Todos los Santos, tiempo para pensar que Dios te ofrece la vida eterna.

Estamos viviendo la fiesta de todos los santos y la fiesta de los fieles difuntos. Ambas fiestas confluyen en la vida de la gente. Para la mayoría de las personas en una sola cosa. Aunque como iglesia siempre nos hemos dado tiempo para clarificar la diferencia entre las dos fiestas, parecidas, pero distintas. Yo siempre me quedo muy marcado, por cómo las familias circulan los pueblos, cargados de sus tradiciones y costumbres. La mayoría llevados por la migración cargan sus cosmovisiones y miradas del fin de los tiempos.

Sabemos que esta fiesta es doble, el día de los santos y de los difuntos. Por una parte, la tradición cristiana católica, celebra el día de los santos, es decir, recuerda a todas las personas que llegaron a la plenitud de su vida, llenos de Dios, que fueron declarados Bienaventurados y Santificados. Por otra parte, está la tradición cultural y religiosa de los difuntos.  Este día nos recuerda a todos nuestros seres queridos, que hoy ya gozan de Dios.

Pese a esta comprensión, la fiesta se ha convertido en una sola, en la fiesta de todos los santos. Para muchos de nosotros, nuestros muertos son también santos. Será por eso que es una única fiesta que se celebra varios días, en medio de una infinidad de símbolos entremezclados, y viviendo una simbiosis entre la cultura y la fe.

Hoy cómo podemos vivir y revivir este momento de todos los santos y difuntos. Esta celebración, simplemente lo puedo concentrar en una Gran fiesta que celebra la memoria, el encuentro y la esperanza. Justamente porque mirando todo lo que pasa en estos días, nos damos cuenta que concentra, en su interior, estos grandes valores humanos y cristianos.

La memoria se constituye en el gran valor que todos los pueblos y personas cultivamos. La memoria de saber que tuvimos seres queridos, con grandes valores profundos. Hoy nuestra memoria no nos deja olvidarlos, porque en nuestra vida han sellado, tal vez lo que somos. La memoria de nuestros seres queridos está presente. No queremos ignorarlos, cada vez los llevamos en momentos importantes y disfrutamos de sus enseñanzas.

También a nuestra memoria llegan muchas personas que han sido leyenda, legado y modelo para nuestras propias vidas. Esos que dieron en su vida el valor, la ternura y su ejemplo, no los queremos olvidar y están presentes y son un motor para la construcción de nuestra propia vida. Si hacemos un poco de memoria, nos vendrán una lista grande, llenas de símbolos y aun sintiendo su presencia.  Simplemente diremos que hicieron muchas cosas para dejar su huella y que impactaron para no ser olvidados. Son una memoria que vive, no están muertos.

Pero esta fiesta también es un encuentro. El encuentro que se ha convertido en una gran oportunidad de compartir con la familia, con la comunidad y con los pueblos. Los preparativos para este encuentro son variados y llenos de símbolos. Preparar la mesa, el altar o la tumba, como lo dicen. Elaborar las diferentes masitas, comidas y confites. Todo aquello que los gustaba, preparar un gran banquete. Ahí las tradiciones se entremezclan, la realidad pluricultural se manifiesta, pero lo que no cambia es el objetivo, es preparar para el encuentro con nuestros fieles difuntos, nuestros santos.

Cuando todo está listo, llegan los difuntos, llegan a la hora exacta, como nos lo dice la tradición. Llegan para quedarse unas horas, es el momento de nuestro encuentro, comparten con nosotros todo lo que se lo había preparado. Degustarán a su ritmo, pero nos harán sentir su presencia, su alma; y su espíritu está con nosotros.

A este encuentro también acuden los familiares, amigos y conocidos. Este encuentro nos provoca rezar, pensar y recordarles. Entre rezos y comidas pasamos las horas. Muchos llegaron de otros pueblos, los que habían dejado la familia retornan; los que habían salidos en busca de días mejores, retornaron para encontrarse como hermanos. El fiel difunto tiene ese poder de reunirnos, de lograr este encuentro. Pero además algunos ajenos, visitan la casa para rezar, los familiares los acogen y comparten algo de lo que prepararon.

Los fieles difuntos se quedarán las 24 horas para luego volver al mismo lugar de donde han venido. Al año siguiente le esperaremos y también les preparemos. Nos dejarán otras enseñanzas: en los pueblos fertilizarán las tierras y en el ser humano, la esperanza de volvernos a encontrar.

Por eso esta fiesta está llena de esperanzas.  Aunque los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos. Porque siguen inspirándote e iluminando tu vida futura. Ellos viven lo que creyeron, la vida más allá de la muerte. Su alma es inmortal y por eso rompe todo espacio y tiempo. Muchos creyeron en Jesús, que nos dijo, que todo el come y bebe su sangre no morará jamás. Y todo el que cree en él, aunque haya muerto, vivirá. Esta es la esperanza, este es el camino que nos hace sentir, que más allá de mi muerte, encontraré la vida eterna. La promesa de Jesús, se hace vida.

Aquí podemos decir, que la muerte no es una angustia, sino la espera en Dios. Nuestra fe nos lo dice: Dios nos promete, que nos preparará un lugar donde todos volveremos a encontrarnos.

Hoy al vivir y revivir el día de los santos y de los difuntos es el tiempo de pensar en mi propia partida. Nos hace pensar, que un día nos uniremos a todos los que creen. Mientras tanto hoy trataremos de vivir y darle sentido a nuestra propia existencia, hasta que un día partamos para gozar de todas las promesas de Dios y de mis creencias.

Los muertos no están muertos, viven y te acompañan.  Dios te ofrece la vida eterna, esa es la gran esperanza.

 

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