Mons. Gualberti exhortó superar la cultura de la confrontación y buscar la reconciliación.

CORPUS CHRISTI. “Jesucristo, Pan de la reconciliación nos convoca a pasar de esta lógica perversa de la violencia a la amabilidad, del enfrentamiento al entendimiento, de la desconfianza al diálogo franco y sincero, de la mentira a la verdad, de la división a la reconciliación, todo en el máximo respeto de la dignidad de la persona, señaló el Prelado Cruceño durante su homilía en la celebración de Corpus Chirsti este jueves en el estadio departamental de Santa Cruz.

La celebración comenzó poniendo énfasis en el acto penitencial donde se pidió perdón por la violencia contra la mujer y los niños y por la intolerancia y el extremismo religioso que persigue a los cristianos en el mundo.

En la homilía, Monseñor Sergio dijo que primero hay que reconocer los pecados para buscar la reconciliación con Dios y con nosotros mismos. “La cultura de la confrontación se ha vuelto el pan de cada día, la lógica del más fuerte se ha impuesto, error muy grave. La violencia destruye lo que pretende proteger, acarrea muerte” señaló acotando que es necesario buscar el bien común por encima de los intereses personales.

Reconciliación en la familia

El Arzobispo de Santa Cruz pidió reconciliación “en particular en la familia, fundada sobre el amor incondicional y el respeto entre todos sus miembros, a menudo es lastimada y herida por rencores, resentimientos, distanciamientos, divisiones y violencias. Con nuestra sola fuerza nos podemos superar estos problemas, dar y recibir el perdón y reconstruir las relaciones rotas; hace falta que Jesús nos ayude a reconocer nuestros errores y a acercarnos de nuevo con humildad y sin rencor, a fin de mantener la familia unida”.

Superar la cultura de la confrontación

“Si el encuentro con Jesucristo, Pan de la reconciliación es necesario en nuestros hogares, a mayor razón es urgente en nuestra sociedad donde la cultura de la confrontación se ha vuelto el pan de cada día. La lógica del más fuerte y el recurso a la fuerza y a la violencia se han impuesto como medios comunes para solucionar los problemas y para expresar sus derechos, verdaderos o supuestos. Error muy grave: la violencia destruye lo que pretende defender, acarrea muerte y ahonda problemas, divisiones, rencores y odios entre personas, grupos y regiones” señaló.

Buscar lo que no une y no lo que nos divide

“Jesucristo nos ayuda a salir de nosotros mismos para hacer campo al otro, no tener para nosotros mismos y ponernos al servicio y a disposición de los demás. En este cometido, hay que buscar lo que nos une y no lo que nos divide y priorizar el bien común por encima de los intereses particulares”.

Urgen la reconciliación con la Madre Tierra

Monseñor Sergio también señaló la preocupación de la Iglesia por los problemas ambientales y en ese sentido señaló que “urge la reconciliación con la Madre Tierra, una tierra gravemente herida por su explotación irracional, el uso indiscriminado de los pesticidas, la deforestación, industria extractiva, la contaminación ambiental, acumulación de la basura y el manejo irracional del agua”.

HOMILÍA COMPLETA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI

SOLEMNIDAD DE ‘CORPUS CHRISTI’ 2019

Al encuentro con Jesucristo: pan de reconciliación y paz.

Queridos hermanos y hermanas, Jesucristo, pan de reconciliación y paz nos ha convocado esta tarde acá en el estadio porque quiere encontrarse con cada uno de nosotros y entregarnos su cuerpo y sangre, fuente de vida, reconciliación y paz.

El encuentro con Jesucristo es el hecho más decisivo en la vida de cada cristiano, un encuentro que cambia radicalmente nuestra manera de pensar, de actuar, de sentir y de ser. Y hoy, amados hermanos y pueblo de Dios de Santa Cruz, Jesús nos ofrece la oportunidad de encontrarnos con Él tanto a nivel personal como comunitario. Es un encuentro con una persona viva, Jesucristo el Señor de la historia, no con una doctrina, un encuentro de tú a tú con aquel que nos ha amado y nos ama al punto de entregar su vida para que tengamos vida.

Por eso, con asombro y humildad, nos quitamos las sandalias como Moisés ante la zarza ardiendo y nos ponemos en actitud de silencio, contemplación y adoración  agradecida porque podemos gozar de esta gracia. Aprovechemos la magnanimidad de Cristo que nos hace la gratuita de un encuentro único y profundo con Él, a través de su palabra y de su cuerpo hecho pan, el alimento cotidiano al alcance de todos. Cristo quiere hacerse nuestro ser, el alimento de eternidad para la vida presente y la fuerza para seguirlo y ser sus discípulos misioneros. Abramos nuestros corazones y acojamos a Cristo en esta asamblea orante vibrando con entusiasmo y alegría por su presencia que es vida, amor, reconciliación y paz. Jesucristo, Pan de la reconciliación, es el lema de este año.

El pan, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre que recibimos de tu generosidad”, dice el sacerdote en el ofertorio de la Misa. El pan es un don de la tierra, un don de Dios pero también fruto de nuestro trabajo. El pan, ganado con el sudor de cada día y fruto del trabajo honesto y bendecido por Dios, el pan partido y compartido en familia, en comunidad y en solidaridad, el pan del amor que crea unidad y comunión. No el alimento fruto de la corrupción, del robo, de la explotación de los pobres, de la injusticia y de la ganancia fraudulenta que crea división, rencor, odio y confrontación.

