Por: P. Guillermo Siles Paz, OMI
A Dios gracias tenemos un nuevo día, llegó el sol, el movimiento de algunas personas y a pensar de restricciones, es que hay que seguir viviendo en medio de esta pandemia.
Vivir encerrados, confinados nos llevó a pensar muchas cosas, a ver las salidas. Qué hacer si tienes el coronavirus, cómo te relacionarías, cómo lo combatirías. Algunos han pensado, inclusive, en qué estrategia usarlo en su momento. Bueno, otros ni idea.
Cada momento uno escucha relatos, experiencias y llamados de desesperación, escucha toda una experiencia de vida. Escucha como llega este mal a la familia. Al escuchar esos relatos, sabes que es un mal destructor del ser humano. Ahí vas a pensar en el mal, sabes lo que viene y lo que no quieres, que tus seres queridos lo tengan.
Pensando en estas realidades me puse analizar y pensar en varias salidas existenciales. O tal vez simplemente como estar y vivir en medio de este mal, pero de pie y pensando el futuro inmediato.
HAY QUE VIVIR CON INTENSIDAD CADA MOMENTO
Muchas amigos, familiares y personas coinciden: que en estos días de cuarentena han pasado momentos muy especiales. La familia, se convirtió en un centro valioso, ahí se lo disfruta, porque se pasa momentos bonitos y de mucha sinergia y fraternidad. Un amigo me decía; “Hace tiempo que quería estar así con mis hijos y mi esposa. Pero en algún momento, al ver las noticias decía, “tenemos que vivir pensando que vamos a morir”. Es muy duro y frio, pero muy real, y que nadie prefiere escuchar.
El coronavirus nos trajo muchas cosas dolorosas, como la tragedia o como un terremoto, que no nos libra de pasar de este mundo al otro. Que tendríamos que hacer, no hay mucho que pensar, lo que si hay que vivir. Por eso la palabra que surge es “vivir con intensidad, cada momento” porque no sabes lo que vendrá. Podemos decir, parece un apocalipsis, pensar que todo terminará, va llegando poco a podo nuestros últimos días, pero que también podríamos pensar simplemente, que llego la hora de darnos cuenta de lo que debemos de cambiar y prepararnos. Tal vez para nosotros no es nuestro momento.
Pensar con intensidad significa valorar todo lo que tenemos, apreciar hasta lo mínimo, los pequeños detalles de la vida, las amistades, las acciones en tu grupo, tu trabajo, y sobre todo tu familia. En este momento hay que mantener esas relaciones de afecto profundos, reavivar tus energías, sin perder las referencias que todo lo somos, seres humanos relacionados. Somos uno con el hermano.
Cada momento es diferente, pero éste que nos tocó, es único e irrepetible. Ya nos tiene muchos días alejados de tanta gente querida, controlados por muchas mediaciones, y frenados a vivir la normalidad. Ahora tu momento es tu propia realidad, tu entorno, tu familia, o tus seres queridos. Las distancias no pueden significar pretexto, sino oportunidad de acercarnos, llamarnos, recordarnos, amarnos y perdonarnos. Porque debemos de vivir este momento. Podríamos decir un momento de cambio de perspectiva, de mirada de la vida. Es necesario mirar este momento, como un tiempo, también de conversión hacia una vida nueva, donde los valores humanos afloren.
Aquí y ahora debemos mantener esa calma, pero también reconstruir las mismas relaciones. No podemos bajar la guardia de saberme amados por los otros. Este es momento para reconstruir nuestras relaciones. Si de verdad queremos aprovecharlo.
LA EXPERIENCIA DEL DOLOR.
No sé, pero para mí este momento significa una experiencia de vivir con el dolor del otro. Porque cuando escucho los nombres, las personas, los relatos, las experiencias, simplemente me lleva a unirme a su dolor. Todos los relatos de estos días, cargan sentimientos de amargura y dolor profundo.
A veces, hasta parece masoquista, pensar que el dolor del otro me ayuda a vivir, pero es así una de las dimensiones de los sacerdotes, acompañar a la gente en su dolor, vivir su propio dolor. Nuestra cercanía y empatía nos permite sentir con ellos, lo mismo que sienten.
Es un tiempo en que nos toca cargar los dolores de la gente, de amigos y seres queridos. Aquí se nota con claridad que siempre es la oportunidad de fortalecer los lazos, reducir las distancias, y saber darle alegría. Es decir, que nos toca darles un foco de esperanza para vivir con dignidad los momentos de dolor y sufrimiento.
