Mirando Tu Cruz, Siento Esperanza.

Por: P. Guillermo Siles Paz, OMI

Cada año nos unimos en un solo sentimiento y miramos la vida y nuestra propia vida. Nos adentramos a nuestro propio interior para decir cuan lejos o cerca estoy de Dios. Pero en todo este tiempo nuestros ojos están fijos en el Señor, y nuestra mirada está en la Cruz De Cristo. En el madero que nos trae a la memoria, el dolor, la angustia, la soledad la esperanza.

Lo primero que nos resalta, es adherirnos a la humillación de este ser humano. Quien puede haber que soporte tanta humillación, que su propia dignidad este mellada por las mentiras y engaños. Todo su entorno está en silencio, mientras él está solo y humillado.

Como si fuera poco, la humillación llega al extremo que, hasta las burlas, mofas e insinuaciones indignas, le llevaron a experimentar la bajeza humana. Todas esas burlas y miradas solo denigraban y aplastaban, aquel que fue elegido para traernos a Dios.

Porqué es juzgado, porqué es llevado a estos tribunales, qué mal hizo, cómo se fabricaron la pruebas e injurias. No podemos entender la crueldad de las autoridades de su tiempo, estaban cegados por mantener su poder, aun a costas de la injusticia. No era posible dar una respuesta al ser humano, lo único parecía que la mentira y el odio merodeaba el ambiente. La injusticia es lo que le rodea, no hay nadie que vea la bondad de este hijo de Dios.

Saberse solo y abandonado es la única experiencia que marca el momento, el aparente silencio de Dios rodea, crea una atmósfera de silencio, soledad y oscuridad, no es posible comprender, acaso no puede ser también salvado de este momento, Pero el Padre dejó que él experimente el dolor humano, dejó que su propio hijo comprenda la miseria humana, la fragilidad y vulnerabilidad del hombre. Esta espera aparente del silencio de Dios, lo llevó a su búsqueda, con gritos y alaridos vive la pasión para hacer la voluntad y ser escuchado. Y Ahí, Dios está a su lado, pidiendo que soporte, que aceptes este momento, que todo sacrificio, y entrega nos hace vivir la angustia y sangre. Ahí valoramos el sentido de la vida, el sentido del compromiso. Dios nos deja para que sepamos aceptar, y encaminarnos a su mirada.  

Ahí podemos simplemente mirar en este hombre la fidelidad extrema, la entrega total, no primo sus sueños y deseos, sino la fidelidad al que le envió y que le dio toda honra. El vino para mostrarnos a Dios en su vida, para anunciarnos la salvación, con su vida. Y ahí está en la cruz, flagelado, torturado, ensangrentado y dolido. Qué más podemos esperar ante el dolor, solo que Dios tenga compasión ante este momento de tragedia y sin razón.

Cada llaga, es nuestro pecado. Cada gota de sangre es la miseria de nuestras acciones humanas. Cada grito es la frustración que tenemos cada día, de esos momentos frente a la injusticia. Ese alboroto es para ser escuchados. Los dolores del crucificado, son nuestros dolores, son los que nos interpelan, son los que nos traen a nuestra vida cotidiana que somos permanentemente maltratados por los golpes de la vida. Los dolores del crucificado nos enseñan a mirar, que del dolor nace una nueva vida, que del sufrimiento podemos restaurar la esperanza. Que desde el  silencio, podemos encontrar una nueva forma de vivir en Dios.

Aun con los gritos de dolor, aun con la desesperación por vivir, la muerte llegó, para separarnos de este momento, para llegar al lugar del silencio, al lugar donde quedamos totalmente abandonados. Pero la muerte es algo que nadie quiere experimentar, mas Cristo como humano tuvo que pasar por esta experiencia de la muerte, para demostrarnos que su humanidad llegó a ser auténtica entrega a la vida en Dios. La muerte nos va silenciar, pero también nos lleva a reconocer el gran amor que tuvo a su padre. Reconocemos con precisión la coherencia y entrega -sin mirar a tras- a su Padre, nunca dudó, siempre esperó y hoy solo al inclinar la cabeza, él dice que al ponerse en sus manos, encomienda su espíritu, en las manos de Dios queda toda la respuesta de una vida nueva, en las manos de Dios nos ponemos para seguir el camino de lo prometido. Ahí está el hijo del hombre, aquel que ha sido enviado, al igual que todo ser humano clama al Padre para que la compasión se active y alcance este y todos los otros momentos. El Dios de la vida es quien tiene la respuesta. Porque la muerte nos silencia todo.

El sepulcro le espera, ahí en tu propia soledad y sin vida, el sepulcro que no tiene nada de extraordinario y glorioso, simplemente te trae el silencio y el abandono total. Todos los que están a tu alrededor hoy están silenciados, dolidos y soportando la soledad. Tu muerte nos dice que la hora había llegado, y que ahora era el momento de recordar todo lo aprendido, era la hora de razonar y comprender, qué misterios habían detrás de cada experiencia del crucificado. Es el momento para discernir nuestro propio pensamiento y acción para adelante. Pero debemos de seguir preguntándonos, que experiencia vivimos en los encuentros con Cristo.

 Al final del día solo comprendo que ésta cruz, el símbolo del mal de ese tiempo, no queda ahí, sino que trasciende más allá de todo. Por qué el que estaba ahí en la cruz, el que pasó esta pasión dolorosa, se encargará de transformar en algo nuevo. La cruz, que asumió se transforma en la cruz de la salvación. Por su obediencia y amor, hoy esta cruz es el símbolo de la entrega total. Es la cruz que nos salva, y que asume todo cuanto somos y esperamos.

Es que Jesús por tu Santa Cruz redimiste al mundo. Aquí estamos viviendo esta esperanza, de ser un día también, los merecedores de esta salvación, los que heredemos tu amor; así como en Cristo vivimos, en el encontremos la vida eterna.

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