“Pan que recibimos de tu generosidad”. El pan de la generosidad de Dios es Jesucristo mismo; Él nos da la gracia de reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos y con los hermanos, reconstruyendo los puentes de la comunicación y del amor destruidos por el pecado.  Jesucristo asume sobre sí nuestra miseria humana para redimirla, purificar nuestros errores y pecados, y hacernos partícipes del amor del Padre que perdona y transforma nuestra vida.

Jesucristo pan de la reconciliación, nos reconcilia con Dios, el Padre que no desprecia el corazón contrito y humillado de los que se reconocen pecadores, necesitados de su gracia y misericordia infinita. Nos reconcilia con Dios pero también con nosotros mismos, que somos divididos por el pecado en lo profundo de nuestro ser, divididos entre lo bueno y lo mal, entre lo que queremos y lo que hacemos.

Cuántas buenas intenciones en nuestra vida y cuántas omisiones y malas obras, frutos de nuestra debilidad humana. Esto deja, en  nuestro corazón, desánimo, frustración, descontento y dolor.

“No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero… por el pecado que habita en mí”. Con estas palabras San Pablo describe a los cristianos de Roma la situación de los que conocen la ley de Dios, pero que no han encontrado su amor. Es Jesucristo que nos hace experimentar la gratuidad de su amor, un amor siempre pronto a perdonar y que nos asegura que siempre podemos levantarnos y acudir, con la confianza de hijos, al Padre misericordioso que nos espera con los brazos abiertos.

Jesucristo, Pan de la reconciliación que nos ha llevado a reconciliarnos con Dios y con nosotros mismos nos lleva necesariamente a la reconciliación con los demás, en la familia, la comunidad eclesial y la sociedad. En particular, la familia, fundada sobre el amor incondicional y el respeto entre todos sus miembros, a menudo es lastimada y herida por rencores, resentimientos, distanciamientos, divisiones y violencias. Con nuestra sola fuerza nos podemos superar estos problemas, dar y recibir el perdón y reconstruir las relaciones rotas; hace falta que Jesús nos ayude a reconocer nuestros errores y a acercarnos de nuevo con humildad y sin rencor, a fin de mantener la familia unida.

Si el encuentro con Jesucristo, Pan de la reconciliación es necesario en nuestros hogares, a mayor razón es urgente en nuestra sociedad donde la cultura de la confrontación se ha vuelto el pan de cada día. La lógica del más fuerte y el recurso a la fuerza y a la violencia se han impuesto como medios comunes para solucionar los problemas y para expresar sus derechos, verdaderos o supuestos. Error muy grave: la violencia destruye lo que pretende defender, acarrea muerte y ahonda problemas, divisiones, rencores y odios entre personas, grupos y regiones.

Jesucristo, Pan de la reconciliación nos convoca a pasar de esta lógica perversa de la violencia a la amabilidad, del enfrentamiento al entendimiento, de la desconfianza al diálogo franco y sincero, de la mentira a la verdad, de la división a la reconciliación, todo en el máximo respeto de la dignidad de la persona. Jesucristo nos ayuda a salir de nosotros mismos para hacer campo al otro, no tener para nosotros mismos y ponernos al servicio y a  disposición de los demás. En este cometido, hay que buscar lo que nos une y no lo que nos divide y priorizar el bien común por encima de los intereses particulares.

La reconciliación tiene una dimensión universal, abarca también a la creación y a todas las criaturas, como dice San Pablo en la carta a la comunidad de Colosas: Dios, por Jesucristo, «quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,19-20). También en nuestro País es urgente la reconciliación con “nuestra hermana madre tierra” como afirmamos los Obispos en la carta pastoral “Tierra madre fecunda para todos”. Una tierra gravemente herida por su explotación irracional, el uso indiscriminado de los pesticidas, la deforestación, la industria extractiva, la contaminación ambiental, el manejo irracional del agua y la acumulación de la basura.

Para reconciliarnos con la creación: «debemos examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del corazón», dicen los Obispos australianos. En nuestra vida personal es urgente un cambio que lleve a la defensa de los recursos naturales y a asumir un estilo de vida, más sobrio y sencillo.

La reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los hermanos y con la creación es la condición para hallar la paz. La verdadera y auténtica paz, don del Señor, es vida, armonía y dicha, y se instaura en nuestro corazón derramando sus frutos sobre los demás, la comunidad y la sociedad. Pero la paz es fruto también de nuestro esfuerzo creativo, es un bien que se promueve con el bien y que se ha de buscar, custodiar, perseguir y renovar constantemente y con mucha vigilancia.

Trabajar y hacer la paz, implica asumir una actitud pro activa como “operadores de paz” y ser personas “desarmadas” que no responden al mal con mal, que practican el perdón, la misericordia y el mandamiento del amor como tarea cotidiana. De esta manera podremos ser contados entre los bienaventurados de Jesús: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

Ser operadores de paz exige priorizar el bien común y reconocer el destino universal de los bienes, poner al centro de la sociedad a la persona humana y no a la ley de mercado, tener hambre y sed de justicia, reconocer los derechos y la dignidad de cada persona y luchar en contra de la corrupción, el narcotráfico, la trata de personas y de todo lo que atenta a la convivencia democrática y pacífica.

Hoy somos muy agradecidos a “Jesucristo, pan de reconciliación y paz”, porque ha venido a nuestro encuentro haciéndose pan para alimentar nuestra fe y nuestra vida cristiana, quedarse entre nosotros y acompañarnos por las calles de nuestra ciudad y por los caminos de la vida hacia la paz definitiva en la casa del Padre. Amén.

Fuente: Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz

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