Se pregunta uno, ¿Hasta cuándo durará esto?, y la respuesta es siempre de desconcierto. Pero mientras no nos llegar algo nuevo, simplemente hay que vivir la experiencia del dolor, y acompañando a los que necesitan de cada uno de nosotros.
EL SILENCIO, EL VACIO. LA TRISTEZA.
¿Cómo explicarnos este momento?, ¿cómo dar sentido, cuando algunos encontraron el sinsentido? ¿Cómo volcar la tortilla de los dolores por algo nuevo? ¿Cómo poner alegría en medio del dolor? En todas estas interrogantes solo sientes que te inunda de vacío y silencio. Para algunas personas no hay respuestas que llenen su dolor.
Habíamos sido tan vulnerables, tan frágiles, tan débiles porque estas realidades nos quiebran totalmente. En estos momentos la sensación es dura, incierta, incomprensible. Una persona siente, que esta realidad, lo único que buscan es aplastarte, bajonearte, despersonalizar o matarte en vida. El silencio después del dolor podría terminar en algo catastrófico, pero también es una oportunidad de mirar más allá de tu propia realidad.
Es un momento en que nos silenciamos con el otro, porque no podemos cambiar la realidad, pero si podemos acompañarles en la batalla que ellos enfrentan. Es un tiempo en que nos toca simplemente experimentar, con el otro, su vacío, dolor y su tristeza. Es que, desde esa misma realidad, debemos de sabernos comprometidos a buscar algunas alternativas y para romper el silencio. Desde la experiencia propia, debemos de salir para el encuentro.
No podemos negar, y por la experiencia de la vida, en el silencio encontramos nuevas pistas, sin mucho planear, lentamente encontraremos respuestas para apartarnos de esa tristeza. Porque el silencio va acomodando algo del pasado para saltar y transformarnos. Pero para eso debemos de estar atentos a esta realidad. En el silencio y el vacío se va gestando el futuro de uno. Pero si estas acompañando y cerca de la persona, le estarás ayudando lentamente a encontrar salidas y luces para ver el mañana.
IRRUMPE UNA ESPERANZA.
Desde mi propia realidad he encontrado algo que me impacto. Ver al papa Francisco en la plaza de San Pedro. Solo, en el silencio, en la penumbra, en la soledad. Ver cómo se acercaba a Cristo, en la cruz, lleno de dolores, de sangre, con heridas, con una corona de espinas, clavado en la Cruz.
Ese encuentro con Cristo en la cruz, es llamativo, desde ahí debemos de partir para mirar el futuro. Es decir, no podemos salir a mirar la esperanza, y abandonar el sufrimiento, sin empoderarnos de esta dimensión que todo ser humano vivirá, la muerte.
Es el momento de ponernos a los pies del Cristo Crucificado. Es el momento de no apartarnos de él, de poner nuestras manos en sus llagas, en su dolor, y esperar que venga un nuevo día lleno de luz.
Tenemos que ponernos a pensar y sentir a Cristo hoy, así como era y como fue. Porque desde ahí es que nace nuestra esperanza, Es que Cristo fue la primicia para ser diferentes. Desde nuestra cercanía a la cruz de Cristo es que debemos de salir a buscar nuevos días.
Nos toca contemplar a Cristo, que pasó por la muerte en cruz para darnos una vida nueva. Es cierto que su cuerpo mortal terminó. Pero también es cierto que, desde la cruz, nos ayudó a comprender nuestras limitaciones, debilidades y fragilidades de todo ser humano. Quisiéramos no vivir este momento, pero es una realidad a la cual no escaparemos nadie.
Contemplando la cruz de Cristo podemos pensar en la vida más allá de la muerte, es que necesitamos abrir nuestra mente a una esperanza que es Cristo, él nos dá, una vida eterna, nueva y renovada.
Si Cristo no hubiese padecido, no podríamos haber comprendido este misterio profundo. Más aún, si Jesús no hubiese resucitado, viviríamos en un sinsentido de la vida. Pero su muerte ligada a la resurrección nos dio esa esperanza de una vida nueva. Desde la cruz saltamos a la esperanza. Desde ahí somos herederos de una vida nueva.
Se silencia la vida, pero viene a nosotros una vida nueva en Cristo ya resucitado. Él nos lo dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”, así que nuestra viva más allá de la muerte está garantizado, pero por ahora nos toca vivir unidos al otro y acompañarnos, en este momento de dolor y sufrimiento. Debemos darnos el aliento de vida para asimilar nuestra fragilidad humana, y así estar listos para vivir la esperanza plena en Cristo Jesús//.
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