Por: Mariano Delgado
«En momentos como éste, no es sólo Dios quien pregunta al hombre: ‘¿Dónde estás?’ (Gen 3:10). El hombre también clama hacia Dios desde lo profundo de su ser: ‘¿Dónde estás?'»
«Superaremos esta crisis, como lo hemos hecho en otras ocasiones. La pregunta es si aprenderemos de ello y finalmente daremos un giro para corregir el rumbo»
«Un humanismo, en el que los cristianos no olvidemos mantener viva la esperanza universal en la salvación de todos a través del inconmensurable y ‘gratuito’ don del Dios Encarnado»
«La teología de hoy está llamada a participar en la búsqueda de esta nueva espiritualidad y de este nuevo humanismo en la polifonía de las culturas y religiones del mundo»
A primera vista, no son buenos tiempos para la teología: iglesias cerradas, no hay liturgias de Viernes Santo y Pascua…, mientras el anciano y solitario Papa en un gesto aparentemente patético frente a la plaza vacía de San Pedro con la custodia en la mano bendice «la ciudad y el mundo», a toda la humanidad, y proclama que todos estamos en la misma barca, que Dios no abandonará al hombre, sí, que «no puede» abandonarlo, ya que lo creó como su interlocutor: «Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios (ad colloquium cum Deo). Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva (a Deo ex amore creatus, semper ex amore conservatur)» (Gaudium es spes 19).
En momentos como éste, no es sólo Dios quien pregunta al hombre: «¿Dónde estás?» (Gen 3:10). El hombre también clama hacia Dios desde lo profundo de su ser: «¿Dónde estás?»
Ciertamente no faltan capellanes que, como Carlo Borromeo, están presentes en los hospitales y otros lugares para dar consuelo y asistencia espiritual. Pero los héroes de nuestro tiempo son los conductores de ambulancias y el personal médico que tratan de ayudar, arriesgando sus vidas. Podemos ver aquí una herencia de la cultura cristiana de la misericordia, en cuyo seno se construyeron hospitales, casas para los pobres y hogares de ancianos: ¡alegrémonos de que el mensaje cristiano haya sido tan fructífero en esta área!
Los nuevos superhéroes del coronavirus
Lo mismo vale para el pensamiento del mundo «uno» y de la familia humana «una», que se ha convertido en una evidencia y que, en caso de catástrofe, desencadena una ola de solidaridad mundial. Vamos a pagar un alto precio humano y económico por el coronavirus. Pero también superaremos esta crisis, como lo hemos hecho en otras ocasiones. La pregunta es si aprenderemos de ello y finalmente daremos un giro para corregir el rumbo.
Después de crisis similares, que deberían habernos enseñado «humildad» y «autoconocimiento» y una nueva forma de vida, la humanidad dio un salto y cayó en el orgullo de la hibris: así, la peste negra del siglo XIV fue seguida por el Renacimiento, donde el hombre se vio a sí mismo como la corona de la creación, llamado a explotar la naturaleza (y a perfeccionar las armas dando el salto cualitativo a las de fuego, que tanto deploraron auténticos humanistas como Juan Luis Vives). A la Guerra de los Treinta Años y las epidemias de los siglos XVII y XVIII le siguieron el Siglo de las Luces con el «sapere aude» kantiano («¡ten el valor de usar tu propia mente!») y el positivismo técnico del siglo XIX. Las guerras mundiales y las epidemias del siglo XX fueron seguidas por los viajes espaciales y la revolución tecnológico-digital. ¿Qué pasará ahora?
¿Debe seguir aplicándose el lema de los Juegos Olímpicos «citius, altius, fortius» (más rápido, más alto, más fuerte) a la humanidad y a los diversos países en competencia económica? ¿O es finalmente el momento de dar un giro, como nos recordaron el «Club de Roma» en 1972 con su informe «Los límites del crecimiento» y el Papa Francisco en 2015 con la encíclica «Laudato si'»?
En ella, el Papa dice que el hombre de hoy no tiene «ninguna ética sólida, ninguna cultura y espiritualidad… que realmente le ponga límites y le frene en una clara autolimitación» (Laudato si’ 105). Habla de una «espiritualidad y estética de la frugalidad», de una espiritualidad «del ocio y de la fiesta, de la receptividad y la gracia», de un estilo de vida «profético y contemplativo», de un «crecimiento con moderación», de un «retorno a la simplicidad», a la «frugalidad y humildad», de un adiós a la «gran velocidad» y a la «prisa constante» de nuestros tiempos. Estos serían algunos pasos hacia el tan buscado «nuevo humanismo», que deje de lado la hibris y practique humildemente el conocimiento de sí mismo, que como decía Don Quijote a Sancho es “el más difícil conocimiento que puede imaginarse”.
Aunque sea en forma secular, necesitamos un humanismo que esté marcado por los valores fundamentales del cristianismo: la preocupación por «la vida en abundancia» (Jn 10,10) para todos, especialmente para los más vulnerables; la construcción de un mundo en el que la justicia y la verdad, la libertad y la paz, la solidaridad y la fraternidad encuentren un hogar. Un humanismo, en el que los cristianos no olvidemos mantener viva la esperanza universal en la salvación de todos a través del inconmensurable y «gratuito» don del Dios Encarnado.
La teología de hoy está llamada a participar en la búsqueda de esta nueva espiritualidad y de este nuevo humanismo en la polifonía de las culturas y religiones del mundo. ¡El mundo después del coronavirus ya no debería estar marcado por la fatal hibris! Esta difícil prueba debe llevar finalmente a un cambio de rumbo. Esto es lo que quiere darnos a entender también Hilde Domin con su poema «Petición» (Bitte):
Estamos inmersos
y lavados en las aguas del diluvio,
todo empapados
menos la piel del corazón.
El deseo del paisaje
a este lado de la línea del llanto
ya no vale;
el deseo de sostener las flores de la primavera,
el deseo de no ser alcanzado por la desgracia,
ya no vale.
Vale la petición,
que al amanecer vuelva
la paloma con la rama del olivo.
Que el fruto sea tan pintiparado como la flor,
que incluso los pétalos de la rosa en el suelo
formen una corona brillante.
Y que salgamos del diluvio,
del foso de los leones y del horno de fuego
más humildes
y más curados,
siempre de nuevo
reenviados
a nosotros mismos.
(De Religion digital)
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