El Papa: Pentecostés, ver y escuchar el grito de la ciudad, su esclavitud terminó

Homilía del Santo Padre en la Santa Misa en la Vigilia de Pentecostés, celebrada este sábado, 8 de junio, en la Plaza de San Pedro: “Dejémonos llevar de la mano del Espíritu e ir en medio del corazón de la ciudad para escuchar su grito”.

“Queridos amigos, para escuchar el grito de la ciudad de Roma, necesitamos también que el Señor nos lleve de la mano y nos haga descender entre los hermanos que viven en nuestra ciudad, para escuchar su necesidad de salvación, el grito que llega hasta Él y que normalmente no oímos. Se trata de abrir los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón, escuchando con el corazón. Entonces nos pondremos en camino. Entonces sentiremos dentro de nosotros el fuego de Pentecostés, que nos impulsa a gritar a los hombres y mujeres de esta ciudad que su esclavitud ha terminado y que Cristo es el camino que conduce a la ciudad del Cielo”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía, en la Misa en la Vigilia de Pentecostés, celebrada este sábado, 8 de junio, en la Plaza de San Pedro.

El río de agua viva, lava y fecunda a la Iglesia

En su homilía, el Santo Padre comentando el Evangelio de San Juan (7, 37-38) dijo que, también esta noche, la víspera del último día de Pascua, la fiesta de Pentecostés, Jesús está entre nosotros y proclama en voz alta: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura, de su vientre brotarán ríos de agua viva”. “Es el río de agua viva del Espíritu Santo que brota del vientre de Jesús, de su costado atravesado por la lanza – señaló el Pontífice – y que lava y fecunda a la Iglesia, la esposa mística representada por María, la nueva Eva, al pie de la cruz”.

La Iglesia, madre de misericordia

El Espíritu Santo, precisó el Papa Francisco, brota del vientre de la misericordia de Jesús Resucitado, llena nuestro vientre con una «buena medida, suave, llena y desbordante» de misericordia y nos transforma en una Iglesia-madre de misericordia, es decir, en una «madre de corazón abierto» para todos. “Cuánto me gustaría que la gente que vive en Roma – señaló el Pontífice – reconociera a la Iglesia, que nos reconociera por esto más de misericordia, por esta más humanidad y ternura, de las que hay tanta necesidad. Uno se sentiría como en casa, en la casa materna, donde siempre se es bienvenido y donde siempre se puede volver”.

El Amor Divino es el Espíritu Santo

Este pensamiento sobre la maternidad de la Iglesia, precisó el Santo Padre, me recuerda que hace 75 años, el 11 de junio de 1944, el Papa Pío XII hizo un acto especial de acción de gracias y súplica a la Virgen María para la protección de la ciudad de Roma. Lo hizo en la iglesia de San Ignacio, donde había sido traída la venerada imagen de Nuestra Señora del Divino Amor. El Amor Divino es el Espíritu Santo, que brotan del Corazón de Cristo. Él es la «roca espiritual» que acompaña al pueblo de Dios en el desierto, para que, sacando de él agua viva, sacien su sed en el camino.

“En la zarza que no se consume, imagen de la Virgen María y Madre, está el Cristo resucitado que nos habla, nos comunica el fuego del Espíritu Santo, nos invita a descender entre la gente para escuchar el grito, nos envía a abrir el sendero a caminos de libertad que conducen a las tierras prometidas por Dios”

El hombre se ilusione por tocar el cielo

El Papa Francisco hablando de los proyectos humanos dijo que no son válidos si están centrados en nuestro “yo”, proyectos que no dejan lugar a Dios. “Son proyectos humanos, incluso nuestros proyectos, hechos al servicio de un yo cada vez mayor, hacia un cielo en el que ya no hay lugar para Dios. Dios nos deja hacerlo por un tiempo, para que podamos experimentar hasta qué punto del mal y de la tristeza podemos llegar sin Él”. Pero el Espíritu de Cristo, Señor de la historia, no puede esperar para tirarlo todo por la borda, para hacernos empezar de nuevo. Siempre somos un poco «cortos» de vista y de corazón; abandonados a nosotros mismos, acabamos perdiendo el horizonte; llegamos a convencernos de que lo hemos entendido todo, de que hemos tenido en cuenta todas las variables, de que hemos previsto lo que va a pasar y cómo va a pasar.

El gemido de la gente que vive en esta ciudad

El Santo Padre recordando la fiesta que celebramos hoy, dijo que celebramos la primacía del Espíritu, que nos deja boquiabiertos ante lo imprevisible del designio de Dios. “Y si tenemos en mente los dolores del parto, entendemos que nuestro gemido, el de la gente que vive en esta ciudad y el gemido de toda la creación no son más que el gemido mismo del Espíritu: es el nacimiento del nuevo mundo. Dios es el Padre y la madre, Dios es la partera, Dios es el gemido, Dios es el Hijo engendrado en el mundo y nosotros, la Iglesia, estamos al servicio de este nacimiento”.

“Si el orgullo y la presunta superioridad moral no ofuscan nuestro oído, nos daremos cuenta de que bajo el grito de tanta gente no hay nada más que un auténtico gemido del Espíritu Santo. Es el Espíritu quien nos impulsa una vez más a no contentarnos, a intentar volver a partir; es el Espíritu quien nos salvará de toda reorganización diocesana”

El Espíritu nos ayuda a escuchar el grito de la ciudad

Finalmente, el Papa Francisco invitó a dejarnos llevar de la mano del Espíritu e ir en medio del corazón de la ciudad para escuchar su grito, su gemido. Y recordando la misión de Moisés, el Santo Padre dijo que, Él ha escuchado el gemido de su pueblo, ha visto opresión y sufrimiento… Y Dios ha decidido intervenir enviando a Moisés a levantar y alimentar el sueño de libertad de los israelitas y a revelarle que este sueño es su propia voluntad. Pero para que Moisés pueda llevar a cabo su misión, Dios quiere que él «descienda» con él en medio de los israelitas. “El corazón de Moisés – concluyó el Papa – debe volverse como el de Dios, atento y sensible a los sufrimientos y sueños de los hombres, a lo que claman secretamente cuando levantan las manos al Cielo, porque ya no tienen ningún control sobre la tierra. Es el gemido del Espíritu, y Moisés debe escuchar con su corazón”.   Renato Martinez – Ciudad del Vaticano

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