historia de Hiroshima, antes y después del bombardeo, y los dramáticos pasos que precedieron, acompañaron y marcaron esa tragedia.

Nunca más el rugido de las armas

El viaje apostólico del Papa Francisco al Japón, del 23 al 26 de noviembre de 2019, acompañado del lema «Protege toda la vida», fue un puente entre 1945 y hoy, entre el recuerdo de esa catástrofe y la amenaza nuclear que, aún en este tiempo, no ha sido completamente erradicada. En el Memorial de la Paz en Hiroshima, el 24 de noviembre de 2019, el Pontífice pronunció estas palabras:

 «¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento!». Un grito levantado de un lugar donde, después de » un resplandor de relámpago y fuego, no ha quedado más que sombra y silencio».   En apenas un instante «, recordó el Santo Padre, «todo fue devorado por un agujero negro de destrucción y muerte. Desde ese abismo de silencio, todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están. Venían de diferentes lugares, tenían nombres distintos, algunos de ellos hablaban lenguas diversas. Todos quedaron unidos por un mismo destino, en una hora tremenda que marcó para siempre, no sólo la historia de este país sino el rostro de la humanidad».

Convertirse en instrumentos de reconciliación

En Hiroshima, recordando a todas las víctimas, el Pontífice indicó tres imperativos morales: recordar, caminar juntos, proteger. No se puede permitir que » las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido».  Debemos «caminar juntos, con una mirada de comprensión y perdón», y abrirnos a la esperanza, «convirtiéndonos en instrumentos de reconciliación y paz». «Esto», añadió, » será siempre posible si somos capaces de protegernos y sabernos hermanados en un destino común”.

Crímenes contra el hombre

El Papa Francisco también expresó el deseo de «ser la voz de aquellos cuya voz no es escuchada, y que miran con inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo, las inaceptables desigualdades e injusticias que amenazan la convivencia humana, la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común, el recurso continuo y espasmódico de las armas, como si estas pudieran garantizar un futuro de paz”.

«El uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas, como ya lo dije hace dos añosSeremos juzgados por esto”. (Papa Francisco en el Memorial de la Paz en Hiroshima, 24 de noviembre de 2019).

Después de Hiroshima, el horror se repite en Nagasaki

Tres días después del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, un segundo dispositivo nuclear es lanzado por la Fuerza Aérea de EE.UU. sobre otra ciudad japonesa. La segunda bomba, una bomba de plutonio, tiene el nombre en clave «Fat Man». Es el 9 de agosto de 1945. La ciudad elegida por las fuerzas militares estadounidenses para lanzar la bomba es Kokura, uno de los principales arsenales navales de Japón. Pero las condiciones climáticas adversas conducen a un rápido cambio de objetivo. Eran poco más de las 11 de la mañana. En Nagasaki, que en ese momento tenía una población de 240.000 habitantes, la explosión de la bomba causó la muerte inmediata de al menos 40.000 personas. En los días y años siguientes, decenas de miles más murieron por el polvo radiactivo. Unas semanas después de las explosiones de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, Japón firmó la rendición incondicional. Fue el acto conclusivo de la Segunda Guerra Mundial.

Un rosario entre las cenizas

Entre los testigos de la deflagración nuclear de Nagasaki se encuentra el cirujano y radiólogo Paolo Takashi Nagai (1908-1951). En la mañana del 9 de agosto de 1945 estaba en su lugar de trabajo no lejos del epicentro de la explosión. La bomba alcanzó el barrio católico por completo. Ese día la catedral estaba llena de fieles que hacían cola frente al confesionario para preparar la fiesta de la Asunción. Después del ataque atómico, el Dr. Nagai regresó a casa. Entre los escombros encuentra los restos de su esposa Midori. En sus manos brillaba algo: un rosario y un crucifijo. Entre los escombros de la catedral, la campana fue encontrada intacta. Unos meses después, en la noche de Navidad, vuelve a sonar. «Ni siquiera una bomba atómica -escribió Nagai- puede silenciar las campanas de Dios”.

Una piedra negra y los restos de la catedral

En el punto donde la bomba atómica fue lanzada en Nagasaki el 9 de agosto de 1945, un simple monolito negro recuerda el epicentro de la explosión. No muy lejos, los restos de la catedral de Urakami aún son visibles. En el momento de la deflagración, era la iglesia más grande de Asia Oriental. En la colina cerca del Hypocenter Park se encuentra el Museo de la Bomba de Nagasaki. Muestra los horrores de la guerra a través de imágenes y testimonios.

La estabilidad no se construye con el miedo

En Nagasaki, el 24 de noviembre de 2019, en el Atomic Bomb Hypocenter Park, el Papa lanzó un llamamiento para un mundo sin armas nucleares. “La paz y la estabilidad internacional  – subrayó el Papa – son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total; sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana de hoy y de mañana”.

Un mundo en paz

En Nagasaki, ciudad «testigo de las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales de un ataque nuclear», el Papa recordó que » serán siempre pocos todos los intentos de alzar nuestra voz contra la carrera armamentista». “ Un mundo en paz, libre de armas nucleares, es la aspiración de millones de hombres y mujeres en todas partes. Convertir este ideal en realidad requiere la participación de todos: las personas, las comunidades religiosas, la sociedad civil, los Estados que poseen armas nucleares y aquellos que no las poseen, los sectores militares y privados, y las organizaciones internacionales. «.

» En este lugar de memoria, que nos sobrecoge y no puede dejarnos indiferentes, es aún más significativo confiar en Dios, para que nos enseñe a ser instrumentos efectivos de paz y a trabajar también para no cometer los mismos errores del pasado”. (El Papa Francisco, en el Hipocentro de la Bomba Atómica en Nagasaki el 24 de noviembre de 2019)

En un minuto la jornada del Papa en Hiroshima y Nagasaki

En el Japón, Francesco, dirigiéndose a las autoridades japonesas, instó » a todas las personas de buena voluntad a seguir impulsando y promoviendo todas las mediaciones necesarias de disuasión para que nunca más, en la historia de la humanidad, vuelva a ocurrir la destrucción generada por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki». El diálogo, subrayó, es » diálogo, única arma digna del ser humano y capaz de garantizar una paz duradera. Estoy convencido de la necesidad de abordar la cuestión nuclear en el plano multilateral, promoviendo un proceso político e institucional capaz de crear un consenso y una acción internacional más amplia». En este vídeo, de sesenta segundos de duración, las imágenes y las palabras fluyen para revivir el intenso día del Papa en las dos ciudades japonesas que simbolizan los efectos devastadores de la bomba atómica.

Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano

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